“¡Otro voto más para el General!”, gritó la enfermera, alzando al bebé que acababa de nacer. Casi era medianoche. Había terminado la campaña de tiza y carbón. En pocos minutos llegaría el 24 de febrero de 1946, día de las elecciones que llevarían a Perón al gobierno por primera vez.

Para Nieves Domínguez y Germán García lo importante era que había llegado a este mundo el primero de los tres hijos que tendrían: Rodolfo.

Como si hubiese escuchado a esa enfermera, Rodolfo García fue un trabajador y estuvo siempre del lado de los trabajadores, sea como dirigente del Sindicato Argentino de Músicos en tiempos difíciles o yendo personalmente a solidarizarse a cualquier fábrica donde la estaban pasando mal.

Mientras estudiaba en la escuela industrial de Parque Avellaneda, porque prometía salida laboral como mecánico en los talleres municipales, Rodolfo ya fagocitaba toda la música que le llegaba. Naturalmente quiso dar el salto de escuchar a tocar. Empezó con el acordeón a piano y pronto lo fascinó la batería, pero sólo tenía un tambor y cacerolas. Hasta que un día Nieves cedió a la insistencia de su hijo y lo sorprendió dándole un papelito. Era el recibo para retirar la batería que había comprado -muy barata- en un remate del Banco de la Ciudad. Rodolfo voló hasta Esmeralda al 600. Los brazos y las manos casi no le alcanzaban para alzar el bombo, los tambores, los platillos y los pedales, todo sin fundas. Un poco caminando, otro poco haciendo dedo por Avenida Libertador, hizo el interminable regreso a Belgrano. Pero estaba feliz. El baterista ya tenía batería.

Su condición de autodidacta lo llevó a crear un estilo propio, admirado e imitado por muchos. El joven Rodolfo valoraba a sus pares Pomo, Moro, Black Amaya y Javier Martínez. Pero a nivel planetario en su podio estaban Ringo Starr, el inglés Jim Capaldi, batero de Traffic, y el uruguayo Osvaldo Fattoruso. Le fascinaba de ellos una característica que tenía el propio Rodolfo: la eximia técnica no la utilizaban para el lucimiento personal, sino que estaba subordinada a las necesidades del grupo, en general, y del tema que estaban tocando, en particular. Para Rodolfo lo colectivo estaba siempre por encima de lo individual.

Como muchos pibes también quería ser futbolista. Era zurdo. Delantero. Se tenía fe y fue a probarse a su club: River Plate. No le pasaron la pelota. Jugó otra ficha en Deportivo Español, pero tampoco tuvo suerte.

Es conocida la historia de cómo Luis Alberto Spinetta entró en su vida, un anochecer otoñal de 1963. Ese flaquito de 13 años apareció vistiendo el uniforme escolar del San Román en un ensayo de Los Larkins. Luego Rodolfo y Luis se quedaron horas charlando sentados en el cordón de la vereda en Monroe y Arribeños (recuerdo a Rodo señalándome con nostalgia el lugar exacto del cordón a los pocos días de que muriera Spinetta). Ese viaje siguió con los Mods y Almendra y terminó con Los Amigo.

Sus padres, gallegos de Laxe, no protestaban por su intención de ser músico, pero tampoco lo alentaban. Lo importante era que no dejara de trabajar en el taller. Cada tanto le insinuaban que le quedaba mejor el pelo corto o se fastidiaban cuando tenían que ir a sacarlo de la comisaría, donde había caído por tenerlo largo. No más que eso. Pero a pesar de la presión, un día, exhausto, respiró hondo, renunció al taller y apostó todo a Almendra, nombre que propuso él, luego que sus compañeros bocharan el de Aquelarre, con el cual, igual, tendría revancha.

En 1970 no quería que Almendra se separara. Por eso disfrutó tanto el reencuentro de la banda en 1979 y siempre recordaba la emoción única de compartir con sus amigos el concierto de las Bandas Eternas en Vélez en 2010.

Luego de Almendra tuvo tiempo para tocar en las Nebbia’s Band y hasta para armar un trío con Pappo y Emilio Del Guercio en los carnavales de 1971, antes de Aquelarre, banda con la que brillaron entre 1972 y 1977 y llevaron el rock en castellano a España, donde por entonces aún se cantaba en inglés.

Rodo vivió cien vidas en una. Y tenía una memoria única para contar las historias que protagonizó, ya fuese con Marta Minujín y Federico Peralta Ramos en el Instituto Di Tella o con Ringo Bonavena como aspirante a cantante. Todo cabía en el increíble mundo de Rodolfo.

Ese tipo manso y tranquilo era vertiginoso para encarar proyectos uno tras otro. De Tantor a La Barraca; de incansable promotor cultural a Director Nacional de Música en el gobierno de Cristina. Y, hasta el miércoles pasado, integrante, junto a Dhani Ferrón, de tres bandas simultáneamente: Jaguar (con Lito Epumer y Julián Gancberg), Posporteño (con Alejandro del Prado) y 9 Dedos (con Alambre González y Patán Vidal).

El 23 de febrero, cuando cumplió 75 años, me dijo asombrado: “Si cuando estaba en Almendra alguien me hubiera dicho que a los 75 años iba a estar tocando en tres bandas a la vez y haciendo un programa de radio le hubiera contestado que estaba loco”.

Ese programa de radio, “Mundo Disperso (historias de la vida y todo lo demás)”, lo hicimos con Rodolfo y Pedro Saborido primero en la AM 750 y luego en Radio Nacional y lo encaró tan seriamente como a su batería. Con Pedro éramos cholulos de Rodo y le preguntábamos al aire, como cualquier fan, sobre su historia y la del rock argentino. Nos maravillaba habernos convertido en grandes amigos de un ídolo. Uno teme acercarse a la gente admirada por miedo a que nos defraude, a que la persona no esté a la altura del artista. Pero Rodo era un gigante en humildad. En todos estos años siempre quiso ser uno más de nosotros, cuando era mucho más. Y teníamos que esforzarnos para descubrirle algo nuevo y formidable que él ocultaba por modestia. Si leyera este texto, seguramente diría lo que nos decía a Pedro o a mí cuando elogiábamos algo de él: “Gracias loco, pero no es para tanto. Sos un exagerado”.

Además de ídolo y amigo, era para nosotros un maestro y un compañero. Era ese papá orgulloso de Juliana y de Mora y un hombre enamorado de Milagros. Era una persona sin dobleces, solidaria, noble, honesta, generosa. Siempre supo pararse en el lado del bien y en eso nunca se equivocó. Jamás.

Gracias por tu vida Rodo.