Para pensar la “foto” de noviembre de 2016 podríamos forzar un poco la realidad y decir que probablemente el país sigue dividido en dos grandes universos sociales, o por lo menos simbólicos, sobre cuya cohesión y tamaño nos estamos preguntando a casi un año del ballotage.
Y “el 49 por ciento” (apenas un poco menos enigmático que “el 51”) tal vez esté sumergido en la perplejidad: las cosas fueron mucho más allá de lo que temíamos.
Si me apuran, durante la campaña electoral de 2015 pensé que exagerábamos un poco cuando alertábamos contra los peligros del macrismo en el poder.
Primero, porque francamente no creía posible un triunfo de Macri. La derecha nunca había llegado por las urnas, y menos que menos esta derecha vecinal, capitalina, que carecía de estructuras propias en el resto del país y, sobre todo, en la estratégica provincia de Buenos Aires, la que define la elección.
Aunque admito que me inquietaban los altos números que las encuestas adjudicaban a Macri. Pero tenía el recurso a mano de pensar que las encuestas no son muy confiables y que la han pifiado más de una vez.
No, no había forma de que Isidoro Cañones, tan porteño, tan indiferente al Interior, cautivara a las provincias.
Estaba claro que los grandes centros urbanos eran bien hostiles al kirchnerismo, pero en la presidencial de 2011 no alcanzaron para frenarlo. Intimamente, yo alertaba contra la derecha del PRO porque la derecha nunca les conviene a los trabajadores y a las mayorías. Incluso, me decía, en el muy hipotético caso de que llegaran al poder no se atreverían a atropellar los grandes logros de la década ganada porque para ellos sería un suicidio político.
Aún con la indefendible gestión del PRO en CABA en estos 8 años, creo que era imposible avizorar una derecha tan brutal como la que gobierna el país. 
Ahora, ¿por qué seguir fastidiándose con los “errores de cálculo” un año después de que el país cambiara de mando? Porque  creo que hay algo que no se entiende del presente.
En CABA habían aumentado aceleradamente los impuestos, sí, y mutiplicado el endeudamiento de la ciudad por cuatro. Reprimieron con dureza en algunos episodios. Incumplieron promesas como los diez km. de subte por año. Pero no tuvieron una política arrolladora de empleos del Estado, persecusiones masivas de trabajadores y de críticos del macrismo, ni, claro, una cruzada contra el kirchnerismo con una Justicia que todavía no controlaban.
Quiero decir que esta derecha gobernando el país es bastante diferente de la que viene mandando en CABA, aunque sea su hija. Y eso me lleva a dos conclusiones: 

1) Si yo, ciudadano politizado y conectado por mi trabajo con la información, no alcancé a imaginarme la versión nacional de Macri, con toda probabilidad hubieron millones de sus votantes que tampoco lo previeron. 
2) Es necesario caracterizar adecuadamente a este otro actor que gobierna el país con una intensidad y alcance que nos deja perplejos.
Hoy no es el PRO y sus aliados, sino una coalición mucho más poderosa y diversa. En ella opera una sinergia de partidos de centroderecha, el poder económico, el mediático, el judicial, las corporaciones, ONG y fundaciones, la cúpula de la Iglesia y las conducciones de DAIA y AMIA, además de la presencia activa de las embajadas de Estados Unidos y de Israel.
Es decir que estamos frente a un actor conjunto que tiene diversos núcleos de poder. Y, consecuentemente, el alcance de sus políticas se proyecta más allá, con el propósito de refundar las condiciones de los sectores económicos, del capital y el trabajo, la arquitectura social y legal del país, y su inserción en el mundo. Salvando distancias que, por fortuna, aún son enormes, este sería el Proceso de Reorganización Nacional por otros medios.
Por supuesto que estaban en germen en la experiencia de CABA muchos rasgos del macrismo país. Pero, obviamente, no tenían a su cargo la negociación con los buitres ni el endeudamiento nacional, ni las relaciones exteriores, las políticas impositivas, de seguridad, ni las políticas agrarias e industriales, ni el mundo del trabajo y los salarios.
En CABA no fueron tan brutales. Es cierto que tampoco tenían a su favor hasta entonces una derrota del FPV y su posterior dispersión.
Este despiste sobre lo que haría la derecha en la casa Rosada me muestra lo fácil que es confundirnos con las señales del entorno.
Las propias dirigencias gremiales mostraban ante el gobierno de Cristina una independencia que hoy no asumen frente a Macri.
En parte se explica porque no estaba en la naturaleza del gobierno anterior la amenaza sistemática. Hubiera sido contrario al espíritu de un gobierno que apoya a los trabajadores.
En cambio, este gobierno está apoyado en los patrones y tiene un indisimulable tufillo anti-gremios.
Algunas cosas eran previsibles: el ajuste, el giro radical en la negociación con los buitres, las concesiones a los capitales exportadores, el frenazo a la Ley de Medios, el recorte a los recursos de las universidades y el sistema científico, el semi congelamiento en las políticas de derechos humanos, y también una acción revanchista tal como lo esperaba una parte de sus votantes.
Claramente, esto último se vio cuando comenzaron en enero de 2015 con la denuncia de Nisman, alentada por Bullrich y Alonso, asociando al gobierno kirchnerista con el terrorismo iraní y, de inmediato, cuando el consorcio brutal instaló la idea de que CFK mandó a matar al fiscal Nisman, hasta más tarde con el nombre del jefe de gabinete, Aníbal Fernández, acusándolo del triple crimen ligado a la efedrina. En tres pasos esa oposición convertía al gobierno en cómplice del terrorismo, asesino y socio del narcotráfico, operación que está en pleno desarrollo ahora que son gobierno.
Y no se podía ejecutar semejante campaña de difamación si el proyecto de llegar al poder se hubiera dirigido a pacificar al país.
Pero no entraron en mis cálculos la persecución y despido de periodistas y de empleados públicos con toda clase de acusaciones (“mesiánicos”, “fanáticos kirchneristas”, “violentos”, “ñoquis”), los descomunales tarifazos, los ataques a locales de la oposición, la prisión absurda de la dirigente Milagro Sala, la presión febril a la Justicia para llevar a la cárcel a la ex presidenta, y, sobre todo, la feroz aplicación de sus políticas de desmantelamiento de las condiciones de vida de las mayorías y de los derechos adquiridos que, como señaló Héctor Recalde, no tiene límites.
Estamos frente a un actor de mil cabezas distinto del que imaginábamos, y con una ferocidad y capacidad de respuestas inédita. Acaso un actor más parecido a la coalición que en 2008 encabezó “el campo” y puso entre las cuerdas al gobierno de CFK. Un consorcio de poder con asistencia perfecta.
Al mismo tiempo, Macri sabe que el PRO es una minoría cuya supervivencia en el gobierno depende de mantener dispersa a la oposición.
Si es así, entonces las respuestas del campo popular deberán ser más firmes y articuladas que nunca. Quisiera encontrar una señal de esa conciencia en la reunión que días atrás celebraron 50 intendentes peronistas en Lobos en la que se prometieron cajonear las diferencias en pos de la unidad de cara a 2017.
Sólo puedo decir que esta historia continuará.