Los femicidios de Úrsula Bahillo y de Guadalupe Curual pusieron en carne viva una cicatriz que no deja de sangrar. Sabemos que en un día habrá otra asesinada más porque las estadísticas así lo dicen. El foco, desde hace un tiempo, empieza a apuntar sus luces a una zona hasta no hace mucho oscura, siempre velada, protegida: los varones. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Qué con la masculinidad dominante que sustenta los hechos más crueles de violencia de género? “Si no hay políticas feministas para los varones lo que hay son políticas machistas”, dice el psiquiatra feminista Enrique Stola. Como otros especialistas coincide en la necesidad de insistir con la formación --temprana y a lo largo de la vida-- consciente en cuestiones de género.

Días atrás Lalo Mir difundió un video diciendo que los hombres “no son parte, son el problema”. Cada vez son más los hombres que empiezan a alzar la voz y a hacerse cargo; los que sienten vergüenza ajena; los que siempre se sintieron incómodos de ser parte de la gran cofradía de machos y ahora lo dicen. Las campañas que apuntan a que tomen conciencia de sus abusos o violencias de todo tipo y a intervenir cuando es otro el que lo hace también se multiplican. La Fundación Avon fue una de las primeras con su campaña #Cambiáeltrato, también Gillette interpeló con jugando con su slogan histórico ¿Esto es lo mejor que puede llegar a ser un hombre?, y luego siguieron varios organismos, como el municipio de Moreno, por ejemplo, con sus videos de la línea El silencio es complicidad. También tenemos leyes importantes como la de educación sexual integral (ESI) y la ley Micaela de capacitaciones en la temática a funcionarios y funcionarias de la administración pública. Pero todavía falta, no es suficiente, hay que hacer más, mucho más.

Los últimos femicidios además tienen un componente desestabilizante: los femicidas son jóvenes. ¿Por qué si muchos pibes están más conscientes y activos en relación a la violencia de género esto sigue pasando? “Estos jóvenes repiten patrones muy instalados, porque son socializados de acuerdo con los mandatos de la masculinidad hegemónica. Por ejemplo, en el caso del femicidio de Guadalupe, en Villa La Angostura, le repetía 'sos mía o de nadie más'. Modelos aprendidos que indican que esos varones siguen pensando a las mujeres como objetos de su pertenencia. Y es que son jóvenes que crecieron y que habitan en una sociedad que todavía 'tolera' formas de violencia contra mujeres, que todavía es cómplice y desestima esas violencias, que muchas veces incluso promueve formas de discriminación contra mujeres y diversidades pero también contra varones que no se sienten cómodos respondiendo a los mandatos de la masculinidad heterocispatriarcal”, explica Victoria Vaccaro, especialista de Programa de la Iniciativa Spotlight por el UNFPA. Para contribuir con la eliminación de la violencia de género hay que involucrar a los varones en los debates, en las luchas y en los reclamos, dice Vaccaro. “Hay que interpelarlos, pero sin agredir; invitarlos a ser parte de la solución y que puedan asumir su responsabilidad en relación al tema. Esto especialmente entre aquellos que reconocen la necesidad del cambio pero no saben cómo involucrarse. Sensibilizarlos para la igualdad y enfrentarlos con sus privilegios pero también con los costos de la masculinidad hegemónica para ellos mismos (en relación a su salud, su esperanza de vida, los suicidios, etc). En este sentido, es fundamental la ESI, el rol de las familias, los medios y los espacios de varones existentes para acompañar a los que se van sumando”.

En relación a los varones violentos, plantea, las medidas punitivas son necesarias pero no suficientes: “Existe la necesidad imperiosa de fortalecer y mejorar las no punitivas, como los grupos de ayuda, los grupos psicoeducativos, los espacios de reflexión, los centros de varones y las líneas de atención”. También menciona la necesidad de mejorar las alertas, la evaluación de riesgos y la implementación de medidas que actúen sobre aquellos varones que tienen denuncias y perimetrales pero no las cumplen. Por ejemplo, las notificaciones de las restricciones no pueden depender de las mujeres.

Enrique Stola, psiquiatra feminista, llama la atención acerca de diferenciar entre varones violentos del resto. “Cuando salió el spot Los Ayudadores --relata--, un spot que tiene que ver con la educación informal que apuntaba a situaciones ultracotidianas y que mostraba cómo las mujeres se están haciendo cargo de cosas que los hombres deberían hacer… Esta es una actitud que socialmente no es reconocida como sostenedora de la violencia de género en general. Entonces a los varones les resulta muy difícil unir sus prácticas cotidianas con la violencia de género extrema. Los varones disocian con esa frasecita 'no todos somos iguales', también los medios operan fortaleciendo esta división porque cuando hablan de violencia de género solamente hablan de la violencia de género extrema. Entonces todos estamos en contra de la violencia de género extrema, pero no dicen que están en desacuerdo con la subordinación de las mujeres en el plano social, que es el caldo de cultivo”.

