La alegría de escuchar a Canela y a Graciela Montes, dos referentes indiscutidas de la literatura infantil y juvenil, es compartida por la comunidad de maestros, bibliotecarios, escritores y mediadores de lectura que participó del XIV Encuentro Anual de Libros y Maestros, realizado por el grupo editorial Penguin Random House de manera virtual. “La biblioteca popular es una categoría transversal; está ligada a la escuela, pero también a todas las fuerzas vivas y adormecidas de un pueblo; cruza todo un lugar. Y es un lugar de referencia muy abierto, muy libre. Un bibliotecario siempre es una persona abierta; no es una persona que se mantiene adentro de una estructura corporativa, sino que está abierto a la sociedad”, dijo Montes, escritora, editora y traductora que marcó “el compás de una época a través de una actitud crítica”.

Montes recordó la experiencia de su mamá, Sara Mondani, una mujer que ni siquiera terminó la escuela primaria, pero que se convirtió en una lectora “muy culta” gracias a la biblioteca popular Los Tres López, en Barracas. “Desde que yo era muy chica me habló de su relación con la señorita González, que era la bibliotecaria. La figura del bibliotecario estaba siempre presente”, reconoció la autora de Amadeo y otra gente extraordinaria y agregó que donde más aprendió fue en los viajes por todo el país con el Plan Nacional de Lectura, que en ese momento dirigía Hebe Clementi, a mediados de los años '80. “Era poner los pies en la tierra; íbamos al terreno y trabajábamos a veces en pueblos muy pequeños. Me acuerdo particularmente de Las Varillas, en Córdoba, que en ese momento tenía 7000 habitantes, donde había una biblioteca popular; me enseñó muchísimo Juan Carlos Melano, que era el bibliotecario en aquel momento y me abrió la cabeza”. La escritora aseguró que un mediador de lectura tiene que ser “un lector curioso, dispuesto a otras lecturas”.

Canela fue desplegando varios libros de Montes –una autora que ha publicado más de setenta títulos- y trazó un itinerario de preguntas hilvanadas por la escritura, la edición y las experiencias vitales. “La verdad es que estoy convencida de que los chicos y los grandes (pero los chicos lo tienen más vivo y menos anquilosado) entran a los libros por muchos lados impensados”, subrayó Montes y precisó un ejemplo con Tengo un monstruo en el bolsillo, cuya editora fue Canela. “Un día estando en una escuela una nena me pregunta: ¿por qué Inés (la protagonista) tiene seis dedos? Efectivamente me mostró que había una imagen en la que Inés tenía seis dedos. Ni yo ni Elena Torres, que había sido la ilustradora original del libro, nos habíamos dado cuenta. Se entra a los libros por distintos lugares, por lugares muy particulares; yo respeto mucho eso de los chicos”, insistió la escritora y destacó una pequeña anécdota, vinculada con el mismo libro: “Me acuerdo que una nena me dijo que el monstruo es la rabia y las ganas de escribir. Me pareció sorprendente”.

Generosa y agradecida, Montes ponderó “la suerte” de que sus libros circulan entre los niños por las reediciones de su obra que está realizando Alfaguara Infantil. “¿La pantalla es el monstruo en el bolsillo?”, preguntó Canela. “La imaginería de una época va cambiando, el modo de construir las imágenes deja una marca enorme en la cultura. Pero no sé si lo hace sólo la pantalla, si tiene que ver con lo que nos rodea, como las publicidades, la moda, el modo en que la gente se viste; hay muchas cosas que van marcando la época. La pantalla tiende al estereotipo; es un molde más fijo, pero no quiere decir que no se pueda salir de eso. Es más fácil el estereotipo que la búsqueda”, advirtió la escritora, que editó la serie “Los cuentos del Chiribitil” del Centro Editor de América Latina.

Canela enfatizó la complicidad que establece Montes como autora, que genera que el lector sea cocreador del libro. “Los lectores son astutos y avezados, y me van a enseñar muchas cosas. Eso es un artículo de fe en el lector”, confirmó la escritora y mencionó la importancia que tuvo el barrio de Florida, donde transcurrió su infancia a fines de los años '40 y comienzos de los '50, en una etapa de su escritura. “Ese marco de referencia me permite poner el pie en tierra; que las metáforas que uno construya sean reales y no sean un adorno. Yo me podía permitir muchas excursiones del imaginario porque siempre podía volver a un lugar real, que conocía mucho y que tenía que ver conmigo”, explicó Montes, y reveló que algunos personajes como Doña Clementina se apoyan en una vecina de Florida, llamada doña Enriqueta, que hablaba en diminutivo.

Siempre contra la corrección política o los imperativos impuestos por el mercado, Canela definió a Montes como “una rebelde con causa” dentro de la literatura infantil y juvenil. “El libro es algo más que un molde social; tiene que poder ayudar a sortear y saltar moldes. Ajustarse demasiado a lo que pide el mercado o a lo que pide cualquier grupo social al que uno esté sometido para poder vender es un peligro. Y lo dice una persona que ha vendido sus libros y vive de los derechos de autor, porque no tengo más que una jubilación mínima. Se puede vender libros bien sin tratar de amoldarse a una exigencia previa, a un camino ya trillado, porque eso es casi como matar al libro”, reflexionó la escritora y comentó que ante la pandemia trata de evitar “los pensamientos muy rígidos, porque es un tema demasiado laberíntico como para clausurar ninguna salida”.

Montes resaltó que los niños tienen una deliberada suspensión del descreimiento, la suspensión de la desconfianza, que permite entrar al cuento. “Hay que suspender el descrédito del otro; antes de decir ‘no’, voy a escuchar. Eso es indispensable para poder entrar a un cuento y pienso que para muchas cosas de la vida es útil”, aclaró la escritora y concluyó con un mensaje para los maestros: “Tienen una situación difícil, pero al mismo tiempo protagónica, heroica, interesantísima: poder hacer posible la enseñanza presencial, que es indispensable, con los fantásticos recursos que saben poner en práctica, con las vueltas que pueden dar para sacar de situaciones muy extremas a la educación. Yo les dejaría el poder atajar el ‘no’, dejar un momento de reflexión antes de negarse. Es importante suspender el descrédito de los demás; es el modo del buen lector y los maestros son buenos lectores”.