Carmen Canaviri migró de Bolivia a los 18 años buscando una oportunidad de trabajo. No tenía familia en la Argentina, pero se instaló en Flores, donde nacerían sus siete hijos. Sus compañeres de Somos Barrios de Pie la recuerdan alegre y solidaria. Su recuerdo quedó plasmado en las paredes del barrio, siempre con una sonrisa.

Con una beba de seis meses y un niño de 3 años, Carmen se separó del padre de sus hijos para terminar una relación violenta. Con una situación económica precaria, ocupó un terreno baldío, igual que muchos vecinos y, con los años, formaron una cooperativa y lograron un acuerdo con los dueños para pagar en cuotas el terreno donde construyeron sus casas. Los primeros tiempos fueron los más duros. Sin posibilidad de buscar un trabajo en blanco y con dos niños a cargo, Carmen se las rebuscaba para sobrevivir: vendía comida, cosía ropa. Nunca pudo tener un trabajo formal, pero siempre trabajó.

Su hija Judith, de 28 años, la define como una luchadora. "Mi vieja siempre fue al frente a pesar de la adversidad. Crió sola a sus hijos, se le quemó la casa de madera y quedó sin nada. Aun en los momentos más duros nunca bajó los brazos." En 2016 comenzó a militar en Somos Barrios de Pie. Gabriela, vecina y compañera de militancia, cuenta que el comedor del barrio empezó de cero. Los fines de semana, Carmen cocinaba arroz con pollo y lo vendía en la vereda. Con lo recaudado compraron una de las primeras ollas. "Era una compañera que siempre estaba y sabías que podías contar con ella, lloviera o tronara. Tenía una dedicación única: no cualquiera dispone así su tiempo para el otro", afirma Gabriela.

Dos años después propuso iniciar el merendero en su casa. Como todos la conocían, al poco tiempo acudían decenas de chicxs. "Era lo que a ella le hacía feliz. Puso el lugar, las ollas, todo. Sacaba la mesa a la calle, preparaba la leche, las tortas fritas y se llenaba de chicos", cuenta Judith.

Cuando empezó la pandemia, Carmen se aisló en su casa porque era paciente de riesgo. En el Barrio Rivadavia del Bajo Flores numerosas familias quedaron sin ingresos por no poder hacer changas y mucha gente se encontró por primera vez en esa situación acuciante, engrosando largas filas en espera de un plato de comida en los comedores que aún seguían abiertos.

El llamado de uno de los niños que habitualmente se acercaban al merendero le hizo tomar la decisión de reabrir. "Nosotros le dijimos que era peligroso, pero mi vieja estaba decidida -relata Judith-. Cuando yo era chica había días que nos quedábamos sin comer. Mi mamá no se olvidó nunca y sentía que era su obligación ayudar."

Desde entonces, el merendero duplicó su tarea. Si antes de la pandemia iban treinta niñes del barrio, cuando reabrió se convirtió en un espacio al que acudían familias enteras. Sin trabajo, sin casa y viviendo en la calle, la situación del barrio era desesperante.

"Es muy fácil para el Gobierno decirte que cumplas la cuarentena cuando tenés todo. Pero cuando vivís el día a día, sin trabajo, sin posibilidad de hacer una changa, sin comida, se hace difícil. Muchas familias que nunca tuvieron necesidades, en la pandemia se encontraron así", asegura Gabriela.

Cuando Carmen comenzó con vómitos, como había sido operada del intestino lo vincularon con eso. La internaron en el Hospital Piñero. Falleció el 3 de junio. Dos de sus hijas se encontraban internadas también con Covid-19.

Gabriela se emociona el recordar las jornadas solidarias de los viernes, donde junto a Carmen relevaban a las personas en situación de calle y entregaban la comida en cada cuadra del barrio. "Estamos mal, son muchas compas que dieron todo y hoy ya no están. La única manera que tenemos de hacer visible lo que nadie quiere mostrar es saliendo a la calle. Parece que lo que no se ve, no existe", concluye.

Judith destaca la valentía de su valentía, sus ganas de ayudar, y el recuerdo que dejó en su barrio. Hoy todavía hay niños que preguntan por ella, y al pasar por el merendero la ven en el mural que hicieron los vecinos: Carmen y su olla, siempre presentes.