Mariana Molteni salió de la Escuela Itinerante a tomar un poco de aire. Ese jueves –el pasado– se habían despertado “tempranísimo” ella y los otros docentes que habían pasado la primera noche de la instalación que sostiene y visibiliza los reclamos de los maestros en un conflicto que ya lleva más de dos meses. Estaba saliendo el sol y mientras Mariana estaba ahí parada contra la valla –que separa la estructura de la calle– un muchacho se acercó, le empezó a dar charla. Le contó que no sabía leer ni escribir, que sobrevivía de lo que le dejaba la “changa” de abrir y cerrar puertas de taxis en Palermo y quería aprender. “‘¿Usted podría ser mi maestra?’, me preguntó y me desarmó”, resumió Mariana sobre el primer alumno de la resistencia docente en la Plaza de los dos Congresos.

En el “patiecito interno” de la escuela itinerante, un espacio donde se suelen armar las rondas de mates entre las maestras y los maestros que sostienen activamente la protesta, algunos dirigentes gremiales y personas que dan una mano en la organización, Molteni reconstruyó el primer encuentro con Carlos, un hombre de 40 años que desde el jueves toma clases con los trabajadores en lucha. “Se me acercó y me preguntó si éramos docentes los que habíamos levantado esto –en referencia a la estructura–. Me contó que vive acá dos cuadras, en un hogar de la ciudad. Cargaba una bolsa, andaba por la calle. Me dijo que no sabía leer ni escribir, que nunca había podido ir a la escuela y me miraba como preguntándome. Yo le dije, bueno, lo que acá sobran son maestros, entonces se animó y me preguntó ‘¿Usted podría se mi maestra?’, me desarmó”, contó la docente de una escuela primaria de Avellaneda y militante de Suteba.

La lucha de los docentes con el gobierno de Mauricio Macri no es la primera de Molteni como trabajadora de la educación pública ni la Escuela itinerante es su primera vez frente a la Plaza de Dos Congresos. Ayunó en la Carpa Blanca que le reclamó al gobierno de Carlos Menem, durante los 90. Entonces, esa conversión del espacio público en aula educativa recibió pedidos de enseñanza como sucedió el jueves pasado. “Le dije que por supuesto, que acá lo íbamos a ayudar. Me dijo que tenía una changa, abre y cierra puertas de taxis en Palermo, que iba a intentar conseguir plata para comprar un cuaderno y volví”, contó la docente, a quien el pedido de Carlos la conmovió pero, de primera, no la convenció. “No creíamos que fuera a volver. Pero nos sorprendió”.

Pasaron algunas horas y la Escuela itinerante docente se llenó de gente aquel jueves. Fue el día en que debieron reproducir más de cuatro veces el documental en homenaje al maestro neuquino Carlos Fuentealba, asesinado durante una represión provincial en la primera década de los 2000. “Andaba organizando el gentío acá adentro, cuando viene una compañera que estaba controlando el ingreso a la escuela y me cuenta que había un señor que le decía que ya estaba listo para las clases, que alguien le había dicho que acá le podíamos enseñar”, continuó Molteni, quien reaccionó con un “¡Sí, es mi alumno!”, a la consulta de su colega.

Carlos no solo había cumplido su promesa de regresar. Apuntó la docente: “Tenía en la mano una bolsa de plástico. Había comprado un cuaderno un cuaderno, un lápiz, una goma de borrar y un sacapuntas”. Como ella trabaja en nivel primario y, además, andaba “de acá para allá” con las actividades de la escuela, le buscaron una maestra de adultos a Carlos, que enseguida encontraron. “Les armamos una mesita al sol, lejos del barullo y ahí Carlos empezó sus clases”, concluyó Molteni, conmovida: “Me gratifica lo que sucede con Carlos, como lo hizo entonces la Carpa Blanca de los 90, porque demuestra el significado social que sigue teniendo la escuela, el de ayuda a avanzar, la certeza de que puede cobijar”. Aquel mediodía, eternizó la clase de Carlos con la cámara de su celular, sin imaginar que la escena se viralizaría en las redes sociales. “A las pocas horas, gente que venía a visitar la escuela me mostraba la foto que había sacado yo y me preguntaban si era cierta, estaban conmovidos”, señaló, aún sorprendida.

Pero el hombre volvió el viernes. Entonces, ya se había hecho amigo de los muchachos encargados de conducir la camioneta del Suteba. “Se lo ve contento. Vino a mostrarnos que se había sacado un diez y nos dijo que la iba a convencer a su hija mayor de que también venga. Seguro lo vamos a seguir viendo”, contaron los muchachos.