El fenómeno cinematográfico que resultó Parasite, con su saga de premios internacionales y éxito de taquilla, permitió visualizar algunas cuestiones que se observan entre líneas sobre aspectos sociales y económicos de Corea del Sur para muchos desconocidos en Argentina. Por ejemplo, las tremendas desigualdades sociales, el alto desempleo en la población joven, una economía con alto grado de informalidad y gran cantidad adultos mayores pobres.

Alcanza con observar la diferencia entre las dos familias en las que se centra la historia. Una vive en un minúsculo semisótano inundable que años antes había sido un bunker antibombardeo, haciendo malabares para robar wifi de los vecinos (en uno de los países con mayor y mejor conectividad del mundo) y subsistiendo a duras penas. Mientras, la otra reside en una millonaria mansión inteligente, tiene chofer, ama de llaves y tutores para todas las disciplinas formativas que sus hijos necesitan. 

También aflora permanente el fantasma de la desocupación y, algo aún más sorprendente, el de la continua quiebra de empresas, que es uno de los motivos esgrimidos por los protagonistas (pobres) para no tener empleo. Sorprende especialmente no solo por la imagen que tenemos de Corea del Sur sino por lo que indican sus cifras: el PIB es de 1,6 billones de dólares, el per cápita es de unos 30 mil dólares y la inflación es de 0,3 por ciento anual.

Desigualdad

Otro elemento más sorprendente aúne no solo aparece en Parasite sino también en The Host, una película anterior del mismo director Bong Joon-ho: esas desigualdades  provienen de la posibilidad (o no) de acceder a la educación universitaria

Para quienes no vieron The Host, la historia gira sobre una familia disfuncional que busca desesperadamente a una de sus hijas, que fue raptada por un abominable monstruo mutante nacido en el río. De los tres hijos que conforman la familia, el que fue a la universidad viste distinto, habla distinto, razona distinto y actúa distinto a sus hermanos, que no accedieron a la educación superior. En Parasite los ricos sienten que también “huelen distinto”.

En esta última  buena parte de la trama se basa en dos hermanos pobres y sin trabajo (obviamente no universitarios) que se introducen en una familia rica para ser profesores particulares de su hija, que transita la escuela secundaria pero ya se está preparando para ingresar a la universidad. Lo que Bong Joon-ho ha sabido retratar magistralmente es lo que en Corea se llama “cucarachas de oro” (los ricos) y “cucarachas sucias”, los que se quedaron abajo (nunca más literal), en casas insalubres y pequeñas.

Resulta necesario describir las aristas principales del sistema universitario coreano, pero que en realidad tiene que ver con el sistema educativo de ese país en su totalidad. Para ser graduado universitario primero hay que pasar el examen que permite ingresar a esas instituciones, llamado CSAT o Suneung. En él se viven situaciones que serían inimaginables en Argentina y gran parte del mundo: el proceso comienza con un grupo de docentes que cada año permanece confinado e incomunicado durante un mes mientras elaboran lo que será el examen de ingreso de todas las universidades. 

Luego, el día de la evaluación -que dura ocho horas y veinte minutos- se recomienda a la población no salir en auto para evitar problemas de tránsito a los participantes, porque si llegan cinco minutos tarde no pueden rendir. Por eso quienes pueden se alojan en un hotel cercano a la sede donde rinden. Desde varios días antes, los medios difunden técnicas para mejorar el rendimiento y la concentración. Es común ver padres rezando en las puertas de las sedes donde se rinden los exámenes y los días previos los templos budistas e iglesias cristianas suelen estar repletos de madres que portan los retratos de sus hijos e hijas pidiendo por ellos.

Más de 500.000 aspirantes se presentan cada año y solo el 3 por ciento consigue el SKY, un juego de palabras entre “cielo” en inglés y el acrónimo de las tres mejores universidades del país (de Seúl, de Korea y de Yonsei). Ese cielo que se alcanza es ingresar a alguna de ellas. El otro 97 por ciento deberá esperar un año o pasar a una de mucho menor nivel (y quizás mayor costo) aunque nada de eso evita la frustración de sentir que todo el recorrido previo transitado en su infancia y adolescencia quedan tirados en la basura.

Estudiar

Para dimensionar ese tránsito previo es bueno reproducir lo que manifiesta la ONG "Un Mundo sin Preocupación por la Educación Sombría": los jóvenes coreanos pasan entre 70 y 90 horas semanales estudiando (sea en el colegio, en institutos privados o con profesores particulares como los que aparecen en Parasite) y duermen entre 5 y 6 horas diarias, por lo que es obvio que su vida social se ve notablemente disminuida. 

