¿Podemos los psicoanalistas cumplir una función social en relación a una catástrofe sanitaria como la actual? ¿Podemos aspirar a algo más que acompañar e intentar paliar los sufrimientos a un nivel individual o grupal?

A mi entender esto es posible señalando la existencia de mecanismos de defensa como la negación, en particular si lo hacemos en relación a campañas que tienden a inducirla, y a procesos tales como el pasaje del miedo al odio y asimismo del temor al odio que sienten inevitablemente los responsables de la estrategia de prevención.

Las catástrofes naturales generan habitualmente solidaridad social en mayor grado que las violaciones a los DDHH, especialmente cuando son circunscriptas (inundaciones, terremotos, etc). Cuando son masivas y se extienden en el tiempo, como en el caso de esta pandemia, tienden a generar reacciones sociales de negacionismo que son aprovechados y manipulados por grupos de poder o de influencia para fines propios, políticos y/o económicos, que producen grandes daños a la salud de la comunidad.

Los procesos mentales que acontecen en un fenómeno como la pandemia transcurren por tres ejes que van 1) del miedo al odio, 2) de la percepción a la desmentida y 3) de la incertidumbre a la certeza. La búsqueda del punto intermedio preciso entre evitar el pánico por un lado y la negación por otro es saludable y deseable pero la posibilidad de lograrla con exactitud es una ilusión imposible. La psicopatologizacion de las reacciones a la pandemia no es sólo inaplicable a la sociedad en general sino que es también parte de un proceso negacionista. Las minorías que pasan a la acción directa en contra de las medidas de prevención pueden provocar aún un gran daño en la etapa actual.

La intolerancia omnipotente respecto al no saber y la consecuente incertidumbre genera fantasías omnipotentes y un hambre de causalidad imposible de satisfacer. Cabe diferenciar también la negación espontánea que naturalmente puede producir en forma individual una catástrofe sanitaria y aquella que surge fogoneada por una manipulación inducida. En estas circunstancias la negación individualista se profundiza. La antigua expresión de la época de los genocidios: “algo habrá hecho” tiende a reemplazarse por un “es todo una gran mentira” o diferentes formas de teorías conspiracionales. Produce más angustia la incertidumbre hacia el futuro que la reacomodación subjetiva frente a otro tipo de duelos.

La transgresión a las medidas de cuidado frente a la infección pueden ser en lo manifiesto el resultado de varias posibilidades, cansancio, ideología individualista previa y/o inducida, etc. Más allá de eso podemos pensar que la incertidumbre tiende a producir una confusión entre la falta de proyecto y la falta de futuro, con el consiguiente sentimiento de profunda angustia. El odio es generado por el deseo de aniquilación de enemigos precisables.

Grandes grupos humanos se transforman así fácilmente en blanco de una necropolítica que tiende a manipularlos para fines específicos partidarios o económicos. La fotografía que mostró en nuestras pantallas a grupos anticuarentena de Alemania que ostentaban símbolos nazis, la quema de barbijos en Madrid o Buenos Aires o las manifestaciones armadas y racistas con consignas que denunciaban las medidas protectoras como dictadura, que ocurrieron en USA o Brasil y otros paises, son una clara imagen que lo ilustra. Los medios de distintas latitudes que de una forma abierta o encubierta acompañaron ese tipo de prédicas contribuyeron al mismo propósito. Los psicoanalistas podemos y debemos expresar nuestras opiniones frente a los ataques que alimentan ese odio, ya que quienes se aprovechan de la necesidad de enemigos para vencer la incertidumbre pueden dañar también el instinto de supervivencia.

Podemos también pensar que esta manipulación de los vínculos sociales hacia la negación o la búsqueda de enemigos tiende a profundizar un individualismo sentido erróneamente como fuente de alivio o de supervivencia. La búsqueda infructuosa de causalidad para vencer el dolor de las incertezas crea también un sentimiento de encierro, con el consecuente círculo vicioso. El estigmatizar como hipocondríacos o paranoicos a quienes sienten miedo frente al peligro o angustia frente a la incertidumbre puede llegar incluso a generar culpa en ellos, facilitando la aparición de cuadros depresivos.

El miedo al odio que genera el enfrentar la negación juega, a mi entender, un papel importante en la toma de decisiones de los responsables de instalar socialmente las medidas de prevención. A nivel consciente puede atribuirse en algunos casos la flexibilización excesiva de las mismas a motivos demagógicos o decisiones ideológicas de priorización de la economía sobre la vida, pero a nivel preconsciente e inconsciente, el miedo al odio juega un papel importante aun sin manipulaciones oportunistas.

Quienes deciden las medidas de precaución no pueden evitar el miedo a ataques profundos y masivos de dicho odio si mantienen a fondo los recaudos necesarios, y se perciben como sector alternativo donde este pueda recaer, en lugar del minúsculo virus. Esto está incrementado por circunstancias de hastío social generalizado luego de un largo periodo de encierro e incertidumbre.

Algunos estilos de comunicación que intentan apaciguar el miedo contribuyen a que la sociedad crea que todo está pasando y no se cumpla con las medidas de cuidado que muchos especialistas señalan como aún imprescindibles.

* Néstor Carlisky es psicoanalista, psiquiatra, coordinador del Capítulo de DDHH de la Asociación Psicoanalítica Argentina.