“Entonces me preguntaba, ¿y nuestras mujeres artistas? ¿Las históricas? ¿Las que produjeron en un contexto quizás poco favorable para ser mujer y artista? ¿Quiénes eran? ¿Cómo eran sus rostros?” dice Paola Vega en el prólogo de su primera libro: Las promesas, y a través de esas preguntas articula un relato visual que recupera nombres olvidados o apenas conocidos: Sarah Grilo, Mabel Rubli, María Obligado, Lidy Prati, Ada Tvarkos, entre muchas otras. El proyecto, que arrancó llamándose “Constelaciones”, fue creciendo gracias a internet y le llevó siete años; al principio fue totalmente artesanal, de boca en boca, a través de llamados, mensajes de Facebook o comentarios que había que rastrear hasta llegar a su origen. Así de escondidas están nuestras artistas, así de complejo es verlas en acción, cuando la imagen de los varones pueblan la web, los museos y las colecciones privadas.
Vega es historiadora (Universidad Nacional del Sur), pintora, trabaja con archivos de artistas como Cristina Schiavi o Gumier Maier y, de un tiempo a esta parte, trata de vincular su formación como historiadora a su tarea como artista. Las promesas es el resultado de una ardua investigación. “Primero buscaba talleres de artistas en el mundo, sobre todo históricos, que me interesaban más que actuales y los subía a Facebook. En un momento me di cuenta que tenía muchísimas más imágenes de hombres que de mujeres y ahí me puse a buscar específicamente a artistas mujeres. Finalmente decidí dedicarme a esas joyitas que encontraba, porque eran muy difíciles de rastrear y terminé uniendo esas imágenes de mujeres en sus ateliers y el ida y vuelta con los colegas cuando yo subía esa info” cuenta a Las12. Con el tiempo decidió centrarse en las argentinas: “porque son mis referentes más cercanas, y porque de alguna manera también les debo el hecho de estar trabajando en el arte. Es una manera de agradecer esas existencias, que ellas se jugaron por su profesión y por sus deseos. A nosotras hoy nos parece muy común pero en otra época estaba malo visto, hay varias (pienso en Elena Touzé, por ejemplo) que en un momento determinado se casan y tienen que terminar con su carrera”.

Por otro lado, Vega trabajó un año como asistente de Marcelo Pombo, quien creó un archivo llamado “artistas del pueblo”, para visibilizar aquellos nombres que no fueron foco de la historia del arte académica. “El fue un gran inspirador para este trabajo y por otro lado, Georgina Gluzman, con un libro que se llama Trazos invisibles: ella rescata la historia de varias artistas mujeres olvidadas. Es quien más sabe de artistas mujeres en nuestro país”.

Después la invitaron a una muestra en el Mamba y le dio un formato de obra a las imágenes, 90 diapositivas que se pasaban en loop, con algunos nombres que llegaban a la actualidad. Esa obra fue viajando, se mostró en varios lugares y en 2019, con los diez años de PintorAs, grupo que Vega creó con Ad Minoliti allá por 2009 y hoy es un colectivo de 16 artistas (con Diana Aisenberg, Catalina León, Claudia del Rio, entre otras) salieron a la luz en formato de video. El libro vino muy poco después gracias a Mecenazgo Cultural y a través de la editorial rosarina Iván Rosado. “Es un libro que podés meter en la cartera o en la mochila, no es un ladrillazo, y me parece que es perfecto para sacar información y conocer a estas artistas. A mí me interesaba la divulgación, y que le llegue a todxs”. Para Vega, las mujeres han sido relegadas en el trascurso de la historia no solo en el arte sino en todos los ámbitos. “Hoy por hoy nos cuesta lo mismo, si bien estamos posicionadas de otro modo, es una lucha que continúa. Terminar con el patriarcado no es algo que yo creo que llegue a ver, pero ya empezar a desmenuzarlo es un trabajo infinito. El valor de las obras de las mujeres es inferior al de los hombres, las posibilidades son menores, es una lucha muy difícil pero no imposible. La visión de la historia hegemónica, de la historia oficial, siempre fue muy patriarcal” dice Vega.

