“Al fascismo no se le discute se lo destruye” es una frase atribuida al miliciano anarquista español Buenaventura Durruti. El problema de aplicarla como programa de acción ante las nuevas derechas es que al cancelar al adversario por obsceno o brutal (por más que lo sea), no se lo ve venir. Ni robustecerse, ni multiplicarse. La masa crítica -no necesariamente orgánica, ni paga- detrás de las derechas alternativas actuales está integrada por personas muchas veces ocultas detrás de la coartada del trolleo. Parecen fantasmas del inframundo de la Deep web, skinheads trasnochados o un puñado de resentidos particularmente ruidosos pero con poca capacidad de convocatoria. No debatir y tampoco tomar muy en serio a este conjunto heterogéneo de sensibilidades de derecha -alojadas por fuera del conservadurismo tradicional, asociadas al nacionalismo blanco, a veces antisemita, con una presencia muy activa en Internet- genera la impresión de que nos perdemos de una transición: ¿qué pasó entre el pululaje en foros espectrales y el desembarco en la Casa Blanca o el Planalto?

Falta vocabulario para terminar de nombrar y sobre todo de entender cómo convocan a millennials y centennials los voceros más sobresalientes de las derechas alternativas, a menudo tildados de bestialmente irrelevantes. Es decir, polemiquistas, tuiteros o youtubers, al fin y al cabo, referentes políticos, con millones de seguidores. Combinan una perspectiva liberal o ultraliberal en términos económicos, con posiciones fundamentalmente conservadoras en el plano social, con un uso creativo de las redes sociales. Un ejemplo es el comentarista trumpeano Milo Yiannopoulos: un exponente inglés del conservadurismo gay, preocupado por “la discriminación que sufren los hombres en el Reino Unido”, que se presenta como un pícaro adorable y supervillano de Internet que lucha por la libertad de expresión. Define al islamismo como una “cultura bárbara” y ha declarado la fecha de su cumpleaños como el Día Mundial del Patriarcado. No es un marginal, sino el autor del libro de humor político, Dangerous, que llegó a ser el más vendido en Amazon.

DISCRETO ENCANTO

Una buena puerta de entrada a las alt right es ¿La rebeldía se volvió de derecha?, el libro de Pablo Stefanoni, Doctor en Historia y jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Especialmente si se empieza por el final; por el glosario de las nuevas derechas. Allí se explica qué es el paleolibertarismo y por qué el sapo Pepe se convirtió en el meme-mascota de la restauración conservadora. Qué es la cultura chanera (de la plataforma 4chan, muy activa durante la campaña de Donald Trump), por qué presentarse como “célibes involuntarios” (incel) es una insignia que une a jóvenes varones blancos para conformar la fueza de choque de la masculinidad hegemónica para la quema virtual de feministas. Por qué acusan a buena parte del Partido Republicado, y a otros espacios de la derecha tradicional, de “cornudos” y por qué aseguran que vivimos en un contexto tomado de “marxismo cultural”. Y también: ¿Por qué es importante tener esta conversación en Argentina? Porque de los sentimientos de marginación del prototipo norteamericano de white trash a El libro negro de la izquierda de Agustín Laje habría un hilo conductor.

Una pregunta que el periodismo se suele hacer frente a este tema es si hablar de estos voceros reaccionarios, aunque sea para rebatirlos, es darles prensa, ¿no sería mejor ignorarlos? ¿Qué te hizo decidirte por el “no” como respuesta a esa pregunta?

-Muchos de los chicos que son parte de espacios libertarios a los que entrevisté para el libro respondían que su primer acercamiento a este mundo había sido un debate entre Agustín Laje y Malena Pichot, de hace unos años. Para abordar este tema, es verdad, que cualquier estrategia aparece fallida. Si los ignorás, sigue habiendo un mundo virtual que sigue su rumbo. El otro día hubo un debate en el canal de Laje, entre Gloria Álvarez -libertaria tradicional que dice que el Estado no se debe meter en nada, incluido el aborto, las drogas, pero también la venta de órganos- y Agustín Laje, que es más bien de una derecha reaccionaria, representaba la postura contra de la legalización. Javier Milei moderaba. Lo vieron más de 40 mil personas en vivo en Latinoamérica...

