Para ser escrito por todos quienes tuvieran la capacidad de hacerlo, desde los poetas más simples y populares hasta los novelistas más profundos y complejos, sin olvidar los de carácter técnico ni los de índole filosófica, psicológicay/o psicoanalítica. No quisiéramos dejar caer en el olvido a aquellos textos que nos han producido tanto placer: los tangos de Carlos Gardel, Homero Manzi, Aníbal Troilo, Edmundo Rivero y tantos más o las composiciones en forma de valses clásicos de Frédéric Chopin, Franz Schubert, Claude Debussy, entre otros. Los conciertos y las óperas, cuya música se deja escuchar en teatros, y las letras de las que los cantantes son intérpretes sólo necesitaron para ser construidos siete notas (do, re, mi, fa, sol, la, si) y las unidades de un alfabeto, con las que se escriben frases y se articulan las conjunciones lingüísticas fundamentales.

Cabe recalcar que rastrear la aparición del lenguaje, que es el artífice de toda clase de textos, remite a un pasado que, de alguna manera, coincide con la invención de las lenguas populares primarias (sumerio, egipcio antiguo, semíticas, chino clásico, griego antiguo, entre otras de las que se destacan).

Sin embargo, nuestro presente carente de un pasado --dado que el recuerdo de tal pasado, según lo descubriera Sigmund Freud, es siempre encubridor-- posibilita adjudicar múltiples sentidos a los textos y da lugar a, entre otros, cuentos como los de Honorio Bustos Domecq, en los que Jorge Luis Borges promoviera una forma particular de escribir y de leer al mismo tiempo... Veamos un fragmento donde quien lee debe, casi como exigencia del autor, completar la escritura, en función de su universo semántico: “Ahí la casualidad quiso que el destino nos pusiera al alcance de un ónibus rumbo al Descanso de Hacienda de La Negra, que ni llovido por Baigorri. El camionero, que se lo tenía bien remanyado al guarda-conductor, causa de haber sido los dos --en los tiempos heroicos del Zoológico Popular de Villa Domínico-- mitades de un mismo camello, le suplicó a ese catalán que nos portara” (Bustos Domecq, La fiesta del Monstruo, 1947).

No obstante, el pasado no deja de volverse constante presente, dado que el presente, en parte, consiste en descubrir o inventar el pasado. En términos literarios, podría ser el trabajo del detective de una novela policial. En términos psicoanalíticos, sería la permanente búsqueda de decodificar los mensajes del inconsciente, que debemos leer y escribir al mismo tiempo como en el fragmento citado del cuento de Bustos Domecq. Tal resultó el caso de la decodificación y creación, por parte de Freud, de ese brazo del lenguaje/simbólico paralizado como manifestación/invención/imaginación del inconsciente, en tanto y en cuanto no coincidía con al brazo orgánico, puesto que aquella parálisis no respondía a las leyes de la fisiología, pero sí a las de las creaciones lingüísticas y semánticas.

Juan Carlos Nocetti es psicoanalista.