Banda de contrastes

“Cuando conocí a Depeche Mode en el ’81 no me gustaban nada. Eran un grupito muy poppy, y yo estaba en otro rollo. Pero evolucionaron y, al cabo de unos años, su música y mi estética tenían mucho que ver. Tanto así que empezamos a hacer todo juntos. Yo diseñé toda su imagen desde 1993: los visuales, la estética, los videoclips, las portadas de los discos...”. Así hablaba el renombrado Anton Corbijn, fotógrafo y cineasta holandés, en una reciente charla con revista Esquire, a cuento de la salida de Depeche Mode by Anton Corbijn. Editado por Taschen, el deslumbrante fotolibro repasa la duradera y fructífera colaboración de décadas entre la banda británica de culto y el artista que ayudó a crear su identidad visual a partir de imágenes icónicas, muchas en blanco y negro, tanto fijas como en movimiento. Además de fotos promocionales y carátulas de álbumes como Violator, suyos los inolvidables clips de himnos del pop como "Personal Jesus" o "Enjoy The Silence", con el líder Dave Gahan coronado rey solitario, vagando entre montañas, efectivamente disfrutando el silencio. Son más de 500 piezas las que reúne el ejemplar a partir del archivo personal de Corbijn, incluidas obras inéditas. Notas a mano e interviús en profundidad (al fotógrafo, al grupo) acaban de dar forma al tomo, que sale en versión accesible tras una edición extremadamente deluxe, autografiada, para coleccionistas, lanzada el pasado octubre. A pesar de costar 3000 euros, volaron los contados números, agotándose en apenas un fin de semana. Normal, entonces, que tras el furor llegue esta alternativa asequible para arrimar a más entusiastas el trabajo de Antón, nacido en Hasselblad, hijo de un estricto pastor protestante, al que pronto su pueblo le quedó pequeño, laburando más tarde con Depeche Mode, sí, pero también con U2, Joy Division, Nirvana, Echo & the Bunnymen y un inmenso, inmenso etcétera.

El precio de la duda

Pregonaba Voltaire que la vacilación es indicio de debilidad de carácter, sentencia con la que posiblemente concuerde Alberto Álvarez, dueño de un bar en Logroño, al norte de España. La duda, ¿madre de la invención? Quizás en otros pagos, no en su Cafetería Avenida 55, donde el titubeo al momento de pedir algún ítem de la carta tiene su costo. Concreto costo, dicho sea de paso, en tanto el hombre ha recargado la cuenta de un vacilante cliente con 20 céntimos, según ha trascendido en menos de lo que canta un decidido gallo, viralizado raudamente el ticket. Allí pueden leerse dos cobros: uno de 1,20 euros por un café con leche caliente de soja, sin espuma, con sacarina; y otro, el mentado extra, por “técnicas adivinatorias aplicadas” a la bebida. Contrario a lo que ocurre habitualmente, fue el propio Alberto –conocido como Pizarrín entre los habitúes de su bar– quien compartió en redes sociales la cuenta, no el anónimo cliente, que a diferencia de cantidad de tuiteros indignados, se tomó el gesto como lo que era: una gracia. “Esta mañana venía alguien y decía ‘joder, es que no sé qué tomar’. Y bueno, le he dicho que si se lo adivinaba le cobraba una pequeña comisión de bote”, explicó don Álvarez, que evidentemente atinó con su predicción y se llevó el pequeño extra. No es la primera vez que el hombre tiene una ocurrencia que lo ubica en la prensa: hace dos años, los quince minutos de fama fueron por incluir un descuento a... gente fea, “algo que ahora se ha complicado porque con las mascarillas todo el mundo es guapo”. En esas fechas decía que “la idea surgió porque estábamos en Instagram y veíamos que en los bares solo salían personas apuestas. ¿Y las poco agraciadas?, ¿dónde van?, nos preguntamos”. A su bar, efectivamente, donde “los clientes son más amigos que otra cosa, y el cachondeo está a la orden del día”. Evidentemente.