Sam Dillon, corresponsal del New York Times contó su sorpresa al asistir a una escuela secundaria de Seúl donde vio adolescentes estudiando a las 22.30, cuando ya llevaban quince horas de actividad. En ciertos casos estudiaban parados para no dormirse. Otros, luego de las clases doble turno en su escuela, llegan a sus casas y siguen (solos o con profesores particulares) hasta que el cuerpo no les dé más. O en los hagwones -institutos privados de apoyo escolar- hasta tan tarde que motivó a que el gobierno debiera establecer una suerte de toque de queda para obligarlos a cerrar a medianoche. Hace poco se debatió en el Congreso surcoreano la posibilidad de que también se les prohíba abrir los fines de semana. No se aprobó.

Además está la presión de padres y madres, ya que la principal inversión de muchas familias es en el proceso formativo de los hijos (especialmente en el idioma inglés) para que puedan ingresar a la universidad. Se calcula que aproximadamente el 30 por ciento de los ingresos de una familia se gasta en ese proyecto

Luego, mantener un hijo en la universidad sale entre 300 y 400 mil dólares hasta que se gradúa. Es común que haya familias que sacan hipotecas para cubrir ese costo. Algunos padres siguen instando a los hagwones a utilizar los castigos corporales para lograr un mayor esfuerzo en los estudiantes, a pesar de que estos fueron prohibidos en 2010).

Familias

En 2016, las familias gastaron la astronómica cifra de 16.000 millones de dólares en cuestiones relacionadas con el apoyo escolar, una cantidad que ha llevado al surgimiento de una nueva clase social: los “estupobres”, que se endeudan durante años para esa misión y que, además, ha generado un gran negocio en torno a los hagwones y docentes particulares, que llegan a convertirse en estrellas con multitudes de admiradores y que ganan sueldos millonarios. 

Uno de esos profesores-estrella es Cha Kil-yong, popularmente conocido como Mr. Cha. Es el creador de SevenEdu, una escuela online de preparación para el examen de ingreso que cuenta con más de 300.000 alumnos. Utiliza disfraces, pelucas y caretas para enseñar matemática de un modo entretenido y para motivar a sus estudiantes. Con estos métodos hizo una fortuna en pocos años. Se codea con ídolos de los jóvenes surcoreanos, como una cantante de k-pop con la que grabó una canción instando a los estudiantes a que cambien el semblante y sonrían mientras preparan el examen de ingreso a la universidad.

Obviamente que no en todas las familias pueden sobrellevar ese gigantesco esfuerzo o disponer del dinero necesario para pagar docentes y luego el arancel de la universidad. Aquí irrumpe la raíz de gran parte de las desigualdades de la sociedad coreana.

Todo este cóctel de presiones lleva a que más de mil jóvenes estudiantes por año se suiciden. Además se ha ido gestando un nuevo movimiento llamado honjok, cuya traducción sería “individualistas solitarios”. Se trata de jóvenes que no sólo viven solos, sino que comen, beben, salen y viajan solos.

Competencia

Hyo-sang-Lim, profesor de la Universidad Kyung Hee (que no pertenece al selecto grupo SKY), define con crudeza el carácter despiadadamente competitivo del estudiante que llega “al cielo”. Manifiesta que dicen "no pensamos en disfrutar, nuestra meta es estar mejor que los demás". Una canción popular entre los adolescentes coreanos dice: “Si duermes tres horas al día, tal vez entres en SKY/ si duermes cuatro horas entrarás en otra universidad/ si duermes cinco horas, olvídate de entrar en la facultad”.

Un aspecto extraño y paradojal de esta situación es que, si bien Corea del Sur tiene uno de los sistemas educativos más exitosos del mundo en cuanto a resultados (pero también seguramente el más duro), que lo ubica en el segundo lugar detrás de Finlandia en las pruebas PISA de la OCDE, no tiene ninguna universidad incluida entre las 100 mejores en los rankings internacionales y sólo la de Seúl se encuentra entre las 200 más calificadas. Al mismo nivel que la UBA, por ejemplo.

Otro aspecto a tener en cuenta es que los aranceles de las universidades públicas prácticamente no difieren de lo que se abona en las privadas. Corea del Sur es el país donde, del presupuesto universitario, lo que pagan los estudiantes cubre la mayor proporción del mundo: entre 45 y 50 por ciento del total, cifra que casi duplica a la media mundial. Sobre un total de algo más de 220 universidades existentes, 180 son privadas donde concurren alrededor del 80 por ciento de los estudiantes. Las tres del “SKY” son privadas.

La sumatoria de todos los factores mencionados ha generado una extrema infelicidad entre estudiantes, familias y docentes. El resultado final es que se considera a sus graduados universitarios con poca iniciativa y creatividad, con conocimientos adquiridos como autómatas donde prima la memorización y con escasísima conciencia crítica.

Mientras se escucha y se lee tanto acerca de la supuesta falta de dedicación de los estudiantes de Argentina y la “discutible” calidad de sus graduados, resulta importante conocer otros “modelos exitosos” como el coreano para sacar conclusiones más cercanas a la realidad. 

* Docente UNLZ y UNQ.

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