Este no es un feliz cumpleaños. Ni estamos invitades a tomar el AZT. La tetera es de porcelana y muches siguen fingiendo que no se ve. Yo sé por qué. Hace 40 años la organización estadounidense de vigilancia y prevención de enfermedades (CDC) alertaba al mundo sobre una nueva infección y la ligaba directamente con los homosexuales. Empezaba a gestarse la historia del sida, el VIH, la discriminación y la respuesta activista. Uno de los primeros nombres que tuvo el sida -antes de que se descubra el VIH- fue GRID, gay-related immunodeficiency disease (enfermedad de inmunodeficiencia relacionada a los gays). Con ese nombre que hoy podría sonar tan a Grindr o a canción de Ariana Grande es que se reforzaba lo que por años sería (es) mantra de odio y prejuicio: “el sida es cosa de putos”.

Durante el tiempo en el que el sida fue considerado solamente un pánico no heterosexual, el silencio en torno a él se puede decir que fue político. El presidente Ronald Reagan habló públicamente del sida recién en 1985, cuando el monstruo de entonces cuatro años apenas gateaba. El mismo año en el que murió Rock Hudson y Hollywood se convirtió en una película de terror, odio y persecución corría un rumor: algo que se había convertido en viral antes de la llegada de las redes sociales. A pesar de que se insistía que esto solo le pasaba a marginales (léase todo aquel que se encuentre al margen de las normas heterofamiliares), el miedo blanco, cis, hetero empezaba a exigir una respuesta porque la “peste rosa” comenzaba a tener los colores de la familia norteamericana tipo. Una barbacoa de sida en el infecto patio con cercas blancas y rubias que podían llegar a la porrista, no solo al porrero.

Pensándolo en términos de los textos de la escritora Brigitte Vasallo, es como si la sociedad sólo se permitiese una “monogamia viral”: sólo se puede tener relación con un único virus. La covid es el vínculo principal, todos los que estén por fuera -como el VIH “promiscuo”- son ignorados y dejados a la buena de sus activistas. Parecería imposible pensar en un “poliamor viral” que busque lo mejor para todas las relaciones víricas. Si el mundo entero hubiese oído cuando las personas viviendo con algún virus o alguna situación de salud reclamaban las mejoras que urgen en los sistemas de salud seguro hubiésemos llegado al comienzo de esta nueva pandemia mucho más preparades.

El sistema de salud que reclamamos hace años es uno con equipamiento, profesionales capacitados y en condiciones laborales justas, acceso universal, ética a la hora de pensar las medicinas. Esto que exigimos sirve para VIH, covid y todos los demás virus, enfermedades y temas de salud. “Únicamente la solidaridad mundial y la responsabilidad compartida nos ayudarán a erradicar el COVID-19, acabar con la epidemia del sida y garantizar el derecho a la salud para todos”, dijo Winnie Bianyima, directora ejecutiva de ONUsida el 1 de diciembre pasado. Cada vez que veo un intento de igualar VIH con la actual pandemia de covid pienso en los años (y muertes) que se esperaron para enunciar una respuesta colectiva al sida. Covid y VIH no son lo mismo porque más allá de que se transmiten de maneras distintas, para uno (afortunadamente) hubo respuesta, para el otro acabamos de cumplir 40 años de olvidos. Si vivir con VIH no era fácil antes de esta nueva pandemia, ahora menos. Las personas positivas vivíamos en pandemia y urgencia desde antes.

Sebastián Freire

LIBEREN LAS PATENTES

Hace 5 años tengo una remera que dice “las patentes matan”. Me la regalaron les amigues de la Fundación Grupo Efecto Positivo (GEP) que desde hace tiempo invocan el tema. Esta remera, este grito, que por años pasó desapercibida ahora es trending topic. Es que desde antes que #Liberenlaspatentes sea noticia las personas VIH+ padecemos la nada ética especulación que rige los precios, avances y abastecimiento de la respuesta a la salud.

Gracias al Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC) firmado en 1994 los laboratorios dueños de las patentes pueden producir, vender y comercializar productos farmacéuticos. De esta manera los precios y quién recibe los insumos dependerá de quién tenga los bienes y recursos para producirlos. La prioridad siempre va a estar en el país productor y dueño de la patente. La salud, nuestra vida, es un acuerdo neoliberal, clasista y para pocos. Nuestras muertes: cifras. Sin mayor producción y participación del Estado, cuando la decisión final queda en manos del mercado, los precios, el acceso y demás lo fijan las empresas y los países obscenamente ricos. Así es que la pastilla que necesito para (sobre)vivir depende del dólar y las economías extranjeras dónde duermen celosamente estas patentes. No es solo vacunas y pastillas, también es investigación, quizás la cura.