Y el canal de Laje en YouTube tiene más de 800 mil suscriptores…

-Sí… Si yo te cuento que el otro día vi ese debate que se llama “Los libertarios frente al aborto”, parece un tema de nicho. Pero ese video superó rápidamente el millón de vistas. Una gran mayoría de los espectadores estaban en contra de la legalización (podías medirlo por la cantidad de corazones celestes que los usuarios iban enviando en vivo). En esta nueva derecha argentina hay un sector “económico” (Milei), que está mucho en los medios. Y otro sector “de género” que no está porque los medios no se animan a invitar a alguien como Laje. Creo que hay que mirar qué hay ahí, ver de dónde vienen sus ideas. Ver cómo pasan de ser parte del mundo subcultural de Internet a coaliciones que disputan el poder en algunos países.

Estas derechas leen por fuera de sus ámbitos. Laje, por ejemplo, cita a Judith Butler contantemente. Pero las izquierdas no los leen a ellos…

-No se los lee porque lo que dicen es desagradable. Y porque hay cierta superioridad basada en la idea de que el progresismo no va a aprender nada ahí. Hay cierta zona de confort de que no hace falta, no son relevantes. Eso es una contradicción. Por un lado nos asusta el retorno de la extrema derecha, pero hay una cierta comodidad en seguir pensándolos como fantasmas. Como si bastara con descalificarlos. Es importante leer lo que dicen para entender por qué hay pibes jóvenes, no necesariamente de clase alta, que los siguen. Tomarlos en serio es ver las diferencias, entender cómo hacen para operar juntas muchas expresiones de derecha que son hasta contradictorias entre sí. En un evento hace pocos años en el Auditorio Belgrano estaban juntos Milei, Laje, Cecilia Pando, Gómez Centurión.

No es inédito que libertarios, conservadores y nacionalistas hagan alianzas. Más allá de las plataformas que ahora usan, ¿cuál sería la novedad?

-Los libertarios, que se supone que son antiautoritarios y luchan contra el poder del Estado, pero pueden terminar juntos con gente que defiende la dictadura militar. Podríamos querer resolverlo rápido y decir “Siempre los liberales apoyaron dictaduras”. Es verdad pero no alcanza. Hay derechas que hoy salen a disputar otros sentidos, son disruptivas. No son sólo conservadoras. Patean el tablero. A nivel global disputan con la izquierda esa posición antisistema, antielitista, provocadora. En Europa incluso hay trasvase de votos de la izquierda a la extrema derecha. En el mundo vemos que hay extremas derechas más estatistas y más liberales en lo económico. Más atlantistas y otras incluso casi pro-rusas. Otras antisemitas y otras que miran a Israel como un aliado contra el Islam. Y hay un paraguas que que las une a todas, que es el antiprogresismo.

¿Por qué tocan una fibra joven?

-Aparece un discurso antikeynesiano y antiimpuesto anudado a una especie de incorrección política (palabra de moda ahora si las hay…), incluso a formas de hacer campaña que recuerdan a la izquierda. Como ir con un megáfono a una plaza. Se muestran como fuera del sistema político e institucional. Juegan la carta de la provocación. Eso interpela gente joven. Tampoco quiero exagerar. Que eso funcione va a depender de otros factores. Y creo que más importante de cómo les va ahora, electoralmente, es que hoy aparecen dentro de los sectores más dinámicos discursivamente. Logran construir imágenes como que los privilegiados no son los grandes empresarios sino los que cobran planes sociales o los empleados públicos.

¿Dirías que las izquierdas y los sectores progresistas no logran del todo un contrapeso eficaz frente a estas imágenes?

