Réquiem, la exposición individual póstuma del artista rosarino Rubén Baldemar en la galería Barro (Caboto 531, La Boca, con cita previa por https://linktr.ee/Barro_cc) es una apuesta fría y minimalista, cuyo diseño de montaje evoca el concepto espiritual y arquitectónico de templo. El curador, Joaquín Rodríguez, hizo una puesta teatral en tonos acromáticos. Pintó de gris topo las paredes de la cámara 3 y emplazó en el eje central dos obras clave. Autorretrato (2001), efigie neoclásica del autor coronado a la manera del retrato romano, es un busto de parsec y oro a escala natural que lleva en el broche de su toga las iniciales RB. Frente a él cuelga una pintura oval de la serie Heráldica: Escudo n°1995.

Esa parodia del escudo argentino como emblema de una republiqueta bananera, pintada en 2004, funciona como el único toque de color. Como custodios que vigilan las cuatro direcciones, en el centro del espacio de paredes vacías parecen flotar cuatro mingitorios blancos de loza en miniatura, de la serie Mutt (2001). Son maquetas similares a las que el dadaísta Marcel Duchamp (autor del ready-made de 1917 en que se inspiran, firmado Mutt) incluía en sus mini museos-valijas La boite-en-valise. Con ellos Baldemar reflexiona e ironiza en torno a la letrina: la del arte, la del levante gay en el baño público (Tú y yo), o la del alambique alquímico que muta el orín en perfume francés (Mutt, eau de toilette).

El reconocimiento nacional e internacional era una deuda pendiente del sistema del arte para con Rubén Baldemar (1958-2005), fallecido a los 47 años un 17 o 18 de junio en su ciudad natal, justo cuando había vuelto a exponer tras una década de silencio. La muestra está hasta el 23 de abril y forma parte del "Proyecto Baldemar", una movida por visibilizar su obra que lleva la rúbrica de la galería rosarina Subsuelo, pero que incluye (o debería incluir) a muchos actores más: Norma Rojas, a cargo del legado; Mario Godoy, quien restauró las obras para las muestras homenaje en Rosario; Jimena Ferreiro, curadora de la retrospectiva en Subsuelo, Compulsiones nocturnas (2019); Mauro Guzmán, creador de la puesta de esa retrospectiva, y Nancy Rojas, coautora con Guzmán de uno de los nuevos textos y quien años antes entrevistó a Baldemar en el contexto de su última exposición en vida, Heráldica (2004) en el Pasaje Pan.

"Quería tener de primera mano sus palabras. Yo trabajaba en el Pasaje Pan y él estaba por exponer ahí", contó Nancy Rojas a Rosario/12. "Con Flor Balestra charlamos sobre la posibilidad de tener material sobre los artistas para futuras publicaciones. Entonces ahí coordiné con él y le fui a hacer la entrevista a su casa, y ya quedó en mi archivo porque en ese momento no se usó. La fui incorporando a algunos textos más adelante".

Los laureles, que simbolizan la gloria, operan como motivo integrador en Réquiem. Adornan tanto el escudo como las sienes del artista en el autorretrato, honor que el arte clásico otorgaba a un gran poeta o a un emperador. Los laureles le fueron esquivos en vida a Baldemar, quien cumpliría años pasado mañana, 15 de abril, coincidiendo con el natalicio de Leonardo da Vinci. Con motivo de su retrospectiva de 2009 en el Museo Municipal de Bellas Artes de Rosario, en referencia a su recepción entre sus contemporáneos de fines del siglo pasado, escribió Adriana Vignoli: "Su poética abarrocada precursora fue tildada de preciosista".

Una cita que define el estilo neobarroco de Baldemar es esta del poeta cubano Severo Sarduy en la portada del catálogo de su exposición de papeles artísticos en la Biblioteca Argentina con Susana Meden, en 1991: "La pasión cosmética, como los travestis de occidente, pero a condición de dar a esa palabra el sentido que tenía entre los griegos: derivada del cosmos". Travestir la materia era su hechizo, su seducción, su camuflaje, su encanto. Que el papel pareciera mármol y la pintura, oro. Así describía sus objetos Adriana Vignoli: "Más que simulacros, simuladores o dobles de cuerpo; más que ficciones, nuevas realidades posibles; más que artificios, artefactos construidos con fragmentos de la Historia del Arte con mayúsculas". (Refranero lardiano, Rosario, Casagrande, 2019)

La historia del arte es una vía en dos sentidos, lineal y retrospectivo. En esa perspectiva dinámica se construye la lectura de un artista, sobre todo la de alguien de la riqueza de Rubén Baldemar. Allá, en el horizonte de su época posmoderna, se divisa un posmodernista vinculado a lo clásico; acá, en el horizonte de esta época y de su recepción, es posible pensarlo como precursor, tanto del arte contemporáneo como del camp de hoy. En la exposición colectiva Aquellos bárbaros (MMBA Castagnino, 2018-19), la obra de Baldemar se exponía en la sala rosada del andrógino: la sala alquímica del amanecer, del Cosmos y de la superación de lo binario.

Hoy hay un territorio de lectura de la obra de Baldemar, tanto desde el arte contemporáneo como desde lo que se categoriza como disidencias sexuales o sexoafectivas. Mientras por un lado la mirada académica descifra sus guiños a las vanguardias históricas, por otro el juego de máscaras elegantemente carnavalesco y el tesoro de significantes con que Rubén construía su autorrepresentación (todo lo cual habla de un alto grado de civilización) resuenan en las luchas LGTTB y queer o cuir. 

El secreto, lo que no se podía decir en su época, era susurrado en clave como misterio en su obra, que constituye un legado de alto valor artístico y político para las nuevas generaciones. Si bien la gravitas de su título contrasta con el legado de gracia al que representa, Réquiem, afín al austero gusto capitalino, es sólo la primera exposición de Rubén Baldemar en Buenos Aires. Es imprescindible que haya más, en museos, para que el mundo conozca todos los matices de su obra y para que la mariposa monarca despliegue sus alas.