Desde Barcelona

UNO Como desde hace casi un año, a Rodríguez vuelve a pasarle lo que no deja de pasarle: preguntarse si en verdad vio/sucedió, soñó, inventó o recuerda algo. En cualquier caso, Rodríguez fue con su hijo a CaixaForum, a la exposición Vampiros: La evolución del mito. Aforo limitado, mascarillas y gel a manera de estaca y ajo y crucifijo para así intentar más hacer frente que hacer retroceder a una plaga que no te chupa la sangre sino que escupe en ella. Y ahí una historia folk y literaria y cinematográfica y pop del asunto. Y Rodríguez está casi seguro que había todo un panel sobre la politización satírica del Conde & Co. Y, claro, que ahí estaba Donald Trump. Y, al verlo, Rodríguez pensó "Donald Vamp". Y a la salida él y su hijo (¿habrá algo más regocijante que la buena calefacción de los museos? Su hijo tan feliz de no portar "manta scola/poncho" que lleva al colegio para no tener hipotermia por las ventanas abiertas de su aula para ventilar bacterias) fueron atacados por viento frío de ese que soplaba/sonaba en el blanco y negro de las películas de la Universal. Y en todas partes se hablaba de la tormenta Filomena para así poder, al menos por un rato, dejar de hablar del huracán covid-19/20/21 que aquí vuelve, que nunca se fue.

Como Drácula.

DOS Así, los aldeanos se persignaban una y otra vez cada vez que se mencionaba a Filomena y parecían casi felices por lo sucedido en la toma al Capitolio (que no es golpe ni terrorismo sino aterrorismo y chichón y es ahora utilizado como ¡buuúh!, indistintamente, por la Derecha y la Izquierda planetaria para acusarse mutuamente). Cualquier otra catástrofe novedosa --a falta de buenas nuevas-- era bienvenida, pensó Rodríguez. Así, por un mal tiempito, los "expertos" en virus mutaron a meteorólogos atormentados (a los que siempre se obliga a informar desde exteriores) o a suerte de Van Helsings expertos en las conductas de un imperio poseído por trumpferatu rubio y rubicundo: el inquilino de la más dark Casa Blanca que se recuerde y en la que los últimos cuatro años todo día fue una mezcla de Halloween con Días de los Inocentes culposos (propagando su influjo al resto del calendario del mundo en un disonante todo-es-posible y vale-todo). Porque --como al Conde, quien no entra si no se le abre la puerta-- alguien lo invitó a pasar. Cuatro años más tarde, se le muestra espejo a Trump para expulsarlo pero, claro, nada le gusta más que un espejo. Y sabe que es apestado que seguirá apestando porque, también, es un reflejo de la sociedad que lo creó y elevó (y hasta es posible que sea el síntoma más virulento a la fecha de una tendencia mundial). En cualquier caso, Trump se irá de la capital y volverá a sus parajes de costumbre (esa Xanadú conocida como Mar-a-Lago organizando fiestas à la Gatsby en versión trash) o a nuevos terrenos de caza rematando lo que sabe al mejor postor (¿Moscú? ¿Abu Dabi? ¿China?) a la espera de secuela con efectos especiales más virtuales y no virtuosos. Rodríguez tiembla anticipando a sucesor con mayor potencia juvenil (hacer votos y votar porque no se parezca en nada al trumposo villano de la casi narcótica por aburrida nueva película de Wonder Woman), flamante vampiresa a tono (no es casual que Melania venga de territorio centroeuropeo) para dominar el mundo reconduciendo a sus disonantes "criaturas de la noche". Así, en realidad el problema ya no es tanto Trump (¿será posible que su castigo sólo sea el desterrarlo de las redes?) sino su poder residual (y el de sus seguidores) y la fatiga de materiales (de sus rivales). Y queda la gran duda en cuanto si a la imperial tierra casi baldía que deja tras de sí habrá que cortarle la cabeza como a Lucy Westenra o si (como lo que acaba sucediendo con la seducida y excitada Mina Harker) hay aún alguna posibilidad de refundación redentora y de vuelta al recato interno y al desborde extranjero y a la disciplina protestante luego del caos protestón. Misma duda es aplicable a Donald: ¿será degradado a Renfield aullante y tragamoscas metido dentro de un chaleco de fuerza (hasta ahora, Rudy Giuliani ha asumido ese rol) o...? Por el momento, una encuesta en USA reveló que Trump era más admirado que Obama y que Biden. Así que...

TRES ...Rodríguez ahora lee en su casa (cada vez más parecida a un mausoleo del que rara vez sale) los muy recomendables El vampiro: Una nueva historia de Nick Groom sobre la especie e Historia de Drácula de Clive Leatherdale sobre su más destacado espécimen. Y es que Rodríguez es fang-fan. Desde que leyó la novela genial del mediocre Bram Stoker. Todavía le sigue sorprendiendo ese formidable recurso de que Drácula aparezca poco y nada pero todos se la pasen hablando de él. Así, a partir de ese bautismo de sangre, Rodríguez no ha dejado de clavarle colmillos a toda nueva encarnación de Drácula: Soy leyenda, Varney y Carmilla, Salem's Lot, los condenados a la escolaridad eterna de Crepúsculo, Lestat & Co., la pareja de Only Lovers Left Alive con su envidiable lectura veloz con las yemas de sus dedos, Bowie y Weyland, los vampiros bolivianos de The Passage, Phil Spector, esa formidable saga y mash-up de Kim Newman... Pongan lo que le pongan, Rodríguez va a morder y ofrecer su cuello. Rodríguez hasta se interesó por esa noticia acerca de estudio de la Universidad de Tel Aviv denominado Proyecto GPS-Bat y dedicándose a la decodificación/traducción de "conversaciones" que tienen entre ellos los murciélagos a partir de "recurrencias en sus vocalizaciones". Yossi Yovel --neuro-ecólogo al frente-- ha reportado que "los murciélagos son animales muy inteligentes y con una rica vida social, por lo que requieren de una forma sofisticada de comunicación. Descubrimos que tienen cuatro temas principales de charla: comida, sueño, sexo y otras cosas". Todo ok, pero a Rodríguez le preocupa un tanto la ambigüedad del rubro "otras cosas". ¿Conversarán los murciélagos acerca de si será buena la versión cinematográfica del vampírico Morbius o de cómo seguir esparciendo el de nuevo fuera de control coronavirus?

Quién sabe... Por el momento, Rodríguez se acuerda de que la exposición vampírica remataba con un agradecible pero engañoso consuelo: una habitación con espejo en el que el visitante no se reflejaba acaso poseído por todo lo visto allí dentro. Pero no se trataba de otra cosa que de un truco tan inspirado como sencillo: no era un espejo sino un cristal donde, al otro lado, se había reconstruido, invertida, la habitación en la que estaban él y su hijo, enmascarillados, preguntándose cuanto faltaba para que amanezca, que no es poco.

Así, la ilusión duró poco. Salieron de allí y el sol no los fulminó. Y (mientras los mismos que aseguraron en marzo '20 que el virus no llegaría a España afirman en febrero enero '21 que no hay que preocuparse de que se extienda la cepa británica y, hey, ya falta sangre en los hospitales de Madrid) comprendieron lo más triste de todo: puestos a monstruificarse, Rodríguez & Hijo estaban mucho pero mucho más cerca del ruinoso zombi que del aristocrático vampiro.