En los ‘90 el mundo infecto de sida fue pionero a la hora de pedir flexibilización de patentes y poder producir a precios accesibles. Ese gesto histórico hoy se invoca para pedir la liberación de patentes Covid. Pero el cotidiano no avanzó lo necesario, las nuevas respuestas al VIH que van surgiendo todavía lo hacen en puja con los tenedores de patentes.

Hoy el reclamo mundial apunta a liberar patentes de covid y este puede ser un gran antecedente para seguir exigiendo que todas las patentes cedan. No es solo covid o VIH, es el sistema entero. Un mundo free-Covid tiene que ser uno en el que hayamos podido crecer como sociedad. Liberar todas las patentes, exigir la cura de todos los virus, hacer crecer todos los sistemas de salud, atender a todas las personas que padecemos no solo alguna enfermedad sino también la especulación del mercado farmacológico.

Mientras tanto el New York Times informa que actualmente el 83% de las vacunas covid se dieron en los países más desarrollados y en los de menores recursos solo se aplicó el 0,2%. Si la respuesta no es global no sirve, el virus va seguir existiendo y creciendo. A veces ni siquiera pido empatía, sino criterio. De esta no se salva nadie en soledad.

Otra que cumple años es la Ley Nacional de Sida, 31. Y si bien en 1990 fue pionera hoy no es que haya envejecido mal sino que así como está ya no alcanza. Desde el año 2015 el proyecto de una nueva ley cíclicamente ingresa al Congreso y es rotundamente ignorada hasta perder estado parlamentario.

Se necesita una nueva normativa que incluya hepatitis virales, tuberculosis y todas las demás infecciones de transmisión sexual. Una ley que amplíe los derechos humanos que hace 40, 30, 6 años seguimos reclamando. Que contemple a niñes nacides con el virus. Una ley que también fomente la investigación y producción nacional. Necesitamos una nueva ley de VIH, sida, ITS y hepatitis virales, y sumo: #LiberenTODASlasPatentes.

YO TAMBIÉN

Me tuve que autoparir a la VIHsibilidad en grito de venganza, yo no iba a atravesar esto solo. Entre ingenuo y agobiado conté en mis redes que era VIH positivo y comenzaron a aparecer los mensajes de “yo también”, “mi mamá”, “mi tío murió por causas relacionadas al sida pero en la familia de eso no se habla” y todo un rosario de personas no-puto, no-yo, contándome sus vivencias bichosas. No era solo yo. Mi activismo se convirtió en la urgencia de no dejarme solo a mí mismo en ese positivo, viralizar el mundo, embichar todos los ámbitos y destrozar así el manto del silencio hipócrita.

Trolo ochentoso criado por la televisión, aprendí que el sida era sinónimo de muerte. Me lo dijeron los medios y los miedos. En el living de mi educación fallida todavía están abrazados Tom Hanks y Antonio Banderas en esa Philadelphia de 1993. Y en este 2021 las representaciones siguen bailando en la misma canción. Pero si el cine y las series nos siguen narrando peligroses y con destino final es reflejo de una sociedad que no se permite “embichar” (no literalmente) por nuestras existencias. De la poquísima cartelería e información que vemos hablando del tema, en su mayoría, se habla de cómo evitar infectarse. Nadie le habla a nuestras existencias ya tomadas por el virus. ¿Te cuidás del virus o te cuidás de mí? Yo no soy uno con el VIH, soy una persona viviendo con VIH.

En Argentina viven casi 140 mil personas con VIH, ¿a cuántas conocés? Ser VIHsibles o no es nuestro derecho y nuestra decisión, pero ¿qué ganas puedo tener de contarte mi diagnóstico si la respuesta va a ser hostil? Seguimos escuchando de personas positivas a las que le niegan un mate (en época pre Covid), de estudios preocupacionales violentos e ilegales para filtrar positivos, o incluso trabajadores que son despedides cuando conocen su serología. El clóset del VIH existe por decisión de una sociedad estigmatizante. Destrozarlo es una tarea de solidaridad de todes.

En estas cuatro décadas positivas también hubo avances, siempre a fuerza de lucha y activismo. Las medicaciones fueron mejorando y también la investigación, gracias a esto hoy sabemos que una persona positiva con carga viral indetectable, que sostiene la adherencia al tratamiento antirretroviral, no transmite el virus en una relación sexual. Esto mejora enormemente nuestra salud y también la manera de vincularnos. Sin el fantasma de “pegárselo” a la otredad nuestros encuentros se configuran de maneras más placenteras. Esta es información que debería saber todo el mundo, positives y negatives, por que las responsabilidades en nuestros encuentros son compartidas. Necesitamos más voces y más campañas que hablen de la vida positiva y no solo de cómo evitar ser nosotres. Indetectable=intransmisible no es el techo de nuestro debate, desde esta información debemos empezar a repensarnos. ¿Yo estoy indetectable para mi salud o para que se quede tranquile quién quiera cogerme? ¿Qué pasa si alguien no puede o no quiere cumplir su adherencia? Se piensa al virus como los preservativos que debemos usar o las pastillas que reclamamos y asumen podemos tomar sin pesar. Poco se habla de los cuerpos que se cogen “a pelo” y de las pastillas que duermen en mesitas de luz. Y si se lo menciona es solo para juzgar. Dejen de olvidarse que al VIH lo cargamos en nuestras complejas realidades, que el preservativo viaja en nuestras mochilas pesadas y que a veces ni siquiera tenemos esa repisa para guardar la medicación. Detectables o indetectables merecemos el mismo respeto, derechos y oportunidades. No somos una amenaza, somos personas luchando contra varios virus, uno de ellos es el VIH, otro es el odio.

