Desde Madrid

UNO "Madrid es de todos. Madrid es España dentro de España ¿Qué es Madrid si no es España? No es de nadie porque es de todos. Todo el mundo pasa por aquí... Todos sueñan con vivir a la madrileña y salir a tomarse una cerveza después del trabajo... Todos sabéis bien que cuando uno viene a Madrid se lo pasa bien y tiene múltiples formas de empezar de cero y puedes cambiar de pareja y no encontrártela nunca más. Eso también es libertad y no ocurre en todas partes", afirmó Isabel Díaz Ayuso: presidenta de la Comunidad de Madrid y crédito a cada vez más cercano largo plazo con (creen las facciones más extremas del Partido Popular) opciones a la presidencia del reino todo; porque qué es España si no Madrid y Madrid es ella y suya. Y Ayuso lo asegura con ese aire de actriz de cine mudo opiómana y muñeca Anabelle hablando en lenguas con dialéctica de Mariano Rajoy. Y sus palabras resuenan en Rodríguez --de regreso en Madrid luego de tanto tiempo-- en este marciano martes de elecciones. Y Rodríguez baja del tren y todo está dónde estaba. Ahí, frente a Atocha, los legendarios (pero cada vez más denostados como trampa-para-turistas) bocadillos de calamares de El Brillante. Y, subiendo por el Paseo del Prado, a la izquierda de Rodríguez el "Guernica" y a su derecha "Las Meninas". Y está Madrid, claro. Y Rodríguez --como a otra obra de arte-- la mira como si fuese algo nuevo con sus viejos ojos de siempre.

DOS Porque en los últimos tiempos, Madrid es otra cosa. A contramano de medidas sanitarias y todo abierto hasta tarde y callejeo desenmascarillado. Y después a seguirla en vertiginosos bajos fondos de fiesta ilegal como en tiempo de la excitante y húmeda Ley Seca o en improvisada disco underground en altos de edificios que ya no aguantan más la multiplicación de pisos turísticos. "La nueva New York de Europa", la definió Paris Match (aunque tal vez esté un poco más cerca del ¡Viva Las Vegas!) para alentar a hombres lobos parisinos y poupées de cire a que viniesen aquí a vivir la vie en rose. Y --desde todo un continente agotado de represión y reglamentos-- se suman caballeros de la tabla redonda (y otra ronda de cerveza para todos) y encabritadas valkirias cabalgantes y tribunos romanos con pasta de gladiadores. Y Díaz Ayuso dándoles la bienvenida e invitándolos, ya que están por aquí, de paso, a visitar los museos. Así, para algunos, Madrid como Sodoma & Gomorra, Inc. y para otros como suerte de Disneylandia más cerca del desenfreno de Donald que del civismo de Mickey. Y así aquel Madrid Me Mata mutando primero a Madrid Me Contagia y luego, tal vez, quién sabe, a morir a la madrileña.

