Te compré girasoles es el relato detallado de una madre que vio cómo su hija de 31 años moría por negligencia ajena. Es la historia de todo lo que hizo para salvarla, que hoy considera insuficiente, y de la impotencia que sintió en 2003, en Corrientes, cuando los médicos atribuían al estrés cualquier síntoma desconocido, en lugar de indagar sobre los motivos clínicos de los dolores de cabeza, ceguera temporal y otros síntomas de Ana, la protagonista. Murió por una trombosis de seno venoso que nunca fue diagnosticada ni tratada. Sus relatos sobre lo que sentía en su cuerpo fueron sistemáticamente desoídos. Esta novela corta de María Angélica Vicat fue editada por Editorial Municipal de Rosario. Lo primero que la autora deja claro, ante la primera pregunta, es que “absolutamente todo lo narrado es verdad, así ocurrió. Solamente los nombres han sido cambiados”.

¿El nombre de Ana también está cambiado? “Tenía otro nombre, pero ese es el segundo”, responde la madre. 

Ana tenía una hija de 13 y otra de 11, al principio de la novela estaba embarazada, en el transcurso de los hechos da a luz a su tercera hija. El marido de Ana –gerente de un supermercado-- era capaz de resignar la obra social para pagar la cuota de un auto nuevo. Vicat dice que escribió “Te compré girasoles” para “mostrar que las palabras no sirven”. Es la historia de la muerte de su propia hija. La paradoja es que construye un relato electrizante, que no se puede abandonar, mientras se lee sin aliento. En sus palabras, la cultura patriarcal va tomando forma en cada una de las 107 páginas. “Ahora, a la edad que tengo, entiendo que a veces no podés ser civilizada. No podés salir al malón que viene galopando a leerle la declaración de los derechos del hombre. Únicamente podés salir con un winchester. En algún momento tenés que tomar el toro por las astas. Las palabras no sirven. Eso es lo que siento ahora”, dice por teléfono desde Villa Giardino, donde vive. 

“En la medida en que realmente pueda llegarse a ‘superar’ el pasado, esa superación consistiría en narrar lo que sucedió”, es la cita de Hannah Arendt que abre el texto finalista del Concurso Regional de Nouvelle de la Editorial Municipal de Rosario, en 2018. “Sabía que no obtendría justicia pero quería que se supiera”, dice la autora. Y su necesidad de difundir esta historia llega hasta nuestros días. 

A medida que el relato avanza, la desesperación de la narradora va sumando impotencia, manotazos de ahogada, la imposibilidad de penetrar las decisiones arbitrarias del esposo, la sordera de médicos y médicas, el consejo de un policía para que no haga enojar “al hombre”. La necesidad de salvar la vida de su hija.

La novela se presenta como una forma de justicia simbólica, y también desnuda la extrema indiferencia hacia las sensaciones y los cuerpos de las mujeres.

“Cuando lo escribí, lo hice un poco para superar ese pasado y con la intención de que se sepa que todas podemos ser Ana en algún momento, porque como decía Belgrano: ‘En qué profunda ignorancia vivía yo del triste estado de las provincias interiores’. En las ciudades grandes se desconoce cómo funciona la sociedad y cuáles son las condiciones de las mujeres (en lugares como Corrientes). El dueño es su esposo, y esto no puede ser porque no se mata sólo por acción sino también por omisión y con anuencia de la población”, expresa.

Escribir para recordar, para develar, para poner las cosas en su lugar, es lo que intenta Vicat con el relato de la tragedia de su hija. “No quería olvidarme de nada. Tengo toda la documentación médica de ella, tengo el mail que mandé, porque yo después de eso hice una denuncia por abandono de persona. Lo que quería era que él (el marido) no críe las hijas, que las críe una de las hermanas de él. Por eso yo hago una denuncia y le pido al juez que las nenas pasen a poder de la que en la novela se llama Sorayita. Y el juez caratula eso como abandono de persona. Pero, como el hermano de él es diputado del Partido Liberal, eso se cajoneó y nunca pasó nada. Así es Corrientes”.

Ana, la hija de la autora, protagonista de la novela.

Y siempre, las palabras. “Tengo mucha rabia. No sé cómo resolverla. Tengo una PC y conexión a internet. Escribo un mail y en asunto pongo ‘Justicia para Ana’ y mando miles, pero miles. Consigo bases de datos con direcciones de correo y sigo mandando, de a poco, todos los días”, relata en una de las páginas finales del libro.

Que se sepa fuera de Corrientes es un anhelo pero también genera temor. “Me gusta la idea de que se difunda. Se plantea toda una situación bien desarrollada, paso a paso, que la gente que lo lee se da cuenta de que le puede pasar, que seis o siete médicos te vean y todos se equivoquen. Una amiga mía en Mercedes, una mujer de 60 años, tuvo lo mismo que Ana, una trombosis de seno (venoso) profundo, y el médico que la atendió, un hombre grande, al toque le dio heparina y se le fue”, relata por teléfono. “Corrientes es un desastre en cuanto al estudio médico. En el examen de ingreso de Medicina dictaba cátedra un dentista y un veterinario, y si vos no hacías el curso en la academia particular del dentista, no aprobabas. Por eso otra de mis hijas, la que en la novela se llama Victoria, se deprimió y la tuve que mandar a estudiar a Rosario”, sigue la descripción del escenario –real—de su novela. “No me animo a ir a Corrientes si se desparrama esto”, lanza en un momento de la charla, y más tarde asegura que no le van a hacer nada, pero se van a enojar. Y dice que ciertas anomalías “están internalizadas como naturales” en esa provincia.

Te compré girasoles es el primer libro publicado de María Angélica, que escribe relatos de fantasía y ciencia ficción y es lectora de Úrsula K. Le Guin y Angélica Gorodischer. Cuando se jubiló, Vicat se radicó en Villa Giardino, Córdoba. “Mi papá era director de uno de los Observatorios de acá, cuando yo era chica, yo me crié acá y veraneábamos todos los años. Me jubilé y me vine porque es lindo el lugar, conozco el clima y la verdad es que de Corrientes ya quería salir volando”, responde. Nació en la ciudad de Buenos Aires en 1946. A lo largo de su vida vivió en distintos lugares: Córdoba, Buenos Aires, Santa Cruz, Río Negro, Corrientes y Santa Fe. Trabajó de meteoróloga, docente rural de escuela primaria, comerciante de artesanías, periodista y librera. Tuvo seis hijos, quince nietos y varios bisnietos.

“Sentí que debía contar los hechos como fueron, asumir mi parte de culpa y difundir la historia para que los lectores reflexionen sobre cómo la desvalorización de la mujer puede tener resultados fatales”, afirma. Si la actual movilización feminista hubiera facilitado el acceso de Ana a la salud es otra pregunta. “Creo que sí, por lo menos podría haber recurrido a personas más capaces para entender la situación”, responde.