En la Argentina, las personas jóvenes de entre 18 y 29 años son más de 8 millones. Integran uno de los grupos poblacionales más vulnerables y desprotegidos y han sido especialmente damnificadas por los estragos de la pandemia de la covid-19, aquí y en el mundo entero.

De las y los jóvenes se espera mucho. Y si bien tengo algunos pocos años más, mi espíritu, mi fuerza y mi pasión están con ellos y ellas y me incluyo en las juventudes. Somos la esperanza del futuro y por eso se nos exige tanto, a nivel individual y generacional. Nosotros queremos tomar la posta, sabiendo que somos protagonistas del presente; pero, también, somos a quienes todo nos cuesta siempre un poco más a pesar del esfuerzo y las ganas.

El desempleo juvenil duplica al del total poblacional; un 60 por ciento de quienes consiguen trabajo lo realiza en condiciones de informalidad, es decir, con salarios menores, jornadas extendidas y sin protección social; y la pobreza alcanza a uno de cada dos jóvenes, quienes viven en hogares con ingresos que no llegan a cubrir la canasta básica de productos y servicios.

Las brechas de género también se agudizan entre las juventudes –por lo que hablamos siempre de brechas de género, pero además etarias–. Las mujeres jóvenes enfrentan los mayores niveles de desempleo y precarización laboral, ganan menos que los varones y son las que dedican más tiempo a las tareas domésticas y de cuidado, lo que naturalmente afecta a sus trayectorias educativas, laborales y personales.

A pesar de los escollos, las frustraciones, los miedos y las incertidumbres, las pibas y los pibes seguimos apostando por mejorar la situación de cada cual y de todos, desde distintos espacios de referencia, con las diversas experiencias, sueños y deseos. Estamos en ebullición, tenemos ideas y mucha energía para hacer realidad los cambios que nuestra sociedad pide a gritos. Necesitamos ser escuchados, que nuestros aportes sean tenidos en cuenta y, así, poder intervenir de manera concreta en lugares de participación y decisión.

Con este espíritu, durante el año pasado nos reunimos con jóvenes y organizaciones sociales, civiles, sindicales, políticas, empresariales y académicas de todo el país, escuchamos sus demandas, sus puntos de vista sobre cada problemática y opiniones respecto de cómo abordarlas, lo hicimos bien federal. En conjunto, enriquecimos y actualizamos el contenido del proyecto de Ley Nacional de Juventudes que habíamos presentado en 2019 y que en febrero perdía estado parlamentario, sin haber tenido tratamiento legislativo. Abrimos un espacio de contención y articulación con las juventudes, promoviendo su participación real en el ámbito legislativo. Y para profundizar ese sentido federal del proyecto, realizamos encuentros con las juventudes de distintas provincias que también nos acercaron sus experiencias.

Nos encontramos con un consenso unánime respecto de la necesidad de sancionar esta ley para garantizar los derechos de las personas jóvenes y los deberes del estado que den respuestas a sus necesidades y problemáticas específicas. Porque es fundamental que las políticas públicas para las juventudes sean transversales a todas las áreas del estado, integrales, inclusivas y federales y para eso es imprescindible establecer una estructura institucional que perdure más allá de los cambios de gobiernos y que además cuente con un presupuesto propio.

Por estos motivos, hace algunos días volvimos a presentar este proyecto ampliado, consensuado y actualizado, y lo hicimos con el acompañamiento de veintisiete colegas que representan a veinte provincias.

Estamos convencidos de que es hora de que la Argentina salde esta deuda histórica con las juventudes. Es el momento de sancionar nuestra Ley Nacional, Federal e Integral de Juventudes.


* Senadora Nacional del FdT por San Luis