Clarín tituló el jueves con una mentira, consciente de que estaba mintiendo. Y no lo ocultó, por el contrario, expuso así la dura disputa de la corporación mediática con cualquier estatuto de verdad periodística. Beatriz Sarlo había desmentido lo que había dicho, al igual que todos los protagonistas involucrados en esa situación falsa en la que se acusaba a la esposa de Axel Kicillof de haberle ofrecido la vacuna “por abajo de la mesa”. Pero la demolición de la mentira iba en contradicción con la línea editorial de la corporación, más preocupada por ocultar el sufrimiento de miles de personas mayores de 80 años convocados por el gobierno de la CABA a una caótica vacunación con horas de espera, colas de varias cuadras, incomodidades y hacinamiento.

Para el ciudadano, la contraposición era evidente: Por un lado una campaña impecable en la provincia de Buenos Aires, desde la inscripción hasta la organización y el desarrollo en general, y por el otro un desastre en CABA, donde tendría que haber sido mucho más rápida y más fácil. Fue un desastre la inscripción que hizo detonar la página y un desastre la vacunación. Los protagonistas que encarnan esa contraposición son el gobernador Axel Kicillof y el jefe de gobierno, Horacio Rodríguez Larreta.

El caos que provocó el martes entre las personas mayores de 80 años la mala organización en CABA tenía un valor informativo. Clarín lo ignoró y prefirió ir a la tapa con una mentira contra Kicillof. Fue como si les dijera a sus lectores: “Es una mentira, pero es lo que ustedes quieren y necesitan ver”.

Y llevó a un grado superior el proceso de degradación de la información periodística que acompañó a la concentración de medios y su cartelización. Tiene lógica: cuanta más concentración, más capacidad de operar en política y de instalar mentira por verdad.

Muchos de sus lectores aceptan que les mientan porque les evita cuestionamientos y un trabajo de reflexión. Pero muchos otros toman la mentira por verdad porque la artillería informativa está tan concentrada que ni se enteraron de la desmentida de Sarlo ni leyeron la demoledora carta de Soledad Quereilhac, esposa del gobernador.

La epidemia y las vacunas provocaron situaciones similares, donde quedó muy de manifiesto la doble vara.

Cuando se conoció que en el Ministerio de Salud vacunaban a personas que se salteaban el turno correspondiente, el presidente Alberto Fernández solicitó la renuncia de Ginés González García, uno de sus mejores ministros.

Cuando el gobernador de Jujuy, el radical Gerardo Morales, reconoció que había entregado vacunas a clínicas particulares y que habían vacunado a familias enteras sin respetar turnos ni prioridades, mientras la mayoría de los jujeños no tenían acceso al remedio, no hubo ninguna reacción en los medios macristas o en dirigentes de la derecha.

Pero diputados de la derecha, encabezados por la dirigenta del PRO, Patricia Bullrich viajaron a Formosa para protestar contra la decisión del gobernador Gildo Insfrán de volver a fase 1. Formosa tiene una extensa frontera con Paraguay, donde la epidemia está descontrolada. Si la barrera sanitaria se cae en Formosa, Argentina correría el riesgo de sumirse en la misma situación del país vecino.

Por los acomodos en Jujuy no dijeron nada. Por una medida sanitaria necesaria en Formosa, acusaron de tirano al gobernador. La provincia podría estar en la situación de desborde como sucedió en un momento en Jujuy, pero es todo lo contrario: sólo tuvo 21 muertos desde el comienzo de la epidemia gracias a las estrictas medidas sanitarias que se aplicaron.

En abril del año pasado, en medio de la cuarentena, se permitió que los bancos abrieran sus puertas para pagar a jubilados y pensionados y se produjeron amontonamientos en las puertas de algunos de ellos. Alberto Fernández pidió la renuncia de Alejandro Vanoli, un funcionario valioso, que en ese momento estaba al frente de la ANSES.