Cantantes picudos

“Estrellas pop interpretadas como Furbies”, es la sucinta pero eficiente síntesis de @furbyliving, cuenta de Instagram –con subsidiaria tuitera– que invita a que mortales de todas las latitudes conozcan la peluda alternativa de Britney Spears, Björk, FKA Twings, Adele y otras muchas estrellas del panorama musical. La metamorfosis, a cargo de William Källback Winter, muchacho nórdico que lleva unos cuantos años zambullido en el peculiar hobby, que va mechando con su labor como artista textil, ducho en reconvertir objetos de segunda mano, basura e hilo en piezas originales. “Los furbies me parecen la mar de divertidos, especialmente por las diferentes reacciones que provocan: a mucha gente les horroriza, otros creen que son decididamente encantadores, pero a muy pocas personas les son indiferentes. Creo que, por ese motivo, han persistido durante tanto tiempo en la cultura pop”, señala a cuento del susodicho juguete, peluche por fuera, robot por dentro, que fuera suceso instantáneo nomás salir a la venta a fines de los 90s gracias a su inusitada habilidad para la perorata. Del chiche, de hecho, hay quienes aseguran que ha vuelto a encender la chispa del interés recientemente, destacando inclusive que hemos entrado en un inquietante Renacimiento Furby amén de más y más propuestas que reviven a la reliquia de característicos ojos saltones, vidriosos, fríos. De esa partida son los homenajes de WKW, presto a recrear portadas de Lana del Rey, Grace Jones, Madonna, Lady Gaga, Miley Cyrus, Nirvana, Rihanna y David Bowie, entre otros, en clave muñeco. “Su diseño es simple pero efectivo”, esgrime su defensa el varón oriundo de Suecia, inexplicablemente flechado por los aspectos más salientes de la criatura: “Está el pico, los ojos enormes, el sensor infrarrojo, su propio lenguaje furbish, las orejas puntiagudas, esos pies tan bonitos...”. En cuanto a los álbumes que elige, Winter está abierto a escuchar las sugerencias de sus miles de seguidores, que últimamente le han rogado que haga su magia con Oil of Every Pearl's Un-Insides, de SOPHIE. Tiempo al tiempo Furbie, solo cabe esperar.

Triple X del XIX y XX

“Todo comenzó con un beso, el primero capturado en filmina. Dado que en aquel entonces besarse en público era ilegal en Estados Unidos, esta escena de 1896 causó gran revuelo, denunciada como impactante y obscena para el público. Ah, y fue dirigida por Thomas Edison...”, historiza PornHub, plataforma triple equis, al presentar su nuevo proyecto: Remastured, que vuelve a los orígenes de la erótica, recordando que lo que antaño escandalizaba dista –por mucho– de lo que hoy es tenido por cine para adultos. Para prueba, la siguiente cinta disponible: una inglesita victoriana en enaguas, con pies y talones al desnudo, tenida a fines del siglo XIX como lisa y llana pornografía. Apenas una de las piezas que la plataforma presenta en copia remasterizada y coloreada, parte de un catálogo en altísima resolución que cuenta con veinte cortometrajes. Al menos, de momento... “Desde el instante en que el hombre logró que las imágenes cobraran vida, ha estado haciendo pornografía. Sí, aún antes de que se inventara el corpiño o se popularizara la cremallera, la gente ya se desnudaba frente a la cámara. Estas obras maestras atemporales merecen ser disfrutadas en toda su gloria”, dispensa la firma, invitando a echar un vistazo al erotismo del pasado, no sin antes mojarle la oreja a la potencial audiencia: “¿Quién sabe?, acaso aprendas algo de tus antepasados”. Cuentan desde la web oficial que, a partir de aprendizaje automático y miles de clips y fotos actuales, dieron a una Inteligencia Artificial suficientes lecciones de anatomía para que supiera qué tonalidades usar en las piezas vintage. Un proceso que involucró distintos algoritmos y “mínima intervención humana”, según los creadores de una iniciativa que arrancó reduciendo el ruido de los cortometrajes, haciendo más nítidas y contrastadas sus imágenes subiditas de tono, antiquísimas. Por cierto, a varios stripteases sugerentes –de una recién casada que deja poca piel a la vista, o de una muchacha lista para el baño posfiesta, filmada por Georges Méliès en 1897 con desnudez simulada–, le siguen cintas de los años 20 a los 40s, que empiezan a arrimarse a narrativas contemporáneas y visuales definitivamente explícitos, con tríos espontáneos, azotes a culetes, safismo, masajes, cuartetos, strap-ons, incluso una rendición poco ortodoxa de un mosquetero que hace corte de manga al “uno para todos, todos para uno” y se lanza al bosque en solitario a la búsqueda de aventuras más... gratificantes. En fin, los ratones, desatados. Y en general, de todo como en botica.