Todavía puede verse en los Estados Unidos, y tal vez en algunos núcleos comerciales de Londres: el hombre-anuncio. El hombre-anuncio es posiblemente el primer prototipo del sujeto mercantilizado. Hoy en día, en la era de internet, ya estamos informados de que la industria Big Data nos ha convertido a todos en subjetividades comerciables. Pero el hombre-anuncio tiene una larga historia, que comenzó en el Londres del siglo XIX, cuando los carteles en la vía pública quedaron sujetos al pago de fuertes impuestos y la competencia por el espacio en las calles se tornó feroz. Con su ácido sarcasmo, el hombre del “anuncio-sándwich” fue descrito por Dickens como “un trozo de carne humana entre dos rebanadas de cartón”. La “economía de la atención” nació hace mucho tiempo y, aunque resulte extraño, los métodos de propaganda bípeda aún siguen empleándose. Los comercios y empresas han multiplicado los trucos añadiendo variaciones en la contienda por atraer la mirada de los transeúntes y conductores. Actualmente esto se ha extremado aún más, y tras una serie de experiencias con tatuajes publicitarios temporales (que pueden quitarse) por los que algunas celebridades deportivas cobraron interesantes sumas, se tiene constancia de que un tal Jim Nelson vendió en 2003 un trocito de la superficie de su nuca para un tatuaje indeleble en el que se promocionaba una empresa de páginas web. A partir de entonces, la venta de parcelas corporales para la publicidad mediante tatuajes se ha extendido tanto que en la actualidad la oferta ha superado la demanda. Como curiosidad vale la pena mencionar BuyMyFace (“Compra mi cara”), un site creado por dos graduados de la Universidad de Cambridge (la página ya no existe), quienes todos los días colgaban fotos de sus rostros en los que con tinta lavable escribían anuncios para recaudar las 60.000 libras que debían por las matrículas de sus carreras.

La conquista del espacio estratosférico es apenas un minúsculo capítulo en la voluminosa enciclopedia del capitalismo. No hay espacio social, individual o colectivo, real o virtual, que no sea empleado por ese discurso. El hombre marcado en los campos de concentración fue un experimento (no consentido por el usuario) que preparó la conciencia social para lograr la trazabilidad moderna de los cuerpos. Se alquilan, se venden, se intercambian, y sobre todo los cuerpos se trafican bajo múltiples formas, algunas que todavía provocan una objeción crítica y otras que se van normalizando como ya sucede con los chips que se insertan en las personas como en perros y gatos para identificarlos y almacenar sus datos. La conquista del espacio mercantil adquiere proporciones inimaginables. En una suerte de horror vacui, hasta el más mínimo centímetro cuadrado de superficie urbana se aprovecha para anunciar y vender algo. Me llaman la atención las estaciones de metro en Nueva York, donde las barras de metal que forman los molinetes de acceso están envueltas en adhesivos que llevan impresos diferentes anuncios. El frenesí comercial es un virus que se expande y coloniza toda la superficie del mundo circundante, lo parasita y penetra en cada poro de la realidad física y espiritual.

El capitalismo, como todos los sistemas sociales y productivos que han existido, es un tratamiento y gestión de los cuerpos conforme al lugar que ocupan en la escala pública y privada. Cuerpos esculpidos, atléticos, obesos, anoréxicos, intoxicados, triunfantes cuerpos erectos o miserables carnes derrotadas, el paisaje urbano lo contiene todo. Sorprende el empuje a la mujer de los psicóticos que deambulan por las calles, desamparados de cualquier atención psiquiátrica, y que se esfuerzan por regular su goce mediante la mímesis de una femineidad sobreactuada. De vez en cuando, algunos transeúntes detienen un segundo su marcha para observar cómo los servicios paramédicos recogen a alguien que ha alcanzado su límite.

 

*Psicoanalista argentino radicado en Madrid. Punto III de su artículo Across the Universe sin salir de Manhattan, del libro Género, cuerpo y psicoanálisis (Grama Ediciones), compilado por Edit Tendlarz.