Pero cuando el ministro de Salud de Corrientes, Ricardo Cardozo, chocó y se descubrió que en su automóvil estaba trasladando 900 vacunas de manera irregular, el gobernador radical, Gustavo Valdés, ni se preocupó en realizar una investigación para dar una respuesta pública a los correntinos que miran con espanto a su vecino Brasil, donde la epidemia también está descontrolada. Se dice que en Paraguay ya existe un mercado negro de vacunas argentinas.

El gobierno nacional exigió la renuncia de sus funcionarios cuando ocurrieron irregularidades, pero los radicales y conservadores del PRO los justificaron. Y los medios macristas pueden ignorar las irregularidades de sus funcionarios, lo que no ocurre con los pocos medios que no son macristas. Página/12 no puede ocultar información de esa manera. Son públicos diferentes.

El público de los medios macristas es menos exigente que el de los que no lo son. Son culturas ciudadanas diferentes. El poder de los medios concentrados no solamente tiene capacidad de mentir impunemente, como la tapa de Clarín del jueves, sino que además tiene poder para formatear el sentido común hegemónico.

El formateo instala que una persona que habla de determinada manera, se viste de determinada manera y vive en un lugar determinado es un delincuente aunque no haya cometido ningún delito. Por el contrario, lleva a creer que otra persona que se viste, habla de otra manera o habita otro barrio es honrada, aunque sea el ladrón más evidente.

El público de esos medios naturaliza los negocios millonarios que hizo Mauricio Macri durante su presidencia con los parques eólicos, las autopistas o con el intento de eliminar la deuda de sus empresas con el Estado por el Correo. Son decenas de millones de dólares.

Pero Cristina Kirchner, a quien la acusan por alquilar edificios de su propiedad a precio de mercado, le rompieron la casa y hasta hicieron excavaciones en medio de la Patagonia para buscar tesoros ocultos. La búsqueda por sí misma implicaba culpabilidad, aunque toda la situación fuera ridícula y absolutamente inútil porque nunca encontraron nada.

El público de los medios macristas naturaliza que el ex presidente Macri haya sido denunciado por periodistas de todo el mundo como propietario de cuentas offshore. Le parece normal que un empresario evada de esa manera. Pero condena a Cristina Kirchner, a quien nunca le encontraron cuentas ocultas y ni un peso más de los que hubiera declarado.

Cualquier razonamiento que contradiga el formateo a que es sometido, será, para el formateado, una forma de fanatismo. Cuando ya no puede razonar, acusa de fanático al que le plantea un razonamiento. El macrista puede gritar en la cola de la verdulería o del banco porque siente que es dueño de una verdad superior. Cuando el móvil de C5N preguntó a una anciana en las afueras del Luna Park cuánto tiempo llevaba esperando, la mujer mintió y dijo que hacía quince minutos. El hombre que estaba detrás de ella la corrigió: “Entonces se coló, porque nosotros estamos hace hora y media”.

La mujer prefirió la mentira. Que es la misma que después escucha o ve en los medios que la formatean, a un punto en que la incapacita para reclamar frente al maltrato al que era sometida. Ese es el cometido principal: subordinación y disciplinamiento frente a políticas maltratadoras.

Alguno dirá que es esquemático o exagerado. Sin embargo esa capacidad de generar identidad a través de información falsa pero que refuerza una pertenencia social, llega a convencer a profesionales de la medicina para que no se vacunen. Una médica del Hospital Fernández convencida por este bombardeo mediático no se quiso vacunar al principio con la Sputnik V porque era rusa, y murió infectada por el virus. Podrán decir que fue un hecho aislado. Pero no. Hay hospitales donde el 20 por ciento de los trabajadores de la salud se negaban a vacunarse.

El poder de los medios concentrados y de la información falsa --o fake news-- puede convertir en herbívoro a un león y en burro al profesional desprevenido.