Que el presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento decidiera bautizar, allá por 1867, una vasta región pampeana con el nombre de un entonces protagónico Benito Juárez, desoyendo el canon que impone homenajear sólo a los difuntos, puede ser tenido como una curiosidad, pero también como presagio de un vínculo especial entre países situados en las antípodas del vasto subcontinente resultante de las luchas independentistas del siglo XIX y del consiguiente desmembramiento del imperio español.

Tras aquel anclaje inicial, podrían mencionarse muchas otras intersecciones fundacionales de una estirpe común forjada al calor de solidaridades, como las que expresara en la segunda década del siglo anterior ese gran defensor de la independencia mexicana que fue Manuel Ugarte, icónico batallador por la Patria Grande: emociona releer sus discursos de 1912 en la ciudad de México, prohijado por los estudiantes que lo llevaban en andas como líder espiritual de una Iberoamérica unida y su exaltada reivindicación del “recio, altivo y soñador” pueblo mexicano, que hizo frente a la agresión extranjera.

Sería interminable enumerar los múltiples lazos culturales que unieron a lo largo de la historia a ambas patrias, pero baste con mencionar el prominente protagonismo de Alfonso Reyes, a quien Borges llamó “el más grande prosista de la lengua castellana”, en la vida literaria argentina durante sus dos desempeños como embajador en Buenos Aires. En paralelo, merece recordarse la enorme trayectoria del editor argentino Arnaldo Orfila Reynal al frente del Fondo de Cultura Económica primero y de Siglo XXI después.

Pero no fue sino hasta los años 70 cuando el terrorismo de Estado argentino desplazó forzadamente a playas mexicanas una nueva ola inmigratoria, un numeroso contingente de asilados, refugiados y exiliados –un puñado de ellos intelectuales comprometidos, pero la mayoría anónimos trabajadores y activistas políticos y sindicales–, que tramitarán un intenso proceso de integración, relacionamiento social y mestizaje cultural del que iba a emerger un concepto enunciado antes de que se lo teorizara: argenmex.

La novedosa emergencia de este colectivo de sesgo binacional que implica síntesis, amalgama sentidos y define contornos, vino a constituir un nuevo ecosistema relacional que comenzó forzado y luego se tornó voluntario y evolucionó hacia la conformación de una peculiar identidad urdida al calor del devenir de la rica vida social en el México de los 70 y 80. Un microcosmos que continúa encarnando aún hoy, cuatro décadas después, en personas y familias en ambos extremos continentales. Un entrevero de historias y vivencias individuales, familiares y comunitarias.

Dada la existencia de esa colectividad, signada por pertenencias y lealtades, vale reconocer el mérito de las cancillerías de ambos países que, más allá del fortalecimiento de un eje político y diplomático, de afrontar los desafíos de una pandemia demoníaca y el incremento de todos los intercambios, patrocina una reflexión sobre este fenómeno que excede lo migratorio y expresa una enriquecedora experiencia social y cultural. Por ello destacamos que las terceras Jornadas del Foro de Reflexión Argentina-México, que sesiona virtualmente esta semana, evoque los 45 años del inicio del exilio argentino considerando las potencialidades de la dimensión argenmex para la consolidación de una amalgama virtuosa, solidaria y fraternal. Muy destacable entonces el esfuerzo del embajador argentino Carlos Tomada y del subsecretario para América Latina y el Caribe mexicano, Maximiliano Reyes Zúñiga, que habilitan y visibilizan con esta iniciativa, por primera vez institucionalmente, un colectivo que nació del destierro y se convirtió en destino.

* Periodista argenmex. Vivió en México entre 1976 y 1983 (Nota publicaddo en La Jornada de México)