CUANDO TE SALVABAN LAS MARICAS

Son 40 años de reclamar con nuestras corporalidades kamikaze. Y no hablo solo de reacciones, pastillas y efectos secundarios sino de dejar el alma en el artivisimo urgente. Desde la aparición e invisibilización del sida a fuerza de grito, pintada, performance, danza y escándalo el arte fue vía de transmisión de nuestros reclamos. Desde las icónicas creaciones del artista neoyoquino Keith Haring, los ballrooms neoyorquinos que servían para encontrarse, compartir información y tejer redes para asistir a las hermanas positivas abandonadas por las familias biológicas y el Estado padre ausente, hasta los shows de transformistas locales que montaban los café concert para recaudar y ayudar a las compañeras diagnosticadas; todo arte es político y el sida lo puso en escena. Pero el bicho es vengativo, y muches de quienes pusieron el cuerpo hoy ya no están. El VIH y el sida nos quitaron no solo familia (la biológica y la elegida) sino también a ídoles, referentes e inspiraciones. Porque al final del camino solo existe un gran cielo bichoso con Jáureguis, temazos de Freddie Mercury y una gran reversión cuir de la novela Dinastía con Rock Hudson a los sopapos y besos usando los vestidos de Liz Taylor. Pero mi cielo con sida también tiene a les olvidades. Activistas que no llegaron a las tapas de revistas pero revolucionaron el mundo desde su lugar, personas positivas que hasta el último aliento lo dieron todo por crear un sistema mejor, personal de salud amoroso y empático, familias que estuvieron. Y ese cielo también vive en la tierra con los activismos que siguen presentes no sólo reclamando los derechos negados sino también acompañando a las personas positivas. Porque hasta cuando nos dan la pastilla y el preservativo son muchos los derechos vulnerados. Siguen siendo los activismos quienes dan espacios de contención, respuestas legales, información para encarar las respuestas tan odiantes.

De mis 12 años viviendo con el virus lo único positivo no es mi test de VIH. Se me podrán cansar los dedos de tipear reclamos, las piernas de marcha tras marcha reclamando mis derechos, me puede doler la paciencia por enfrentar las violencias pero al final del día, de esta jornada que amanece con mi diagnóstico y vive en el sol más alto del activismo, yo puedo hacer un balance positivo. El VIH me enseñó a luchar, no por mi vida sino por la calidad de vida de la sociedad que quiero habitar. El VIH me enseñó de solidaridad y las consecuencias de la falta de ella. El VIH no me negó ningún polvo que valga la pena, sino que me llenó de los abrazos más sinceros y compañeres que existan. Jamás le voy a desear a nadie que su test VIH de positivo, pero si alguien queda de este lado mi abrazo le va decir que esta lucha es mucho más grande que un virus, que un mensaje de odio, que un Estado y que una empresa. Lo positivo del VIH no es el virus sino nosotres que acá estuvimos, estamos y estaremos.

Otro aniversario pasa y las respuestas son una deuda histórica. Hasta 2019 según ONUsida habían fallecido por causas relacionadas al sida 32,7 millones de personas. Si antes había dificultades para el acceso a nuestra salud y derechos, hoy con un sistema desbordado es más difícil. El contexto nos refriega por la cara lo que pasa cuando un virus importa más que otro, cuando una población importa más que otra. En este fin de fiesta, con y sin globito, me niego a llevarme las sobras: las bichosas venimos por todo. Y ese todo no es para VIH sino para todo el sistema de salud. Porque el mismo sistema de patentes que afecta a mis pastillas deja sin vacuna covid a cientos de países, por que la misma ley vetusta que nos niegan modificar deja en un vacío a las personas con hepatitis, porque cuando una sociedad legitima las discriminaciones son muchos los “bichos” que creen que ganaron la partida.

Desde que empecé mi activismo siento que nunca hablé de VIH y sida sino de sistemas de salud, de prejuicio y estigma, de las no respuestas de los Estados. En este repaso de los últimos 40 años (los del sida y casualmente los míos también) comprendo que denunciamos las injusticias no para resignarnos sino para invitar a todes a ser parte de la respuesta. Los activismos vamos a seguir estando acá hasta que dejemos de morir nosotres y por fin muera el VIH.