Llega el invierno con la carga de prejuicios sobre sus peligros, el aburrimiento, los malestares, el sedentarismo. Pero realmente y a pesar de la pandemia, ¿todo está mal en invierno? Mucho se sabe acerca de lo que puede la primavera, el verano y el aliviante otoño, pero, ¿sabe alguien acaso lo que puede un invierno? Lo profundo ama el invierno. No porque no haya experiencias cruciales en otras estaciones, sino porque en la invernal la intensidad de las experiencias suele ser concentrada y penetrante. Frío, encierro, lluvia, fuego. Pero el invierno tiene mala prensa a pesar de que provee oportunidades -aunque también calamidades- habilita el kairós, el momento adecuado, la apertura, agudiza la creatividad. En pandemia los límites de mi mundo son los límites de mi vivienda.

Descartes, Spinoza y Wittgenstein, por dar tres ejemplos significativos, eligieron el frío para producir. Descartes abandonó el bullicio de París y floreció y murió en países nórdicos. La más radical de su ideas -la duda metódica- surgió frente al rojizo crujir de la leña. Por su parte, Spinoza, de prosapia ibérica, nació y permaneció en Holanda. Repensaba su Ética mientras esquivaba cuchilladas de adversarios. Una abrigada capa lo salvó de un navajazo artero. Por otra parte, Wittgenstein produjo su rigurosa lógica auto confinado en un fiordo noruego, al que llegaba después de remar varias horas. Allí moraba, pensaba y escribía aislado entre la nieve durante meses.

Rembrandt parece retratarlos metafóricamente en su pintura Filósofo meditando. Frío y creatividad. El recinto es oscuro y esta caracoleado por una escalera que evoca el infinito. Una mujer atiza la lumbre del corazón de hogar. Un hombre pensativo -sentado junto a su escritorio con papeles- se ilumina con los chorros de sol que atraviesan la ventana. Abultada y abundante la vestimenta sugiere el invierno que, según Hegel, regala el mejor clima para aguzar el pensamiento.

No obstante, nuestra cultura desacredita el invierno. Tomemos como paradigma Las cuatro estaciones, de Vivaldi. ¿Quién no recuerda las melodías de “La primavera”? Pero pocas personas recuerdan “El invierno”. El mismo Vivaldi se plegó al sentimiento que marca el imaginario colectivo y, además de musicalmente, se expresó sobre cada una de las estaciones en cuatro sonetos que contienen expresiones como estas: Primavera: dulces fuentes, rientes pájaros, prados floridos, danzas y cantos armoniosos. Verano: sol encendido, cantos de cucú, torcaza, jilgueros. Tormentas que desmochan trigales altaneros. Otoño: bailes y cantos de vendimia, licores gozosos, pasajes del dulcísimo sueño al bello gozo, cazadores y jaurías corriendo por los bosques. Invierno: tiritar helado por el soplo horrible del viento, castañear de dientes entre hielos, mojaduras, resbalones, caídas y es el único de los cuatro sonetos que culmina con una expresión de deseo. “Esto es invierno, pero traiga goce”.

El goce no estaría asegurado con el frío, salvo excepciones. Sin embargo, si se enfrenta la estación invernal desde otra perspectiva, se puede entonar el elogio del invierno. Epicteto fue el primer filósofo en hacerlo. “Esa persona que amas te ha sido dada por momentos, como los higos sazonados se dan en el estío. Pero desear el fruto cuando ya no es verano es insensato. Si sufres por lo que te falta -o nunca te fue dado- es como si deseas higos frescos en invierno”. (Nosotros diríamos “pedirle peras al olmo”). El invierno, para el estoico, es fuente de sabiduría porque marca los límites entre el deseo y la imposibilidad de realizarlo. Nos enfrenta al desafío de aceptar y resignificar; o sufrir perturbaciones por anhelar lo imposible. Pero, ¿cómo reafirmar el invierno en pandemia respetando los límites a la circulación y sus consecuencias?

“La vida solo se puede comprender hacia atrás, pero se debe vivir hacia adelante”, dice Laurie Anderson citando a Kierkegaard, en su documental Heart of dog (disponible en Zoowoman). Su perra terrier, Lolabelle, tiene entrenadora para producir “arte”. Pinta con sus patitas (prefiere el color rojo) y hace pequeñas esculturas en yeso. Pero poco a poco se va quedando ciega. Entonces la entrenadora le enseña a tocar el piano. Practica y practica y llega a competir con sus pares en “conciertos” ejecutados con sus patas en el piano. Breves ladridos de vez en cuando. La película muestra como “vivir hacia adelante” es superar limitaciones y pérdidas inventando situaciones nuevas.

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Así como se crearon espacios de creatividad para las suplir las falencias de Lolabelle, las personas podemos construir espacios -reales o simbólicos- que nos posicionen ante las fronteras impuestas por circunstancias adversas. Esos espacios evocan las heterotopías de Foucault. Una forma topológica del orden de la utopía. Lugares no típicos (jardines exóticos, fiestas sexuales, baños romanos, refugios no tradicionales). Pero lo que Foucault no imaginó siquiera, es que hasta esas heterotopías estarían vedadas en el invierno pandémico. Si bien las podemos reinventar. Los espacios que habitamos no son neutros. Se diferencian por el sexo, el amor, las necesidades corporales, el entretenimiento, la creación, la producción. Microcosmos. Invaginaciones domésticas, como convertir un pasillo en un “bar” utilizando luces y telas de colores, cerveza y baile (en solitario o conviviente por razones obvias). Si hay internet: viajar, trabajar y follar sin moverse del lugar. El espacio que habitamos está relacionado con el sentido de quienes somos. El invierno y las encerronas abren senderos en el bosque de las heterotopías que habilitan chispas de comodidad, goce, creatividad, meditación, movimientos corporales. En un metro cuadrado se puede bailar o crear escondites para la comunicación virtual. Esquinitas de nuestro hábitat en la que podemos establecer conexiones que den chispazos de sentido a la existencia, que aminoren los rigores de este presente aciago. Gastón Bachelard creó la palabra topofilia connotando “amor al lugar”, refiere justamente al vínculo afectivo de las personas con su entorno. Pero hay entornos desangelados u hostiles, esos son los que nos desafían a crear nuestras propias heterotopías deseantes y volar, volar.