Notturno                              7 Puntos

Italia/Francia/Alemania, 2020.

Dirección y guion: Gianfranco Rosi.

Duración: 100 minutos.

Estreno en la plataforma Mubi.

Las películas de Gianfranco Rosi suelen ser puntillosas, políticamente pertinentes y estéticamente bellas, aunque nunca preciosistas. Nacido en Italia en 1964, romano por adopción y con estudios cinematográficos realizados del otro lado del océano, el nombre comenzó a sonar con fuerza a partir de su segundo largometraje, El Sicario, Room 164, una de las estrellas de la edición 2010 del DocBuenosAires, que detallaba en primera persona las actividades de un asesino a sueldo de un cartel mexicano. Con la expansiva Sacro GRA –retrato colectivo del “conurbano” de Roma que terminó alzándose con el León de Oro en 2013– y Fuocoammare: Fuego en el mar (2016), registro de la vida en la isla de Lampedusa en plena crisis inmigratoria, el realizador terminó de cimentar su firma como una de las más relevantes en el panorama contemporáneo del cine documental. La introducción viene a cuento de su último esfuerzo, Notturno, que no hace más que confirmar el talento de un cineasta empeñado en utilizar la cámara como un arma creativa al servicio del retrato de lo real.

El trípode está plantado firmemente en el suelo, el sol todavía no se ha asomado y el playón aparece desierto. De pronto, un grupo de soldados recorre el cuadro y avanza hacia el horizonte. La mezcla de audio destaca el ruido sincrónico de los pasos y el canto de guerra de los hombres y mujeres, que van extinguiéndose a medida que se alejan. Otro grupo reemplaza al anterior y así varias veces, hasta que el espacio visual termina invadido por un auténtico pelotón del cual se desconoce origen, destino y misión. El nuevo largometraje de Rosi comienza con imágenes y sonidos de aquellos que empuñan las armas como modo de vida y profesión; el film volverá a algunos de ellos a lo largo del metraje, pero a partir de ese momento desplegará toda su atención en los sobrevivientes de la violencia bélica y política. Notturno, que tuvo su estreno el año pasado en el Festival de Venecia, fue rodada a lo largo de varios meses en zonas devastadas de Siria, Irak y Líbano, como así también en regiones de ese territorio no registrado por la cartografía oficial conocido como Kurdistán.

La película entrelaza viñetas cotidianas de hombres y mujeres, adultos, jóvenes y niños. La figura humana es relevante, pero también lo es el paisaje, así se trate de un plácido lago con fondo de fuegos industriales o las calles vacías de una ciudad destruida por los bombardeos. Un hombre sale a cazar en su pequeño bote en medio de la noche; una pareja joven conversa sobre una terraza con vista al pueblo; otro joven recorre las calles con sus cánticos religiosos; mujeres soldados descansan luego de una agotadora jornada de atención en la frontera. Casi sin diálogos, Notturno va tejiendo un tapiz de apariencia engañosamente simple, en el cual las consecuencias de la guerra y la violencia entre facciones políticas y religiosas comienza a ser cada vez más evidente. El realizador dedica varios segmentos a un puñado de internos de un hospital psiquiátrico concentrados en la puesta de una obra teatral cuyo eje no es otro que los corolarios de esas violencias. Hay un tono ensayístico en la manera en la cual se abordan los temas, dejando que el propio espectador sea el encargado de unir las líneas de puntos de las siluetas (más de una situación parece “reconstruida” especialmente para la cámara).

De pronto, entre mensajes de audio de mujeres secuestradas por el ISIS e imágenes de ruinas, una figura comienza a sobresalir del resto. Se trata de un adolescente, que no tendrá más de quince años, que todos los días sale a ganarse algunos billetes haciendo las veces de asistente de cazadores furtivos. El chico es huérfano, uno entre tantos otros. Sobre el final, Notturno destaca las conversaciones de un par de psicólogas con un grupo de niños cuyos dibujos plasman (¿exorcizan?) enfáticamente los hechos de violencia, destrucción y muerte de los cuales fueron testigos privilegiados. La cámara recorre lentamente esos gráficos de trazos inconfundiblemente infantiles, pero en los cuales el horror adquiere las formas más detalladas: los rasgos de los verdugos, sus armas, la sangre de los padres y las madres derramada. No hay consuelo posible, pero sí, tal vez, un futuro.