Este fin de semana me desperté temprano pensando en mis nietas. Tal vez fue el clima de cierre de un año que la pandemia marcó con muchas pérdidas y cierta atmósfera apocalíptica, casi bíblica. Lo cierto es que sentí que quería trasmitirles algunas impresiones del mundo tal como yo lo veo, y me puse a razonar como si estuvieran conmigo, observando las relaciones que hay entre unos asuntos y otros asuntos, pensando en las causas y en las consecuencias.

Son seis nietas que van casi todas a la escuela pública después de pasar por la escuela privada. Y no “cayeron” en lo público, sino que fue una elección de mis hijos y sus parejas. Tienen entre 18 años --la que acaba de terminar su secundaria--, y 9 años --la que pasó a quinto grado--, por lo que no es fácil armar un mensaje para las seis. Pero lo hice, se los envié. Y después pensé que también podría interesarles a los lectores y lectoras.

Comencé diciéndoles: El mundo que nos tocó está dramáticamente dividido entre ricos y pobres.

Y esas desigualdades están lejos de reducirse. Al contrario, aumentan de manera brutal.

La distancia entre ricos y pobres se traduce en diferencias de poder. Unos pocos, que tienen demasiado, pueden mucho, mientras que los muchos, que tienen poco o nada, pueden muy poco.

Estas enojosas diferencias provocaron a lo largo de los siglos toda clase de tensiones y luchas sociales que llevaron en nuestra época a consagrar la democracia como forma de convivencia social en la mayor parte del planeta. La democracia reconoce que todos tenemos los mísmos derechos, a la vida, a la libertad, a la vivienda, a la educación, etc.

Pero la verdad es que el único momento en que un multimillonario y un pobre son iguales es cuando depositan su voto en una elección.

La pobreza y las carencias impiden a millones de personas ejercer muchos de sus derechos, mientras que el exceso de riqueza permite a reducidas minorías no sólo ejercer sus derechos a pleno sino también vivir en el privilegio y convertirse en factores de presión sobre el resto de la población.

Por ejemplo, cuando el multimillonario dueño de la industria del acero que domina el mercado decide aumentar el precio de sus productos, provoca un fuerte impacto en actividades como la construcción, la industria automotriz, las industrias que producen heladeras, lavarropas, máquinas de todo tipo y muchas otras actividades que utilizan el acero. Y con ello sacude la economía del país, y golpea los bolsillos de las mayorías, pero al pobre, que no alcanza a cubrir todas sus necesidades, le causa un daño aún mayor.

Ante el avance que representó el sufragio universal, las minorías ricas y poderosas se vieron frente al riesgo de que las mayorías, por la fuerza del número, impusieran su voluntad y les hicieran perder sus posiciones de poder y sus privilegios. En el ejemplo que les mencioné, puede votarse un gobierno que priorice los intereses de las mayorías y ponga freno a los aumentos de precios y abusos del millonario que controla el mercado del acero.

Así, desde que el derecho al voto se extendió por el mundo, las minorías poderosas utilizaron su poder e influencia para asegurar sus beneficios creando mecanismos que traban el poder de las mayorías. Algunos de estos mecanismos han sido aplicar sistemas electorales que evitan la elección directa, por medio de colegios electorales que deben sancionar definitivamente quién es el triunfador en cada elección. Otro recurso es el voto no obligatorio, que muestra donde se aplica que son los pobres los que menos votan, y con ello pierden representatividad en el poder político, que decide a quiénes beneficia y a quiénes perjudica.

Estos mecanismos empleados para neutralizar el peso de las mayorías han llevado a los partidos y candidatos de derecha afines a los más ricos a ganar infinidad de elecciones que, en caso de ser directas, hubieran sido conquistadas por líderes populares. Con ese truco, se aseguran políticas favorables a las minorías poderosas en perjuicio de las mayorías.

También es cierto que el mundo, además de estar separado entre ricos y pobres, sufrió muchas otras divisiones según hombres y mujeres, según el color, blanco o negro, según el orígen social, según el lugar donde se ha nacido, según se trate de adultos o de jóvenes y ancianos. Las desigualdades se multiplican, aunque siempre predomina, como la más dramática, aquella que divide a ricos y pobres.

Las minorías poderosas también han desarrollado otras fórmulas para hacer su voluntad e imponerla a los demás: asegurarse de que el dominio que ejercen sea aceptado por los dominados. Así se opera una ideología conservadora que atribuye a la minoría rica los merecimientos y el derecho no sólo a conservar sus privilegios sino también a ejercer poder sobre las mayorías aún en detrimento de ellas.

Y esa ideología opera con extraordinaria eficacia a través de instituciones como la escuela, la Iglesia, la Justicia, los medios de comunicación y la propia familia.

Han tenido tanto éxito en impregnar en las mayorías su ideología del privilegio que hoy se habla de pobres de derecha, y las políticas del neoliberalismo se propagan en todo el mundo profundizando las diferencias entre ricos muy ricos, pobres muy pobres y clases medias que ven empobrecerse.

Si podemos comprender este flagelo que castiga al mundo, seguramente vamos a sumar nuestra fuerza a quienes están convencidos de que se trata de una injusticia que no se debe aceptar porque queremos vivir en un mundo que incluya a todos.

Hasta ahí mi mensaje a las nietas.

Me doy cuenta de que a pesar de mi esfuerzo buscando ser muy claro, hay muchos conceptos que tal vez hoy no sean accesibles a algunas de ellas. Tal vez intenten leerlo dentro de un tiempo y el mensaje llegue.

 

Y, y si eso no sucede, al menos habrá servido para volver a decirnos con ellas cuánto nos queremos.