En casi seis años, la FIFA pasó del escándalo de las coimas a aconsejar a los principales líderes mundiales sobre cómo prevenir la corrupción. Su presidente, Gianni Infantino, ahora da clases de transparencia al G20. Esta presunta metamorfosis pasó de largo en los grandes medios. El suizo que sigue investigado en su propio país “por indicios de conducta criminal” es un hábil declarante. Pero además, su instinto de supervivencia lo llevó a estrechar la relación con políticos que –para su desdicha- ya no están en el poder. Donald Trump y Mauricio Macri son los ejemplos más evidentes. Con velocidad inusitada, el dirigente de la sonrisa imperturbable se las ingenia siempre para ocupar el centro de la escena. El anuncio de sus once reformas para combatir la opacidad y el delito en la organización que encabeza fue comunicado mientras participaba de una videoconferencia. El Grupo de Trabajo Anticorrupción del G20 que integra la Argentina lo escuchaba con atención.

Infantino gusta someterse a la práctica del enjuague permanente para mantenerse en el poder. Tiene recursos y habilidad para hacerlo. Su grave problema es que preside una federación desprestigiada por largas temporadas de sobornos. El nuevo código axiológico de la FIFA lo presentó en el G20 como si fuera la Biblia o el Talmud. Dijo que el “fútbol es mucho más que un deporte” y le ofreció al Grupo de Países más industrializados y emergentes ser “como jugadores de un equipo mundial que combata la corrupción”.

Enumeró la lista de medidas que aplicó o aplicará – varias de dudosa comprobación – como “un proceso de licitación de la Copa Mundial de la FIFA totalmente transparente; la separación de los poderes político y ejecutivo; la limitación de mandatos y el control de la elegibilidad de los cargos electos y la transparencia de las finanzas y las retribuciones” más “un sistema de transferencias transparente y supervisado de forma centralizada; órganos judiciales guiados por un nuevo Código Ético de la FIFA” y “procesos de licitación estrictos para una contratación transparente”. 

Esta última palabra la repitió varias veces. Es probable que por las malas notas que sacó su organización en el pasado. Un pasado que lo salpica como a todos los que manejaron el poder del fútbol mundial. La lista incluye a Joao Havelange, Joseph Blatter, Julio Grondona y Michel Platini, entre los que más se destacan.

Infantino tampoco se quedó corto en el anuncio al G20 de los recursos que piensa utilizar. Dijo que habrá “una inversión en el desarrollo del fútbol auditada y con rendición de cuentas, que incluye la multiplicación por cinco de la inversión (1.800 millones de dólares) respecto al pasado”. También que se promocionará “a mujeres a puestos de decisión en la administración del fútbol”. Por último, mencionó “la protección de los derechos humanos, y la protección de los menores y los niños en el deporte, ya que es importante dotar a nuestros niños de un entorno seguro”. Se desprende de este punto que la Fundación FIFA está llamada a cumplir un papel. En sus objetivos sostiene que se aboca a la “reconstrucción de infraestructuras deportivas dañadas o destruidas alrededor del mundo”. Macri fue designado por el suizo para eso. Imputado y procesado en varias causas –desde la del Correo a los peajes, entre otras– forma parte de la famiglia FIFA que hoy da lecciones de integridad.

“Es crucial que el G20 se interese por estos asuntos y fije una dirección política clara”, pidió Infantino en la videoconferencia. Con sus apelaciones a la buena gobernanza, intenta salir del desfiladero legal en que se encuentra. En Suiza todavía es investigado por sus encuentros privados con el exfiscal general de ese país, Michael Lauber. Fueron dos diálogos que este ex funcionario admitió. Uno en la sala de reuniones del hotel Schweizerhof de Berna y el otro en el restaurante Au premier de la estación central de ferrocarriles de Zürich.

Lauber tuvo que renunciar en julio de 2020 por esos encuentros con Infantino entre 2016 y 2017 –o sea, la persona que debía investigar-, y pocos días después el fiscal federal Stefan Keller le abrió un proceso penal al presidente de la FIFA. De nada le valieron al dirigente sus constantes invocaciones a la ética y una campaña anticorrupción. En junio de 2019 y durante el Congreso de su organización y/o multinacional de la pelota, declaró que la FIFA había pasado “de ser tóxica, casi criminal, a ser lo que debe ser, una organización que se preocupa por el fútbol”.

Es evidente que al dirigente todavía no le creen ni un poquito en su propio país. A Lauber, su amigo de la infancia, le cerraron el proceso judicial porque renunció cinco meses antes de que finalizara su mandato como fiscal. Había sido apartado en 2019 de la investigación y la Autoridad de Vigilancia de la Fiscalía Suiza lo sancionó con una reducción de su sueldo del 8% anual. Lo acusaba de haber “mentido y obstaculizado la investigación disciplinaria en su contra”.

La Federación con sede en Zürich difundió un comunicado oficial donde aclaró que a Infantino lo invitaron a hablar en el G20. La organización señaló que “compartió las enseñanzas extraídas por la nueva FIFA a través de sus reformas posteriores a 2016, así como a raíz del escándalo de corrupción que hizo caer al equipo de gobierno anterior”. El suizo viene zafando de los procesos legales que se le siguen con bastante discrecionalidad. Primero se le cerró un expediente en el Comité de Ética de la FIFA, el mismo que suspendió en el cargo al expresidente Blatter. Su abogado Jean Pierre Méan nunca dejó de pregonar su limpieza de procedimientos: “No hay nada de malo en reunirse con un fiscal, ni siquiera de manera informal, es bastante habitual y absolutamente no criminal”, le dijo a AFP en agosto de 2020.

En la antípoda de esa defensa jurídica, Diego Maradona, cuatro meses antes de morir, dejó una de sus reflexiones sin antestesia, de esas que solían expresar cierto clamor popular: “Infantino me decepcionó. Yo veo que le dan un premio a Macri. ¿Premio a qué? Una patada en el culo hay que darle”. El expresidente había recibido el premio Living Football en junio de 2019 y un semestre después fue nombrado al frente de la Fundación FIFA. Hasta hoy, y superando al suizo que lo designó, tiene varias denuncias para responder en la Justicia. Los dos igual se sienten cómodos hablando de corrupción. Están como el rey desnudo en el célebre cuento de Andersen.

 

 

 

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