La perra Laika fue el primer ser vivo en orbitar la Tierra a bordo del Sputnik 2. Un libro de poesía bellísimo y singular, Perros del Cosmos (Ediciones en Danza), de Julián Axat, invita a volar por los confines para reencontrarse con los fantasmas de los cosmonautas y animales que participaron de esta carrera por la conquista del espacio. Los fantasmas regresan para interpelar y arrojar preguntas sobre el presente: ¿Los sueños hablan del futuro o del pasado? La épica espacial tiene quien le escriba. Axat compone poemas con los residuos de noticias, archivos, imágenes, versos de otros poetas o los sueños que soñaron otros soñadores.

El poeta y abogado –que nació en La Plata en 1976- trabaja en el Ministerio Público Fiscal como titular de la Dirección de Acceso a la Justicia (ATAJO). A fines de mayo de 2014, Axat declaró ante el Tribunal Oral Federal de La Plata en la causa “Cacha” por el secuestro y desaparición de sus padres, Ana Inés Della Croce y Rodolfo Jorge Axat, ocurridos en la madrugada del 12 de abril de 1977. “Hay un antes y un después de esa declaración. Me permitió poner en estado público mi historia al hacerlo ante los estrados. La voz ya no es la misma después de eso y el posicionamiento tampoco, incluso en mi trabajo literario. Hay muchos compañeros a los que les pasó algo similar. Perros del Cosmos es un trabajo que no necesita hablar de Hijos o de mis viejos desaparecidos, ya no es necesario hablar de esa historia, se puede hacer desde otro lugar, sin tener que mencionarlos. Salirse del lugar de víctima es un trabajo con uno mismo también”, plantea el autor de los libros Musulmán o biopoética (2013), Rimbaud en la CGT (2014) y Cuando las gasolineras sean ruinas románticas (2019), entre otros poemarios.

-“Hoy mis hermanos ni siquiera sueñan/ mis padres -diría- fueron asesinados soñando”, se dice en “Perros del Cosmos”. ¿Por qué esa certeza de que la generación de tus padres soñaba más que todas las anteriores?

-El libro intenta descomponer el concepto de generación. Pero desde la poesía vinculada a lo astronómico, a esa línea que va desde (Emanuel) Swedenborg, pasando por (Louis-Auguste) Blanqui, (Walt) Whitman, (Vladimir) Maiakovski, (Pablo) Neruda, (Ernesto) Cardenal, (Leonel) Rugama. La poesía de (Ray) Bradbury y algunos beatniks; todos ellos dejan pistas sobre una épica del soñador de estrellas. Estoy convencido de que esa épica es de una densidad que, en algún punto, es correlato de cierto coraje del que las generaciones posteriores carecen. Como si esa épica del sueño estelar hubiera entrado en una decadencia de la que no podemos salir. La derrota en varios planos.

-Toda la estructura del libro trabaja en la frontera entre lo documental y la poesía. ¿Cuáles son los límites entre el archivo y la poesía?

-Desde hace cuatro años comencé a pensar la poesía desde la reescritura de archivos. En libros anteriores trabajé mucho con expedientes de los pibes criminalizados que asistía como defensor de menores, transformando las fojas en versos (Musulmán o biopoética). Después utilicé el mismo procedimiento a partir de fotos de estaciones de servicio abandonadas en las rutas (Cuando las gasolineras sean ruinas románticas). La poesía puede devolver el aura a esos restos fosilizados, el tema es cómo articular el lenguaje. En Perros del Cosmos, trabajé a partir de noticias de la carrera espacial, hice de la “chatarra espacial” una suerte de alteración de su sentido en un nuevo contexto.

-¿Por qué en uno de los poemas del libro hay un homenaje a Alberto Szpunberg?

-Alberto Szpunberg me enseñó que la mejor poesía es la que habla del cielo para hablar de la tierra. Su último libro La habitante del cometa 67/p funciona como padre de Perros del Cosmos. Hay una pequeña anécdota que contaba Alberto, cuando la Brigada Masetti asaltó al tren de Rosario, a fines de los 60. Les dijeron a los pasajeros que se quedaran tranquilos y se pusieron a hablar de justicia social. Cuenta Szpunberg que en uno de los asientos había sentado un pibe morochito asustado. Entonces le preguntaron qué quería ser cuando sea grande. Astronauta, dijo. Szpunberg le habló acerca de las pocas posibilidades que tenía el hijo de un obrero de ser astronauta, y le dijo que lo iba a ser porque, cuando fuera grande, la patria ya iba a estar liberada.

-En el libro, Yuri Gagarin y los otros cosmonautas son fantasmas que vuelven a hablar o a decir algo que no pudieron decir, ¿no?

-Exactamente, es el método de Edgar Lee Masters, al estilo Spoon River. Mi idea era que los fantasmas de la épica espacial hablaran a través de la poesía. Los cosmonautas muertos hablan en el presente, también los ingenieros, burócratas y hasta los animales. Perros es un coro.

-El poema “¡Good bye Krikalev!” recupera la historia del cosmonauta Serguéi Krikalev. Hay en la historia de ese hombre que quedó varado en el espacio cuando la Unión Soviética se disolvió una pregunta que interpela: ¿Qué sucede con los que quedan “fuera de órbita”?

-Los ex combatientes de Malvinas tienen un término para llamar a sus compañeros que siguen como en la guerra, les dicen “vetuka”. El “vetuka” es como el Rambo I, que cree que sigue en Vietnam. Los Hijos no tenemos una palabra similar, aun cuando sigamos repitiendo el “temita”. Krikalev o el cosmonauta poeta Alexander Lazutkin no tienen la culpa de haber quedado desfasados, simplemente el muro cayó y la burocracia los dejó en la calle como Cosmonautas. Entonces se convirtieron en leyendas que van contando lo que hicieron cuando eran héroes.

-¿Cómo se llevan el abogado y el poeta?

-Ya me olvidé del traje de abogado para escribir poesía. La abogacía es lo que me da de comer, o me permite ayudar a los demás. Prefiero solo la poesía.