A

Abuelos

Soy abuelo y me llamo Andrés como mi padre. Él fue un abuelo cariñoso, era parecido a su madre. Conoció a tres de sus cuatro nietos (Sebastián nació seis meses después de su muerte). Jugaba con ellos, les regalaba animales: conejos, pececitos. Para mis adentros lo puteaba porque había que cuidarlos... El conejo una vez me atacó. Parecía un tigre, se me vino con todo. Me lo pude sacar de encima porque tenía guantes de descarne. Salvo los animales, mi viejo siempre fue de regalos prácticos. A mis hijos les regaló una cucheta de algarrobo. Cuando era chico, a mí me regaló una caña de pescar (un reel Peters 74 Junior), unos prismáticos, un chaleco salvavidas.

A mi vieja le regalaba mexicanos de oro y joyas. Una vez le pedí una libra esterlina de oro y me la compró.

Como dije, soy abuelo desde hace seis años cuando nació Agustín, mi primer nieto. Yo ya estaba internado en la Colonia. Julián me dio la noticia por teléfono. Me emocioné. Fue una sensación de alegría muy grande. En 2015 nació Iván que es hijo de Ani y Andrés, mi hijo mayor. Dos años más tarde, nació Tomasito y en 2018, Pilar, la segunda hija de Julián.

Extraño a mis nietos, me gustaría estar con ellos, jugar, mimarlos, hacerles regalos.

B

Boleros

Cuando era joven, Iris Antonia Romero, mi madre, cantaba boleros en Núñez. Yo la escuchaba feliz mientras jugaba en la escalera de la casa. Me emocionaba mi vieja cuando cantaba. Tenía una voz muy linda, era soprano. Nos enseñó a cantar con un cancionero de música litoraleña. / Recuerdo escuchar a Rosamel Araya en las grabaciones de la calesita que está frente a la cancha de Newell’s. Me gustaban sus canciones, cómo cantaba con esa voz melodiosa. / En las fiestas de fin de año, con mi madre bailábamos boleros. Me gustaba bailar con ella, me emocionaba. Me gustaba que se tomara el tiempo de enseñarme a bailar. / Mis boleros preferidos son los de Armando Manzanero. El más querido es Te extraño porque cuando lo escucho, recuerdo a papá. Lo escuchaba y me agarraba la extrañura, esa sensación de no tener a la persona física. / Cuando perdí a mi papá, yo tenía treinta y seis años. Hice terapia y la psicóloga me dijo que esa sensación que me tomaba cuando lo recordaba se llamaba así: “extrañura”.

C

Carnavales

Cuando éramos chicos, papá nos llevaba a los carnavales de Calle Pellegrini. Íbamos a un colmao (que es un lugar donde se reúne gente a tocar la guitarra, cantar, comer y beber; es una palabra de origen español). Papá comía caracoles y a mí me daba mucho asco. Nosotros comíamos una picada: salamín, queso, mortadela, aceitunas. Ellos tomaban vino (a mi viejo le gustaba el tinto y a mi vieja, el blanco) y nosotros, gaseosa. Me gustaba la Crush. Ahora me gusta el vino moscato, blanco dulce. Hace mucho que no tomo…

Yo jugaba con los pomos y usaba careta de Frankenstein.

E

Europa

Viajé a Europa en el ’85. Fui a España y Francia. Salí el 23 de mayo en un jumbo 747 de Iberia. Hicimos escala técnica en Palma de Gran Canaria. Volví el 23 de junio siguiente.

Me bañé en el Mediterráneo (en Marbella, en Torremolinos y en Venidorm). En Udala, una villa vasca en la montaña, estuve en Torrecuba (que en vasco significa “Torre Blanca”), la casa de mis antepasados. La construyeron los Otaduy Madina Beitía en 1816. Venían de Oñate, pueblo a 20 kilómetros de Mondragón. Frente a la casa sentí una conexión con mis antepasados.

Tengo muchas fotos de ese viaje. Llevé una Konica T3 y una Yashica MAT 124G. Debo tener tres álbumes de fotos. En su mayoría, registré paisajes y personajes del lugar.

Recuerdo la fiesta de la virgen del Rocío, tengo un rollo de diapositivas de las rocieras, bailarinas de flamenco con trajes típicos.

Viajé a París por Air France. Conocí el Louvre, la Torre Eiffel. Comí croissants y en la calle conocí a una colombiana que cuando me escuchó hablar castellano, me invitó a cenar a su departamento donde vivía con su hijita. La nena me hizo un dibujo. Luego de esa noche, no nos volvimos a ver. Yo me hospedé en un hotel en la Rue de la Poissonerie. Recuerdo una autofoto que me saqué en la habitación. Estaba bien tostado por el sol del Mediterráneo.

Viajé solo porque en principio fui a ver qué posibilidades había de abrir una peletería allá. Acá las cosas no andaban bien. Llevaba un sacón de piel para mostrar. Salió un negocio de exportación a España. No lo pude desarrollar porque por esa época enfermó mi esposa: un cáncer de mama durante el embarazo de Julián.

F

Ficción

En el Taller de Escritura escribo ficciones.

Esto que estás leyendo también es ficción.

Imagen naïf

Apareció una imagen naïf en el portón del garage de mi casa de 27 de Febrero en Rosario. Es una imagen aniñada.

Naïf eran Los Tres Chanchitos. Uno de ellos era Pinky, el que construía la casa de material. Cuando vimos la película, mis padres empezaron a llamarme Pinky (rosadito) por mis cachetes. Ahí no sé si no hubo una chanza de mi viejo porque mi abuela se llamaba Rosa. Pinky como Rosita, yo era varón pero me llamaba así. Cuando cumplo doce le dije a mi hermano que quería que me dejaran de llamar así. Había perras, una locutora, mujeres a las que llamaban así. Con él acordamos que me iba a llamar Andrés y mi madre, Iris (era de observarme mucho), se negó a dejar de llamarme Pinky. A mí me daba bronca y como yo no le respondía, comenzó a llamarme Andrés.

El bailarín del vivero

Pasó una vez en la colonia de Oliveros que descendió un plato volador que venía de Marte. Bajó un niño de extraños ojos muy bellos. Se encontró en un lugar raro. Pensó que era un vivero: las plantas eran voluminosas y abundantes. Vio gente bonita que lo saludó y pensó con su mente aguzada que lo estaban tratando bien.

“En este lugar, agraciado por la mano de la Naturaleza, me puedo quedar”, se dijo. Y así, cantando unos tangos, bailando unas bachatas y unas salsas, se quedó.

Andrés Otaduy III

Nací a las 12:30 del mediodía en la Base Naval de Puerto Belgrano, provincia de Buenos Aires. El día en que nací, moría Charly Parker que hacía bebop con su saxofón.

Disfruto de la vida; me gusta bailar bachatas, festejar mis cumpleaños con saco color crema y corbata al tono.

*GUAU! es el nombre del taller de escritura del Centro Cultural “Nise” que funciona en la Colonia Psiquiátrica de Oliveros. Quienes hacemos GUAU! creemos que la escritura es una vía generadora de salud. Posibilita crear y poner en el mundo nuevos sentidos y así nombrarnos, decirnos desde lugares singulares y propios. Desde 2007 a la fecha hemos realizado encuentros de lectura, intercambios con otros espacios de producción y editado de manera independiente, zines y libros de autoría individual y colectiva. Asimismo, publicamos las producciones del taller en nuestro blog: www.guaurevista.blogspot.com. Hernán Camoletto, Coordinador.