De estreno en la sala virtual de Puentes de Cine, Sintientes retrata la tarea de un grupo de talleristas de la organización Economía Empoderativa en la localidad jujeña de San Francisco. La experiencia es múltiple, repartida en actividades diversas y confluyentes en el cuidado por el medio ambiente y el empoderamiento ciudadano. En este recorrido coral, el director Juan Baldana logra un fresco activo, de una sociedad en ejercicio y que se transforma.

Afiche de Sintientes.

Con una trayectoria que lo vincula con el documental y la ficción (Los ángeles; Arrieros; Raúl, la democracia desde adentro), Baldana encuentra en Sintientes uno de los vértices de su tarea actual, habida cuenta de haber finalizado recientemente Desequilibrados, “una película colectiva, fuerte y directa, que transcurre en pandemia y con una temática que tiene que ver con Silvio Gesell, un pensador muy olvidado, el creador de la economía natural y padre de Carlos Gesell. En nueve meses armé la película. Ahora arranca en festivales y la idea es estrenarla en noviembre. Me encanta hacer ficción, es más difícil. Y ahora en junio filmo otra (Que todo se detenga). Soy un agradecido”.

-Haber elegido el cine es algo que te ha retribuido, más aún en estos tiempos.

-Fue una elección de vida. Laburaba mucho en televisión, pero en un momento me propuse hacer lo que me gusta, y más en estos momentos. Es mi manera de dar un mensaje e intentar abrir los ojos.

Lo que dice Baldana es puntual para introducir en el diálogo a Sintientes. Junto a los talleristas, su cámara experimenta en los habitantes de San Francisco el aprendizaje y las sorpresas que les depara la tarea compartida. Aprender a cultivar la tierra, construir instrumentos musicales y artesanías, levantar la propia casa, entre otras actividades que despiertan de manera grupal hacia una toma de conciencia, como cuando se amasa la arcilla que contiene el propio suelo que se pisa. “Tuve la suerte de estrenar la película allá, quería ver cómo estaba la cosa, y lo cierto es que muchos subsistieron, continúan con sus emprendimientos y están agradecidos; y mirá que la pandemia ahí fue durísima, no podía entrar ni salir nadie. Siempre digo que si este proyecto se hubiese dado en el sur habría tenido otro disparador, porque cada pueblo tiene su propia historia. Yo tenía ganas de mostrar a San Francisco bello, y fue un equilibrio perfecto. Me daba la sensación de que en ese afán de cuidar lo nuestro, son tan importantes los seres humanos como la flora y la fauna. La película quiere destacar que se trata de un todo. Los talleres son autosustentables, y su finalidad tiene que ver con el cuidado del medio ambiente y con las libertades individuales”, señala el director a Rosario/12.

-Me gusta cuando uno de los talleristas dice la gente que les va a ayudar a recordar lo que ya sabían de su relación con la tierra, como si despertara lo que estaba dormido.

-Al no tener un narrador o alguien que hiciera preguntas, no quería que se malinterpretara que se trataba de personas que iban a decir qué era lo que había que hacer, cuando es lo contrario. Los talleristas son muy importantes, el de apicultura vino de chile, el de bioconstrucción de España, el de agricultura de Colombia, es gente humilde y muy capaz. Ellos sólo fueron a enseñar, para que luego siguieran por sí mismos los demás y quedara todo para ellos. De igual modo, lo que recaude la película a través de Puentes de Cine será también para la comunidad.

-¿Cómo llegaste al proyecto?

-El generador de la idea es Alejandro Kretschel, quien con otras personas me contactan a un mes de iniciado el proyecto, cuando el anterior guionista y director se tuvo que bajar por cuestiones personales. Lo que propuse fue una película observacional, en donde a medida que transcurriera intentaría desde el montaje marcar una estructura firme. Durante cuatro o cinco meses se fue armando la cosa, viviéndola. Cada taller era una película en sí misma. Yo les propuse entrar en la casa de la gente, vivir el pueblo, la naturaleza, fue un laburo de hormiga llevarla a 90 minutos y me dio pena que muchos talleres no estén en la película, pero tenía que pensar en un ritmo, fue muy difícil la elección.

-Destaca el empoderamiento de las mujeres, cómo se redescubren, es notable.

-Me gusta mucho el imprevisto, montar en cámara y ver cómo va sucediendo la cosa. Sabía que me iba a encontrar con algo más allá de los talleres, porque al entrar en un pueblo lo hacés también en una nueva vida, en una historia, y si tenés una sensibilidad con la gente llega un momento que eso se va a dar, y fue increíble. Sabemos que la movida feminista no es lo mismo en una ciudad en Buenos Aires que en el interior, en donde todo es muy difícil, y las mujeres realmente tienen que estar con los hijos, la familia, y cuidar del marido. En un momento, una de ellas dice que no se hablaba con otra, cuando son un pueblo de 500 habitantes. Fue hermoso empezar a construir subtemas, que tuvieran que ver con las problemáticas locales y que reflejaran la problemática de todo un país.

Entre las imágenes de impacto, Sintientes ofrece el contraste crudo, en el mismo plano, entre el verde de una naturaleza espléndida y la mancha voraz del basurero. Según el director, “al mostrar esa flora y fauna y luego esa basura a 300 metros del lugar, golpea fuerte, es tremendo. Hay una idea de Ale Kretschel de conseguir fondos y realmente hacer lo de los biodigestores y que sea el primer pueblo con reciclado, pero es dificilísimo. Así como con la pandemia, ¿qué pasaría si se juntaran todos y realmente dijeran, ‘che, ¿sabés que dentro de 30 años vamos a tener 50 grados y vamos a estar todos en el horno? Porque es lo que va a terminar sucediendo, hasta que no tengamos los 50 grados no nos vamos a ocupar”.