TRES Y ahora, en semejante escenario, todos contra todos ante la mirada impávida de visitantes pensando en cualquier cosa menos en política. Y resopla el ya citado huracán Isabel con todas las de ganar mientras a su izquierda y a la Izquierda (incluido el candidato soso-cialista por admisión propia, Ángel Gabilondo, quien se precia de seriedad de rector/catedrático universitario y fue ex Ministro de Educación, pero sin nada de la potencia sentimental de un Mr. Chips modelo Peter O'Toole ni... ah... resiliencia como para subirse a pupitres con estilo "O Captain! My Captain!") no le queda otra que aterrorizar a la población con el avance de la ultraderecha de Vox al que, se supone, se asociaría el Partido Popular de no conseguir Díaz Ayuso mayoría absoluta. "Si tanto les preocupa el que no entre Vox en el gobierno, entonces que me apoyen", sonríe Ayuso con ojos bien abiertos. Y así, estas elecciones locales pero convulsas darán un poco la clave de lo que vendrá a nivel nacional. Y serán los madrileños (gran parte de ellos llegados desde otras comunidades o, como el pianista-bufón poseído por la ciudad James Rhodes, desde el extranjero) quienes decidan un poco cómo vendrá la mano o la bofetada de aquí en más. Mientras, por las calles, los jóvenes --veteranos ya de dos crisis económicas-- protestan con pancartas que, casi ya de rodillas, rezan: "Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo". Y no creen en milagros. Y, mucho menos siguen comulgando en la alguna vez ilusionante iglesia del ilusionista Iglesias (de quien se dice que, fracasado en su utópico asalto al cielo ahora prepara su salida de la política para dar el salto al fango de la televisión) superado incluso por la escisión de Unidas Podemos llamada Más Madrid. Y, ah, esos debates reventados y reventantes, ese cartel xenófobo, ese "Comunismo o Libertad" o ese "Fascismo o Democracia" o ese "Caracas o Madrid", esas cartas con balas y navajas, ese "cordón sanitario" y esos "sondeos secretos". Esa polarizada atmósfera tóxica mientras, ahí fuera, el verdadero virus continúa subiendo en encuestas de contagios y muertes en las que nadie elije y todos ruegan por no ser elegidos. Y todos los candidatos son malísimos, piensa Rodríguez (el 90% de los españoles no cree/confía en los políticos); y que no gane el peor, desea. Aunque, como con las vacunas (cuya eficacia y contraindicaciones están al desorden del día), tocará lo que toque.

CUATRO Ahora, Rodríguez haciendo tiempo (antes de una reunión de trabajo) en Plaza del Sol. En el kilómetro 0. Frente al edificio de la presidencia de la Comunidad de Madrid en cuyo campanario late ese reloj del Año Nuevo y de las (cada vez más malas) uvas. A metros de donde el histórico y tan ibérico anuncio de fino Tío Pepe ahora corona el edificio de la mega-store de Apple y su histérica manzana. Y junto a la estatua esa del oso y el madroño, donde hace ya una década surgió el movimiento protestón del 15-M pariendo nueva camada de políticos con ganas de cambiar El Sistema pero... Lo único que ha cambiado es que, parece, el oso es en verdad una osa. El árbol continúa siendo asexuado y autofecundador madroño cuyas hojas, decían, eran buen remedio para inmunizar contra peste que, en el medievo, azotaba a Europa. Ahora, en Madrid, ya casi no hay madroños y lo que sobran son barras sin paralelo y fondas sin fondo. Ahí, se sabe, todos se ponen de acuerdo y son uno, una, una vuelta más de cerveza para todos (sabiendo ahora que, lee Rodríguez, más de cuatro cañas reduce efecto inmunizante de vacunas).

Antes de subirse al tren de vuelta, Rodríguez pasa por sucursal madrileña de la librería Lata Peinada y allí compra la magnífica auto-antología de Patricio Pron. Y qué pena que viva en Madrid y no en Barcelona, piensa Rodríguez. Y se dice que no estaría mal (como en película de espías, a mitad de camino, en puente envuelto en niebla de Zaragoza) canjear a Pron por ese otro escritor argentino que sí vive en Barcelona y al que Rodríguez no soporta.

A bordo del AVE (afuera ya será de noche y el aire se llenará de aullidos y de carcajadas brotando de las urnas), Rodríguez abrirá el libro de Patricio Pron que se titula Trayéndolo todo de regreso a casa. Y dudará entre empezar con el cuento "Decir que entendemos algo tal vez sea una exageración de nuestra parte" o con "Éste es el futuro que tanto temías en el pasado".

Y mañana el barcelonés Rodríguez (de vuelta en esa Barcelona de nadie, sobreviviendo a la barcelonesa) tiene que encontrarse con su inevitable ex pareja para conversar, sin cerveza de por medio, acerca de sus cada vez más ex hijos evitándolo a él.

 

Pues eso.