"Invito a todos a que se eduquen en casa; así que si alguien se jode, la culpa será toda de los padres", le dice Asia Ortega, quien encarna a Amaia Torres en El internado: las cumbres, a El NO. La protagonista de la flamante serie de Amazon Prime Video responde así la pregunta sobre el torcido modelo pedagógico español representado, tanto en esta ficción, como en bombazos seriófilos recientes como Merlí y Elite.

El primero mostró en pantalla lo obsoleto del sistema escolar y le dio un canal de filosofía a la angustia teen. El otro supuso un coctel de sexo, drogas, hostias, jumpers y la hecatombe total para un colegio exclusivo. En este caso, los protagonistas son un grupo de "alimañas sin sentimientos" –según dice alguien– tratados como convictos por un régimen singular. Sólo falta la picadora de carne de The Wall. Acá hay encarcelamientos en mazmorras, manguerazos, clases bajo la lluvia y una directora en plan de alcaide penitenciaria.

El núcleo de la trama es el intento de los estudiantes por huir de esta institución, que convive con un monasterio en lo alto de una montaña. "Creo que son personajes que no se conforman con lo que tienen. Ansían la libertad por encima de todo. Eso implica pelear y robar dinero o estupefacientes. Su objetivo es escapar y van a muerte con ello. Son chavales que ansían la libertad y se enfrentan a un villano realmente peligroso y amenazador", expone Albert Salazar, a cargo de Paul, otro de los fundamentales en esta historia.

Las claves, según la actriz, son la profundidad y diversidad de los adolescentes mostrados en pantalla. "Paul se hace cargo de su hermana desde muy pequeño y Amaia viene con una limitación física, es frágil pero se muestra con una armadura. Así con todos, están lejos de los arquetipos", arriesga Ortega.

Inversiones, cuervos y pandemia

Amaia, Paul, Manu, Adele e Inés están confinados en este instituto que haría babear a Michel Foucault en eso de "vigilar y castigar". Justamente esos dos términos son los que usa el argentino Lucas Velasco para referirse a su personaje. El ex Patito Feo, Graduados y Combate aquí interpreta a Mario, un profesor de gimnasia al que define como un "perro guardián" de los estudiantes.

Otro argentino que hace de las suyas es Ramiro Blas (el doctor Sandoval de Vis a Vis) en su rol de mecenas del establecimiento. "Es el que pone la pasta para mantener todo, el que pesca el bacalao y lo vende, lo que está por develarse es lo que busca con su inversión", dice el intérprete. Queda claro que ninguno de los adultos de esta entrega tiene la predisposición y buenas intenciones de Merlí Bergeron. Los pibes, por su lado, las pasan peor que los peripatéticos catalanes.

"Aquí ya estoy presa", lanza Amaia antes de cometer un intento de fuga. La chica y su novio –Manu– se esconderán en el monte sin demasiada suerte. Lejos de la evasión van a chocar con puro misterio gótico. El internado: las cumbres también se juega por el terror y el thriller, empezando por la incógnita que deja el primer episodio: ¿quiénes eran los encapotados que secuestraron al novio de la protagonista?

"Cría cuervos y te sacarán los ojos", reza el dicho. Y en la serie esos animalitos gozan de gran protagonismo, suman bastante con su estética lóbrega y ruido impertinente. Niebla. Clases de latín. Rateadas. Una montaña escalofriante. Reglas de aseo. Y esa logia que lleva la estampa de ese pajarraco. "Además de los castigos, todo lo relativo al monasterio tiene una carga que es fundamental para la subtrama que irán descubriendo. Si la escena era de frío, lo sentías", apunta la actriz.

"El lugar te colocaba en el mood para interpretar a los chavales. Si te hacías el pillo y te escapabas por sus pasillos, a los cinco minutos querías volver porque tenías miedo en serio", suma Salazar. Y a la reclusión ficcional se le sumó la más explícita del rodaje hecho en pandemia. "Creo que nos ayudó un poco para sentirnos identificados con estos personajes que estaban encerrados a la fuerza y sin poder salir. Todo lo sentías mucho más", cuenta Ortega.

Old School

Imaginemos que el colegio de Rebelde Way reabriera sus puertas con una nueva entrega. ¿Lo haría con el mismo nivel de gordofobia, amor tóxico y odio de clase con el que ahora se acusa al producto de la factoría Cris Morena? La digresión viene a cuenta de que El internado: las cumbres es el reboot de una serie que hace más de una década hizo mucho ruido en España.

El internado: Laguna Negra también se apegó al formato de crímenes, misterio y drama escolar. "Formó parte de mi generación aunque yo no llegué a verla. Me moría de envidia porque cuando llegaba al cole todos hablaban de la serie. He visto algunos capítulos pero no chupé nada porque son dos historias completamente diferentes y que no tienen nada que ver", aclara Salazar.

En definitiva, ¿a qué se debe la acogida indestructible de historias dentro de claustros? Esa amplia línea que cuece a populares (Riverdale), perseguidos (The Society), hormonales (Sex Education), colegios modelos y otros de los márgenes (Presentes). Responde Ortega: "Esta serie se acoge a temas universales como el amor y la emancipación. Del amor fraternal. De compañerismo, ser parte de algo y sobre todo luchar por tus derechos."

Para Salazar, lo más urgente también juega su parte, y refiere incluso a lo que pasó en España con el rapero Pablo Hasel (encarcelado por twittear contra la monarquía). "Es una serie bastante necesaria en cuanto pasan cosas como que un artista vaya a la cárcel por expresar lo que siente. A estos chavales del internado también hay alguien que les pone la mano en la boca para que no digan lo que sienten y lo que les pasa. Y eso le pasa a los adolescentes en general".