-Hay una reacción ante el progresismo tanto por sus problemas como por sus éxitos. Sus problemas: corrupción, privilegios de la política y la sensación de crisis económica permanente. Los libertarios dicen que la Argentina todavía no probó con el verdadero liberalismo.

¿Y por qué contra los logros?

-La mayoría son varones. Hay una reacción a cambios en la sociedad importantes en términos de género. Son espacios que podrían haber estado dentro del macrismo pero éste no fue eficaz en cooptarlos o retenerlos. A nivel global, los conservadores o las derechas liberal-conservadoras no están conteniendo discursos que están todavía más a la derecha. El macrismo (con excepción del Bullrich) solía mostrarse moderado en términos ideológicos. Decían estar a favor de la justicia social y en contra de la privatización. Las derechas convencionales no expresan esta dimensión provocadora que tiene que ver con la radicalización de las redes sociales. Un discurso que no es conservador en sí, sino disruptivo. En España ese lugar fue tomado por Vox, porque el Partido Popular no expresaba a esas derechas. Trump habilita con su triunfo un tipo de derecha que incomoda mucho al Partido Republicano. La vieja guardia neocon, Bush incluido, era antiTrumpeana. Trump abre una compuerta a la incorrección política que trafica todo tipo de sentidos, racista, homófobos, misóginos.

¿Cuál es el peso del humor en este lenguaje?

-Logran jugar con el límite entre lo irónico y lo real, por medio de la cultura del meme y de lo que permiten plataformas como 4chan. El acoso contra figuras progresistas, la impunidad de la cultura del troll. Trump era eso, un presidente-troll. Lo que pasó en Plaza de Mayo hace unos días con las bolsas mortuorias, más allá de la discusión puntual, suena muy a un salto de los memes a lo real. Podrían haber hecho un meme con esa imagen.

¿Por qué dicen que vivimos en un contexto de “marxismo cultural"?

-Ellos sienten que están contra la hegemonía progresista en muchos espacios. Plantear que hay un mundo gobernado por la izquierda es una ridiculez. Ahora, en algunos espacios no es falso. Un libertario que va al CBC a defender a Thatcher va a tener que enfrentarse a mucha gente. Entonces ellos leen, se preparan para defender a Thatcher ahí. Comparten textos, se apoyan, se dan argumentos. El progresismo se siente hegemónico, y en ciertos aspectos lo es, entonces va perdiendo la gimnasia de discutir.

¿Sería una locura decir que han sabido aprovechar que algunos sectores del feminismo, volcados al punitivismo y a la cultura de la cancelación, han contribuido a darles letra?

-En inglés hay un término, “incel”, que quiere decir “célibe involuntario”: chicos heterosexuales a los que les cuesta relacionarse con mujeres y reaccionan con un rencor especial frente al feminismo. También, el término “machos beta” como una adscripción a la idea de “perdedores”, como una identidad. Hay una instancia de desubicación frente a cambios en el status quo de las jerarquías de género. Lo mismo pasa con el tema racial. Frente al feminismo hay una victimización. Se quejan de que “no puede decir nada porque enseguida son acusados de misóginos u homófonos”. Sostienen que hay una nueva inquisición. Yo creo que es una exageración absoluta pero más que decir simplemente que esa idea es falsa, también veo que decir que vivimos en una nueva inquisición que te acusa de racista y machista por cualquier cosa es un discurso que hoy pega mucho. Escribí este libro porque me interesa saber por qué. Luego, también a un sector de la derecha discute lo que sería el discurso gay hegemónico. Milo Yiannopoulos, es un referente gay e inglés de la alt right. Es un ejemplo de cómo estos sectores se presentan como antisistema. Milo hizo una especie de tour pro-Trump por Estados Unidos al que llamó “la gira del maricón peligroso”. Para defender el discurso de la derecha alternativa. Intentó dar charlas en universidades progres y en muchas de ellas boicotearan sus presentaciones. No pudo concretarlas. De ese modo se sale con la suya: confirma su idea fundamental de que no se puede hablar.