Las artistas, sus caras, sus cuerpos

La historia de Yente le llegó a la autora gracias a su sobrina nieta, Liliana Crenovich. “Es una persona muy amable que hace un trabajo enorme por el legado de su tía abuela. No es algo común el amor que pone en el cuidado de las obras y cómo se preocupa de donde van a circular. Vende alguna que otra para poder solventar todo este trabajo pero no está preocupada por la venta de toda esa obra que heredó sino en ubicar las obras en colecciones de museos para que pueda ser vista por todo el mundo”. Vega explica que las mujeres que lograron destacarse a lo largo del siglo XX son casos excepcionales. Son ellos los que ganan los concursos, los “maestros”, los “referentes”, los “genios”. “Tiene que ver con una construcción cultural y social: es muy triste cuando no encontrás fotos ni registros de una artista, o sabés que tuvieron que terminar su carrera cuando se casaron o tuvieron hijos. O que dependían de que sus familias las apoyaran económicamente, porque de otra manera no hubieran podido hacer lo que hicieron”.

Lola Mora en su taller

La de Lidy Prati es una imagen bellísima que consiguió gracias a la historiadora María Amalia García, ella estudió a Lidy y curó una muestra que fue en el Malba hace unos años: Yente- Prati. “Le pedí permiso a la familia y me autorizaron, porque es una figurita difícil ya que ella misma se repliega en un momento del mundo del arte y fue muy difícil seguir sus huellas. Cada familia hace su propio trabajo con el legado de las artistas, muchas no viven en Buenos Aires” explica. También hay una imagen preciosa del taller provisorio de Lola Mora en la calle 9 de Julio, cuando estaba haciendo Las Nereidas. “Fue gracias al Archivo General de la Nación (al que consulté bastante). Lola Mora es un caso distinto porque es un nombre mucho más conocido, se conservan sus obras en espacios públicos, fue una artista importante de la época y además fue muy fotografiada y hay mucha información sobre ella. Es un hecho totalmente único en el caso de las artistas mujeres”.

Sobre Ana Sokol investigó dos años. “Fue una artista peluquera, tenía su peluquería-taller-tienda todo junto en la primera cuadra de la calle 25 de Mayo. Pertenecía a lo que se llamó el grupo de ingenuos o naif al que pertenecía también Manuel Mujica Láinez. Ana Sokol me llamó la atención inmediatamente cuando la conocí”. Vega curó una muestra de esta artista en la galería Formosa: “cuando hice la muestra apareció la nieta y fue muy hermoso”. En el caso de Josefina Robirosa el trabajo fue detectivesco. “Me habían pasado el teléfono de una de sus hijas, no pude dar con ella, pero esta foto que me encantaba y que yo había visto en algún libro era de Anatole Saderman. A partir de ahí llegué a su hijo, un señor amoroso de ochenti tantos que le encantó la idea del libro y me pasó varias fotos que había sacado su papá, que también era artista. Ella es una artista a revalorizar, no hay mucha información en la web y tampoco hay un buen libro sobre ella y creo que es alguien importante también como gestora, cuando estuvo en el Fondo Nacional de las Artes”.

En la contratapa del libro, la artista Silvia Gurfein delinea con palabras algo de esos gestos, de esas corporalidades que se vuelcan al lienzo, al espacio, al mundo: “Sus gestos, sus sonrisas, sus miradas, todo importa. Las obras necesitaron para existir del tamiz poroso de sus almas y de sus cuerpos. Ellas habitaron este mundo, no son solo nombres. Ahora son estos semblantes, estas imágenes rescatadas que finalmente podremos unir con sus creaciones. Detrás de cada obra hay una mujer”.