Mientras en el recinto avanzaba el debate sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), las inmediaciones del Congreso Nacional se pintaban de verde. Sobre el asfalto de la avenida Callao, varios “que sea ley”, estaban escritos con tiza, y bajo la sombra de las carpas y los puestos de agrupaciones sociales circulaban botellas de agua y abanicos para afrontar el calor del mediodía. Los ya míticos pañuelos, carteles, y banderas verdes llenaban todo rincón adonde se mirara. Sentadas en rondas, con la mirada concentrada en las pantallas -que la Campaña por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito instaló sobre las avenidas del centro porteño- y también sosteniendo banderas y debatiendo en medio de la calle, las voces de les jóvenes se multiplicaban. “Quiero que abortar sea seguro y no clandestino como es ahora”, reclamó Aldana, de 19 años, que llegó a la concentración cerca de las 11 de la mañana, luego de dos horas de viaje desde Ezeiza, donde vive.

Sobre la avenida Rivadavia, a media cuadra del recinto, el puesto de hidratación estaba lleno. En la carpa de enfrente, Julieta le pedía a su hermano que le tirara un poco de agua en la cabeza, para alivianar el calor. “Cuando me contaron por primera vez lo que pasaba me enojé mucho. Me enojé por saber que había mujeres obligadas a parir, y otras que se terminaban muriendo”, relató la adolescente de 16 años, que vino desde el partido de Pilar junto a su hermano, que milita en una organización política. “Hubo una discusión muy grande en mi colegio, entre quienes estaban en contra y a favor de la Ley del aborto. Tenemos que estar informades, no podemos decir: si no me pasa a mí, no me importa”, señaló Julieta y aclaró que “es muy egoísta que puedan abortar de forma segura sólo quienes tienen plata”.

“Tienen que empezar a ver la realidad por fuera de sus propias vivencias y escucharnos con más empatía“, señaló a Página/12 Joaquina, de 19 años, mientras una de sus amigas maquillaba con glitter a otra. Las tres terminaron el colegio el año pasado y ahora estudian en la Universidad de Buenos Aires. Fue unos meses antes del debate y la marea verde del 2018 que Joaquina empezó a informarse sobre el aborto y a ir a las marchas con el centro de estudiantes de su colegio. “Tiene que ser Ley porque es una lucha que ya tiene demasiados años”, agregó, antes de avanzar por la avenida Callao, rumbo a la plaza del Congreso.

Uno de los artículos modificados en el proyecto de Ley presentado por el Poder Ejecutivo fue la autonomía de les jóvenes para decidir sobre la interrupción del embarazo: con las modificaciones, les adolescentes de entre 13 y 16 años deberán tener un acompañante o "referente afectivo". “Quiero que sea Ley para que nadie decida por nosotras”, afirmó Jimena, que tiene 16 años y llegó al Congreso desde su casa en Escobar. Colgaba un cartel sobre una de las carpas instaladas en la avenida Callao, y llevaba atada sobre los hombros una bandera con los colores LGTB. “Yo estaba en contra del aborto porque no sabía qué era. Cuando tuvimos ESI -Educación Sexual Integral- en el colegio aprendí que no se trata de obligar a nadie, sino al contrario, de poder decidir”, agregó Jimena, que tiene siete hermanas y cree que su lucha es también “para el futuro de ellas”.

En esto coincidió Alondra, de 13 años, que llegó a la concentración junto a su hermana y su prima. Según la adolescente, oriunda del partido de La Matanza, “los jóvenes tenemos que hablar más sobre el aborto”. Valentina, de 9 años, estaba en la concentración junto a su madre, que ofrecía peinados y trenzas. Ella no conoce el proyecto de Ley, pero afirmó que “es importante tener derechos”, y agregó: “no me gusta que me den órdenes, yo puedo decidir lo que hacer”. Según datos presentados este año por UNICEF, en Argentina el 70 por ciento de los embarazos adolescentes no son intencionales y se estima que, cada 3 horas, una niña de entre 10 y 14 años es obligada a parir.

Como un ritual, Luciana posa junto a su amiga frente a la cámara del celular, que refleja detrás de ellas y sus pañuelos verdes, la cúpula del Congreso. Las dos vienen desde Florencio Varela, en la zona sur de la Provincia de Buenos Aires. “Yo lo viví, me violaron y cuando fui a hacer la denuncia me negaron todo. Como tenía 17 años me decían que había sido por consentimiento. Le tuve que robar plata a mi mamá para pagar las pastillas”, relató a este diario la mujer, que ahora tiene veinte años, y aclaró: “Ahora amo a mi hija, pero en ese momento tenía otros proyectos, no había ni terminado la secundaria”. Aunque intentó abortar, las pastillas no le funcionaron y tuvo que continuar con su embarazo. “Cuando iba al ginecólogo me decían que el aborto era un homicidio, que si hacía eso me iban a denunciar. No sabía que había centros de salud donde podían atenderme, y mis amigas estaban todas en contra de mi decisión, no podía hacer nada”, agregó Luciana.

El calor se mantuvo firme durante toda la tarde y en los alrededores del palacio legislativo las avenidas estaban cada vez más pobladas. “En la calle estamos las diversidades, pero dentro del Congreso cuesta más. Hay un gran avance en hablar de personas gestantes y no de ‘mujer embarazada’, pero se vuelve constantemente sobre la idea de maternidad. Las personas trans podemos ser padres y gestar”, explicó Lisandro, que tiene 24 años y se autopercibe como no binarie, y agregó que “la lucha por el aborto es interseccional, es una deuda con el feminismo, y cuando dicen que no es una urgencia, para mí si mueren personas por abortar, ahí hay una urgencia”.