En estos días se conoció que para obtener la licencia de conducir habrá que completar un curso sobre “masculinidades, violencias de género, identidad de género y patriarcado”. Consultado por eficacia de estas medidas o de cursos obligatorios, Stola considera que “sirve en la medida en que ese curso sobre violencia no sea una serie de definiciones de power point sino que sean cursos que lleven a que los varones tengan que implicarse con algún nivel en sus historias personales. Si el curso apunta solo a lo cognoscitivo no va a servir, tiene que apuntar a lo afectivo cognitivo”. Lo mismo con leyes como la ley Micaela: “Los funcionarios y las funcionarias tienen que poner el cuerpo para poner entender cómo es la dinámica social y como ellos desde su historia aportan positiva o negativamente a esa dinámica machista. Más cuerpo y menos power point”.

Los cursos obligatorios, que muchos hacen a regañadientes, funcionan igual si logran trabajar con la subjetividad, plantea Stola: “Si logramos que un porcentaje de varones que concurren a los cursos de la Ley Micaela, por ejemplo, se impliquen emocional y emotivamente vamos a lograr un gran número de varones con rol activo para poder modificar la realidad. No van a ser todos”. Hay expectativa de que se deje de producir femicidios ya pero, dice el especialista, “es una expresión de deseo”; “la dinámica machista y de dominación masculina plantea otra realidad. Es triste pensar que muchas mujeres que hoy están pensando cómo organizar su vida van a terminar asesinadas.”

Liliana Carrasco coordina grupos de varones que ejercen violencia de género, en la Obra Social de la Ciudad de Buenos Aires y en la Dirección de Políticas de Género de San Martín. Además, es integrante de la Red de equipos de trabajo y estudio en masculinidades. Para ella hace falta poner el acento en las dos puntas: prevención, por un lado, y sanción a quienes ejercen violencia, por el otro.

Cuando habla de prevención se refiere a “niveles primarios”. “Por supuesto que la ESI formaría parte de todo el proceso. Educación con respecto a visibilizar las situaciones de violencia dentro de la familia. A través de todas las técnicas y espacios que habilitan esos intercambios Para que sea visible la violencia. Hay formas de traer luz sobre lo que es una dinámica familiar donde hay situaciones de violencia sin llegar a golpes, insultos”. También se refiere a la Ley Micaela como un punto de partida importante, pero como Stola, considera que hay que “fortalecer los esquemas de capacitación y sensibilización. No es una charla de dos horas y está capacitado. Hace falta tomar seriamente la propuesta”.

En cuanto a las sanciones a los que ejercieron violencia, explica, “tiene que ver no solamente con si transgrede una medida de restricción y va preso. Hay que pensar también en la posibilidad concreta del sistema. El nivel de transgresión de los varones que ejercen violencia es altísimo. Entonces, lo punitivo no sería solamente la cárcel. Hay que pensar acciones que los inhabilitan en lo cotidiano. Por ejemplo, no poder sacar el carnet de conducir si tiene causa de violencia”. Por otro lado, dice que “necesitamos equipos especializados en violencias machistas y apoyos institucionales”. Hasta que eso no ocurra y evalúen el proceso socioeducativo del hombre que ejerce violencia, “ese señor no puede sacar registro, no puede viajar, no puede transitar… hace falta limitarles la vida cotidiana, porque ese es el punto ciego que nadie ve en la vida de las mujeres. Las mujeres que sufren violencia tienen limitada su vida cotidiana todos los días. Ellos no están teniendo consecuencias por los actos cometidos, eso merece un límite social, judicial, cotidiano”.

Se trata de elaborar un conjunto de medidas para que sea menos accesible la posibilidad del femicidio. “Hoy a un hombre que quiere matar le resulta sencillísimo hacerlo”, dice. Por eso la evaluación de potencial de letalidad de los varones es fundamental: “Tiene que ser el abc de quienes trabajan con varones. Establecer qué tan peligroso es y aumentar las medidas de protección a la víctima, pero también inhabilitarle aspectos de la vida cotidiana. Un varón que no acepta una decisión judicial imaginate el nivel de impunidad que maneja. Que tenga registro de que lo que hace tiene consecuencia. Hoy el límite es ‘si mata va preso’, pero ya la mató. O si incumple diez veces, tal vez le ponen una tobillera”.

¿Cuánto tiempo falta para dejar de contabilizar femicidios cada día? Cómo saberlo. Lo que sí se sabe es que el sistema tiene que cambiar, no solo el sistema judicial que llega tarde y mal, ni los sistemas de seguridad, lo que tiene que cambiar está mucho antes de que un hombre, un adolescente, un joven se sienta con el derecho de someter y violentar a una niña, adolescente o mujer.