Producción: Florencia Barragan

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Federalizar el desarrollo

Por Federico Luis Vaccarezza (*)

Si bien, en términos comparativos son innumerables las diferencias que hay entre las estructuras de las economías, el rasgo común a todas las economías que se desarrollaron y de aquellas que están más avanzadas en ese proceso, es su nivel de participación en la economía mundial. Cuanto mayor es el nivel de participación del sector externo en relación al PBI de la economía, mayor es el nivel de crecimiento, estabilidad y desarrollo. Por lo tanto, cuanto mayor es el nivel de integración de una región geográfica con la economía mundial, mayor es el nivel de ingreso y de prosperidad. Este mismo principio que rige para los países, también rige para las regiones y las provincias del país.

La brecha interna

La generación de riqueza en nuestro país está estrechamente vinculada con la capacidad que tiene una región de participar en la economía mundial. Pero, para exponerlo más claramente es necesario analizar algunos datos del origen provincial de las exportaciones (OPEX) que mide el Indec. Durante el primer semestre de 2020, el valor de las exportaciones totales fue de 26.934 millones de dólares. De este valor, 20.626 millones correspondieron a exportaciones de la región pampeana, que equivalen al 76,6 por ciento del total exportado, mientras que a la región patagónica le equivale el 8,8, a la región de noroeste el 6, a la región Cuyana el 5,9, y al noreste argentino el 2,1 por ciento del valor total exportado.

El territorio federal argentino, este compuesto por 23 provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pero, en términos de participación en el comercio internacional, las regiones de Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, La Pampa y San Luis concentran más de tres cuartas partes (3/4) del valor exportado del país mientras que, el cuarto restante (1/4) se reparte inequitativamente entre las otras 19 provincias.

En cuanto a las provincias en sí misma la distribución es aún más inequitativa. A Buenos Aires le corresponde el 35,3 por ciento del valor total exportado del país, a Santa Fe el 20,1 y a Córdoba el 15,9 por ciento. En total solo tres provincias equivalen al 72 por ciento del valor total exportado por el país.

Con los sectores la situación no es muy diferente, a la región pampeana le corresponden alrededor del 97 por ciento del valor total de las exportaciones del complejo oleaginoso; el 84 del complejo cerealero; el 97 del sector automotor; el 92 del sector bovino; el 91 del complejo farmacéutico; y el 97 por ciento del complejo avícola; entre otros. La concentración es tan fenomenal que, cada año que pasa, se abre cada vez más la brecha interna entre las posibilidades de desarrollo de estas provincias con el resto del país.

En la inversión la cuestión es similar. Según datos de la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional (AACI), durante el 2018 que fue el último año que podemos contabilizar como regular en la recepción de inversiones, la región de Buenos Aires recibió 11.000 millones de dólares lo que equivale al 29,8 por ciento del total anual.

Si bien nuestro país adopta constitucionalmente un sistema político federal, ese federalismo queda neutralizado en términos económicos por la alta concentración de oportunidades en solo tres provincias mientras que el resto se aleja cada día más en términos relativos de mejorar sus posibilidades de desarrollo. Al no poder participar con sus estructuras económicas de una integración virtuosa a la economía mundial es que la mayoría de las provincias se vuelven cada vez menos relevantes en términos económicos.

Apostar por la diversificación exportadora

Durante el 2020 el gobierno nacional ha estado trabajando con entidades productoras de alimentos de la Argentina en una propuesta que tiene como fin elevar las exportaciones argentinas a 100.000 millones de dólares en 2030 lo que, a valores actuales de nuestras exportaciones, dañadas por la caída del comercio mundial por la pandemia, casi duplicaría el valor actual. La propuesta es interesante, pero proviene del sector oleaginoso y cerealero concentrado en las tres principales provincias del país lo que ampliaría aún más la brecha entre las provincias exportadoras y la periferia interna. Para tener una economía que permita un desarrollo equitativo de las regiones se necesita elaborar una estrategia de desarrollo orientada a aumentar la capacidad productiva y exportadora de las provincias del país.

Esto requiere direccionar de manera activa la inversión en infraestructura productiva, el financiamiento y los estímulos a las exportaciones, orientar la política comercial externa y los recursos destinados a la promoción de las exportaciones e inversiones hacia el desarrollo de las economías regionales.