EL VELO EN LOS OJOS

La tapa de ¿La rebeldía se volvió de derecha? se camufla con su objeto de estudio: juega a la provocación con el uso de la sigla lgbt. L de “liberty” (libertad), G de “guns” (armas), B de “beer” (cerveza), y T de Trump. Es una forma de llamar la atención sobre los modos en los que en nombre de un aparente progreso para la vida de las mujeres y las disidencias sexuales, algunas derechas fomentan propuestas y sentires que ocultan diferentes formas de racismo. Un ejemplo de esta contorsión puede ser el resultado del referéndum que el domingo 7 de marzo prohibió en Suiza el uso del burka. La iniciativa, denominada “Sí a la prohibición de esconder el rostro” obtuvo un 52 % de votos. El objetivo fue "promover la igualdad, la libertad y, en particular, la seguridad”, y su principal defensor fue el partido populista de derecha (UDC).

¿Cómo entra la comunidad gay en este universo? ¿Y cómo es que estas nuevas derechas la interpelan?

-Empecé a leer Por qué los gays quieren a la derecha, de Didier Lestrade, activista gay francés. Y a observar algunas salidas del closet de políticos de extrema derecha y actitudes de estos partidos europeos en relación a la comunidad. Después de analizar todo ese material lo que aparecía como tema común era el miedo al Islam. Esas derechas te dicen: "¿Vos querés votar al progresismo? Va a pasar como en Sumisión, la novela de Michel Houellebecq. En cinco años en tu barrio no vas a poder salir de la mano de tu pareja porque va a estar todo 'copado' por musulmanes". En paralelo Tel Aviv se vuelve una meca gay. El libro que se llama El espejismo gay en Israel cuenta cómo Tel Aviv se constituyó como capital friendly. Las fuerzas armadas israelíes hacen publicidades con soldados gays y lesbianas. La islamfobia “pega” con esta imagen de Israel. Si el Islam es el problema y la única fuente de la homofobia, Israel es quien lo está combatiendo.

PINKWASHING Y TRAPOS SUCIOS

En este uso particular de los derechos de las mujeres y la población lgbti desde una perspectiva xenófoba se apoyan quienes como Renaud Camus -ícono gay de la izquierda cultural francesa en los 70 y que hoy inspira al supremacismo blanco- agitan la teoría conspirativa de “el gran reemplazo”. Es decir, la idea de que la “población europea autóctona está siendo sustituida por migrantes no blancos”. Sin embargo, tal como Stefanoni explica en su libro esta percepción no tiene sustento demográfico ni estadístico, y debe su eficacia a los efectos que provoca en tanto fantasía de racismo antimusulmán. “Lo que muestran estudios sobre el tema es que los árabes que viven en Europa tienden a ‘occidentalizarse’, en cuanto al promedio de hijos, por ejemplo. Los árabes que ponen bombas no son los que van a las mezquitas. Quienes ponen bombas se radicalizan por Internet, del mismo modo que los pibes que hacen atentados en colegios en Estados Unidos.

Milo Yiannopoulos, es un referente gay de las alt right. Es un ejemplo de cómo estos sectores se presentan como antisistema. 

¿Y más allá del Islam, las extremas derechas europeas han cambiado la forma de dirigirse a las personas lgbti?

-Marie Le Pen cambió mucho la fisionomía del partido con respecto a ese tema. Se rodeó de funcionarios gay. Disuadió a gente de su partido de mostrarse en las enormes marchas contra el matrimonio igualitario en Francia. Pero además hay que decir que en esa marcha no estaban los musulmanes sino los católicos. En las capitales Occidentales, la mayoría de los gays jóvenes creo que hoy ya no piensan en términos de opresión. Las solidaridades entre los oprimidos, que nunca son automáticas, hoy lo son menos que nunca. En muchos espacios, por lo menos en las áreas más dinámicas del capitalismo, hoy lo gay es casi mainstream. Entonces se convierte en un sector que empieza a actuar defendiendo sus intereses de clase y puede perder la capacidad de solidaridad con grupos oprimidos, como los migrantes.