Argentina, Brasil, Colombia y España. Cuatro países que están sumando títulos en la competencia internacional del Bafici por estos días. Un cuarteto de obras con miradas, temáticas y resultados muy disímiles pero que, en casi todos los casos, son el resultado del esfuerzo de jóvenes cineastas que se embarcan por primera vez en la aventura de hacer una película de largo metraje. Tres de ellas, además, están dirigidas por mujeres. Es el caso de El planeta, ópera prima de la artista multimedial Amalia Ulman que tuvo su estreno mundial en el Festival de Sundance. Nacida en Argentina y criada desde pequeña en España, Ulman viene desarrollando una importante carrera artística en Gran Bretaña y los Estados Unidos, pero esta es su primera incursión en el mundo del cine a secas. Rodada en la ciudad de Gijón, donde pasó su infancia y adolescencia, Ulman interpreta a una alter ego de sí misma llamada Leonor, al tiempo que su madre en la vida real encarna a su par ficcional, una mujer llamada María cuyos intentos por sobrevivir al “paro” la llevan a cometer pequeños hurtos en comercios del barrio. Acechadas por la posibilidad del desalojo, madre e hija atraviesan los días y noches conversando, saliendo de paseo a El corte inglés y pensando en un futuro que no se advierte promisorio.

Rodada en un blanco y negro que destaca aún más la tristeza visual de todos esos locales cerrados con carteles de “se alquila” a la vista, El planeta retoma las enseñanzas del cine indie de décadas pasadas para construir una comedia agridulce (por momentos más agria que dulce). La estructura se apoya en una sucesión de viñetas que siguen a Leonor/Amalia –cuyo corte de cabello refuerza la similitud de sus rasgos con los de la actriz portuguesa Maria de Medeiros- mientras visita bares y locales de baratijas, se relaciona con un inmigrante que anda de paso e intenta reiniciar una carrera como artista en el exterior. Lo más importante, sin embargo, termina imponiéndose de a poco: la relación entre esas dos mujeres que, más allá de las cualidades autobiográficas o semiautobiográficas, logra transformarse en una auténtica experiencia cinematográfica. Un más que logrado debut que, por otro lado, aprovecha la presencia de Martin Scorsese en Asturias para convertirlo en un simpático MacGuffin.

“Somos hippies”, dice Orlando Senna en un momento de O Amor Dentro da Câmera, bajo la mirada aprobatoria de su esposa, la actriz Conceição Senna. La ópera prima de las directoras Jamille Fortunato y Lara Beck Belov se mete en la intimidad del departamento de esa pareja para intentar un recorrido vital acerca del amor por el cine y el amor a secas. Cineasta, periodista, gestor cultural, promotor de películas ajenas y ex Secretario de lo Audiovisual en el Ministerio de Cultura brasileño, Orlando ha sido una figura irremplazable en la vida cultural del país vecino durante las últimas seis décadas, desde sus tiempos de joven realizador en plena explosión del cinema novo hasta años recientes, en su rol de productor. Conceição, en tanto, participó como actriz en films de su esposo –incluida la imprescindible Iracema - Uma Transa Amazônica– y en largometrajes y cortos de otros directores, amén de una exitosa temporada como conductora de un programa de tevé en Cuba, donde ambos decidieron instalarse en los años 80.

 O Amor Dentro da Câmera 

Fortunato y Beck Belov construyen un retrato que es, a la vez, una historia de amor en tiempo siempre presente y un repaso por la carrera de ambos como reflejo de los cambios en la sociedad y el arte brasileños. Hay imágenes de archivo y fragmentos de películas, fotografías de Glauber Rocha en rodaje y un abrazo con Fernando Birri y Gabriel García Márquez registrado en la Escuela de San Antonio de los Baños. Pero, esencialmente, O Amor Dentro da Câmera es la historia de una resistencia ante todo y ante todos para proteger lo que más se quiere y necesita: esa persona que está al lado recorriendo el sendero de la vida. La muerte de Conceição Senna a los 84 años, poco después del rodaje del documental, no hace más que potenciar la sensación de “amor eterno”, ese lugar común del romanticismo cursi que, como afirma Orlando en cierto momento, a veces está permitido.

Otro largometraje que cruza lo personal con lo político, al punto de revelarse como territorios indiferenciables, Dopamina, de la joven cineasta colombiana Natalia Imery Almario, forma parte del creciente universo de documentales que hacen de la vida en familia y los vínculos entre consanguíneos (siempre un placer, siempre un calvario) el punto de partida de un recorrido por la historia. La familiar y la colectiva, la íntima y la social. La directora entrevista a su padre, aquejado desde hace tiempo por el mal de Parkinson, y a su madre, metiendo el dedo en la dolorosa llaga de los años de activismo estudiantil, cuando la tortura y la muerte eran posibilidades ciertas. ¿Qué decía la abuela de todo eso?, pregunta la hija, intentando un paralelo generacional. Almario contrapone ese pasado (y presente) de unos padres considerados “progres” por propios y ajenos con el rechazo al descubrimiento de que a su hija le gustan las mujeres. La presencia de una amiga también lesbiana y su novia, una italiana que habla perfecto colombiano, permiten que las conversaciones entre miembros de una misma generación pongan en tensión cuestiones como el compromiso político y el lugar del individuo dentro de la sociedad.

Dopamina utiliza una pileta de natación, uno de los lugares donde el padre de la directora realiza actividades físicas para domar la dolencia, como útero simbólico para la confesión y la posibilidad de la comprensión. El film no logra ir mucho más allá de las cláusulas confesionales que se autoimpone, pero el ojo de la realizadora logra tomar de la más estricta realidad varios momentos de ternura. ¿Y la fantasía? Está ahí, presente en el primer largometraje con actores de carne y hueso de Ayar Blasco, el director de Lava y coautor de Mercano, el marciano. En La vagancia, Sofía Gala interpreta a una joven con poderes especiales: ante situaciones de furia y/o angustia todos a su alrededor pasan a un estado de abulia terminal. Todos excepto su novio (el propio Blasco), el responsable de una pequeña radio zonal perseguido por un fantasma que se hace llamar Cumbio. Más allá de la garra de Gala y el particular tono físico y vocal del realizador, la película no logra que sus excéntricos ingredientes le den forma a un plato suculento, y la deriva alterna momentos de comicidad logrados con otros poco menos que vergonzosos. Una pena: sobre el final, cuando un grupo de fans de Cumbio intenta una invocación y la ciudad se ve y oye completamente vacía (ecos del comienzo del primer aislamiento, cuando las calles parecían venas fantasmales), La vagancia roza una sensibilidad extrañada y fantástica que hubiera elevado la propuesta de haberla empapado desde un primer momento.

La vagancia

* El planeta se exhibe el martes 23 a las 21.10 en Quetren Quetren y el jueves 25 a las 14 en el Museo Enrique Larreta.

* O Amor Dentro da Câmera se proyecta el miércoles 24 a las 19.15 en el Museo Isaac Fernández Blanco y estrá disponible online hasta jueves 25 inclusive.

* Dopamina se exhibe el martes 23 a las 16 en El Cultural San Martín 2 y está disponible online hasta ese mismo día.

* La vagancia se exhibe el miércoles 24 a las 16.25 en el Museo Enrique Larreta y está disponible online hasta el jueves 25 inclusive.

Funciones online en https://vivamoscultura.buenosaires.gob.ar/