Justo hace seis años, una mañana de sol, lo que se dice de buen tiempo, el vendedor A le tocó el timbre al posible comprador B para venderle una toalla.
-¿Cuánto la toalla floreada?- preguntó B sonriendo en la mañana primaveral.
-80 pesos- contestó clarito A.
De comprador posible B pasó a comprador concreto, estaba de buen ánimo, la mañana era primaveral. Le pagó a A 80 pesos y se puso la toalla debajo del brazo. Acto seguido A le entregó un recibo donde se leía clarito $80, y todavía más clarito la A debido a la luz primaveral, A=firma del vendedor A.
Pasó una ristra de días y sonó el timbre en la casa del comprador, era el cartero. B abrió el sobre y oh sorpresa desmesurada, leyó que el vendedor A demandaba al comprador B por miles de pesos debido a que B no le había dado ni un pesito, nada de nada, por la toalla floreada que A había entregado de buena fe a B. ¡Cómo que nada de nada! B se tiró de los pelos, pateó el piso, él era indudablemente el comprador B, él había comprado la toalla floreada de 80$ y había pagado esos pesitos contantes y sonantes a A. Sin perder un segundo, con la toalla en una mano y el recibo de pago más la demanda dentro del sobre de gran tamaño y membrete en relieve en la otra, corrió con el corazón en la boca y en la cabeza clavados como una daga los miles de pesos de la demanda.
¿Cómo que no pagó si pagó? ¡Sí que pagó la toalla floreada de 80$!, corrió sin parar a lo del abogado Manchetti que estaba a la vuelta. Manchetti en persona le abrió la puerta, lo hizo pasar y sentar. B se secaba el sudor (con la toalla floreada de 80$) mientras veía a Manchetti cargar una jarra con agua en medio del vaho de la tintorería que había en el fondo. Manchetti le dio agua al comprador B que le decía ahogándose lo de la demanda de tantos miles, Manchetti le dijo que se iba a ocupar. B bebió el vaso de un trago, pero seguía con la lengua seca, más seca que una pasa.
Pasó un año como si nada, pero algo pasó en el medio. Un cara a cara ante los juzgadores más los abogados Manchatta y Manchetti, abogados de A y B respectivamente. Manchatta de A y Manchetti de B. A y B frente a frente. B se ahogaba en bilis y A mantenía una mirada indiferente, los dos insistían: B que pagó la toalla que sí que tenía el recibo de $ 80 con la firma de A, A que no que no era verdad que no era su firma que era analfabeto. Había que ver, había que ver la expresión grave, la seriedad adusta admirable adecuada que adjuntaban los juzgadores y los abogados Manchatta y Manchetti a los dimes y diretes por los miles de pesos exigidos debido al daño causado por el no pago de una toalla de $ 80.
Pasó otro año, el número dos, pasó para repasar que de vez en cuando el abogado Manchetti mandaba una invitación a B para que se diera una vuelta por su despacho para decirle que no tenía nada para decirle pero que le debía tantos pesitos por ocuparse de decirle que no tenía nada para decirle. Tal cual, de la misma forma, exacta pero exacta, pasó todo el año número tres, aunque pagando pesito por pesito sellitos que de ninguna manera podían dejarse de estampar en las páginas señaladas por Manchetti como fundamentales para desarmar lo que llamaba “la desmesura aberrante de A y Cía”, o sea Cía igual=Manchatta. Año número ¡cuatro!, a lo largo del cuarto año una vez, ¡una!, el abogado Manchetti le informó a B que había sometido a A a una prueba caligráfica. ¿Era o no era A la firma del demandante A?, también le informó que el perito costaba tantos pesitos y otros tantos sus instrucciones minuciosas al perito.
5, sí, el quinto año de la increíble y nada cándida historia de la demanda de A a B y los respectivos Manchatta y Manchetti más los juzgadores cada cual más pétreo, que transcurrió sin novedad. Salvo que el perito calígrafo descubrió por fin que definitivamente la firma A del recibo de pago por la compra de la toalla de 80$ que exhíbia B correspondía sin un pelito de duda al vendedor A que no era analfabeto ¡Aleluya! ¡Aleluya!
Año número seis, sexto año consecutivo, años durante los cuales se despeluchó la toalla mientras A y B vivían sus vidas y ya casi no se recordaban, casi para nada. Es el año que se emite la sentencia que dejó en claro, de forma contundente y clara como el agua clara, que B no debía un solo pesito de los miles de pesos requeridos por A según los cálculos de Manchatta que calculaba al cubo. Nada debía pagar B porque sí había pagado -allá lejos y hacía tantísimo tiempo- los 80$ por una toalla floreada. Pero hete aquí que Prístino Justo, el juzgador que prestamente absolvió a B en primera instancia, con la absolución en una mano y la calculadora en la otra, fijó, impregnado del espíritu de Manchatta (“de una desmesura aberrante” fue la calificación de Manchetti, ¡hay que recordarlo!), la cifra de 80.000 pesitos de honorarios para Manchetti que ni corto ni perezoso tomó esa cifra como broche de oro para su prosapia jurídica, prosapia con la que había asegurado cada tanto a lo largo de seis años que B había pagado la toalla de 80$ a A.
El absuelto B, ¡absuelto en primera instancia!, con la nueva deuda de ochenta mil, llegó atónito al lugar de la cita citado por Manchetti. Esta vez, aunque se respiraba algo del aire húmedo de la tintorería, el lugar era otro, había olor a ropa vieja, a prendas viejas, a ropa de muchos años para arreglar. En todas las mesas había arreglos, y todos los que circulaban por ahí se probaban los arreglos frente al mismo espejo. Para facilitar la llegada a los arreglos había flechas indicadoras en casi todos los pasillos. Manchetti con un saco azul recién arreglado palmeaba a B para que se pusiera contento. ¡Ganó!, la deuda ascendía -descontados todos los pagos anteriores- a unos redondos 60.000 pesos, gracias a la generosidad de Manchetti que a la cifra de Prístino Justo le había restado algo por su gran consideración a B.
Otra habría sido la cifra, aseguraba Manchetti, si hubiera perdido, Prístino Justo un Midas que convierte en oro todo lo que toca, la habría triplicado. B no entedía nada de nada, miraba la cifra de 60.000 mudo, el proceso iba por dentro; sudando y sin tener a mano para secarse la toalla floreada de 80$, preguntó: ¿Y Manchatta? ¿Y Manchatta con A a su sombra, los dos unidos en una sola sombra larga? ¿tienen o no tienen algo que ver en este asunto? Pero nadie había para contestarle, B no veía ni a A ni a Manchatta, ni a Manchetti, menos a Prístino Justo, la tierra los había tragado, también la Ética a Nicómaco, solamente una puntita polvorienta de la tapa se asomaba por el agujero abierto.
(esto es ficción, si algo tiene que ver con la realidad es pura coincidencia)