El superar la brecha interna implica asumir que, la mejora sustancial en el aumento y diversificación geográfica de la oferta exportadora argentina hacia el mercado mundial, es quizá el más importante de todos los desafíos para nuestro desarrollo que tenemos por delante.

(*) Magister en Relaciones Comerciales Internacionales (UNTreF). Docente de la Licenciatura en Economía UNDAV.

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Los cambios en la OMC

Por Julieta Zelicovich (**)

En mayo de 2020, en un contexto de urgencias, signadas entre otros por la guerra comercial entre Estados Unidos y China y los efectos disruptivos de la pandemia, la Organización Mundial de Comercio (OMC) se vio sacudida por la renuncia anticipada de Roberto Azevêdo. Tras varios meses, en los que primó más la disputa geopolítica que la ponderación de los antecedentes de los distintos candidatos, el 15 de febrero quedó electa como Directora General la nigeriana Ngozi Okonjo-Iweala.

En el medio se sucedieron varias rondas de negociaciones frustradas en las que quedó de manifiesto que si bien ni Estados Unidos ni China por si mismos pudieron imponer sus preferencias respecto de la orientación de la gobernanza global del comercio internacional, la falta de cooperación entre estos dos sí resultó suficiente para que la OMC viera ralentizado su funcionamiento, y se elevaran de manera sustantiva los niveles de incertidumbre respecto del futuro de la cooperación en materia de comercio internacional. La elección fue posible no solo por el cambio de gobierno en Estados Unidos, sino también porque la otra candidata, Yoo Myung-hee, retiró su postulación.

Ngozi es la primera mujer, y la primera africana en ejercer el cargo de la Dirección General de la OMC. Otra diferencia significativa respecto de sus antecesores, es que sus antecedentes están más vinculados a las problemáticas del desarrollo que al núcleo duro del comercio internacional. Su enfoque es que el comercio internacional y las relaciones comerciales “se tratan fundamentalmente de personas”.

En consonancia su discurso aparenta poner mucho más énfasis en lo que el comercio puede hacer por las personas antes que en lo que las personas pueden hacer por el comercio. La diferencia trasciende el juego de palabras, y tiene una carga importante para las políticas públicas, en un contexto en el cual aquello que los países miembro quieren del comercio y de las políticas comerciales es algo que se encuentra en disputa. Por ejemplo, en las negociaciones relativas a la pesca y la sustentabilidad ambiental; en la tensión entre comercio y desarrollo; e inclusive, en la regulación del comercio electrónico.

Las prioridades que marcó Ngozi para su gestión incluyen un rol más activo para la OMC en la gestión de la crisis de la Covid-19 (apuntando entre otros a un comercio de insumos sanitarios menos restrictivo. También en que las relaciones comerciales contribuyan a asegurar la provisión de vacunas). Otra de sus metas es reformar el mecanismo de solución de controversias, que permita volver a poner en funcionamiento el Órgano de Apelaciones. También busca en su gestión avanzar en la actualización de los marcos normativos y procedimentales de la OMC. Este punto es una deuda de larga data y una meta que distintos directores se han propuesto sin éxito.

A corto plazo el objetivo de Ngozi es que la 12ª Conferencia Ministerial a celebrarse en 2021 produzca algunos resultados en las negociaciones de subsidios a la pesca y comercio digital, así como una hoja de ruta para resolver el bloqueo del órgano de apelaciones. En esa lista, y de interés para la Argentina, aparece también el deseo de Ngozi de impulsar algún tipo de resultado en la eliminación de las restricciones a las exportaciones destinadas al Programa Mundial de Alimentos de la ONU.

La elección de Ngozi no resuelve los problemas de fondo de la gobernanza multilateral de comercio, y sería equivocado ser excesivamente optimista respecto de cuánto puede resolver. La OMC sigue cautiva de la dinámica de cooperación-conflicto entre Estados y China. Por su parte, es preciso recordar que la OMC es un organismo “dirigido por sus miembros” y que el margen de acción del Director General es más bien acotado. La elección es una primera piedra en un proceso que, si logra generar los consensos suficientes, puede volver a dotar al multilateralismo comercial de la centralidad necesaria para los desafíos del mundo en pandemia y pos pandemia. Para Argentina, un multilateralismo fortalecido es siempre mejor noticia que un multilateralismo debilitado.

(**) Dra. En Relaciones Internacionales. Profesora en la UNR e Investigadora en CONICET