Fue captada y explotada sexualmente por una red que también se dedica al narcotráfico cuando tenía sólo 13 años. J.R. a sus 21 años pudo denunciar lo que le sucedía, pero la justicia ordinaria y la Federal de aquel momento no actuaron más que para perder aquel expediente e imputarla por transporte de estupefacientes. Llevaba 5 kilos de marihuana en una mochila y una carta con un nombre que entregó a la Justicia y hoy asegura que no hay registro de aquella situación. 

Su historia pudo conocerse luego de que el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Catamarca la sobreseyera el miércoles por infracción a la Ley de Estupefacientes y reconociera, luego de 7 años, que no era delincuente sino una víctima de trata de personas.

En diálogo con Catamarca/12, J.R. relató cómo logra sobrevivir cada día y lidiar con el miedo de años de sometimiento y vulnerabilidad, y la impunidad de sus captores, quienes nunca fueron imputados o juzgados por este delito.

J.R. no sabe por dónde comenzar la historia. Recuerda que tenía 13 años y que su mamá y su papá trabajaban todo el día. Su abuela cuidaba de ella y también de sus hermanos. A su captora, Elsa Hidalgo, la conoció porque se había puesto en pareja con un vecino. “Hasta que leí el expediente nunca supe su nombre. Yo la conocía como Natalia”, cuenta.

Hidalgo la invitó a que la acompañe a la provincia de Tucumán, porque iba a comprar ropa. J.R. fue, y nunca se imaginó lo que iba a sucederle. La encerraron en una habitación de la casa de un ex policía que también se dedicaba al narcotráfico. En ese lugar estaba otra chica, “tenía 15 y era de otro país, creo que Paraguay. También había sido engañada como yo”, recuerda.

En esa habitación permaneció más de un año. Ahí dentro, en la oscuridad y sin poder ver la luz del día, eran explotadas sexualmente y golpeadas. J.R. recuerda que lloró todo el tiempo y no entendía nada. “Hidalgo me dejó tirada, abandonada con personas realmente malas. Y bueno, ahí comenzó todo. Siempre le agradezco a la Virgen, aunque haya sido una persona de ese lugar horrible -uno de los del narcotráfico- quien me  ayudó y me sacó de ahí para traerme a Catamarca”, cuenta.

Este hombre se habría “enamorado” de ella y fue por eso que la ayudó a salir. Sin embargo, su calvario no terminó. Cuando llegó a su casa, su mamá le contó que había denunciado su desaparición, pero le confesó que nunca hubiera imaginado algo como lo que ella le relataba. La policía nunca la había buscado entendiendo que aquella niña de 13 años había huido con alguien por su propia voluntad.

Desde que regresó, J.R. se escondió todo el tiempo. Tenía miedo de que la buscaran sus captores porque conocían la casa donde vivía. Incluso, llegó a pedir que la alojen en el hogar para niñas Sipas Huasi, donde permaneció unos meses. 

En ese contexto conoció al padre de dos de sus hijas. Tenía 15 años. Sin embargo, y aunque se sentía tranquila porque pensaba que en la nueva casa donde estaba Hidalgo no la buscaría, en ese nuevo hogar fue golpeada y maltratada. Denunció y se fue. Para ayudarla el Estado le otorgó un plan del Programa “Ellas Hacen” por ser víctima de violencia de género.

Ese plan fue el regreso a la primera pesadilla. En la charla de capacitación también estaba “Natalia” (Hidalgo), quien se acercó, la siguió y la amenazó con llevarse a sus hijas. “Esta vez no me obligaron a nada sexual, pero me hacían llevar y traer droga a Catamarca. Yo tenía que hacer lo que ella me decía”, dijo.

Tenía 18 años cuando, tras un procedimiento policial en la localidad de La Merced, del departamento Paclín, les encontraron la droga que transportaban y las detuvieron a ella y a Hidalgo. “Natalia” fue presa un tiempo pero la liberaron después. Así, continuaron las amenazas, pero esta vez por parte del ex policía tucumano quien la buscó para que vuelva a transportar.

J.R. se quiebra. Cuenta que esa vez el sujeto la violó y la golpeó hasta desmayarla. Cuando despertó tenía una mochila con 5 kilos de marihuana y una carta dirigida a Alexis Roldán (hoy preso por homicidio y abuso sexual), a quien debía llevarle la sustancia. Cuando llegó a Catamarca su desesperación fue tanta que en vez de cumplir con la orden decidió confiar en la Justicia y denunciar el abuso al que fue sometida.

Entregó la mochila y la carta a la división de drogas que fue llamada por los sumariantes de la Unidad Judicial 1. “Creo que lo detuvieron a Roldán y a su cuñado (el ex policía), pero los dejaron libres después por falta de pruebas. La droga que les di no figura en el expediente. Mi denuncia por abuso y por trata nunca se investigó. Me dijeron que acá no podían hacerlo porque correspondía a Tucumán, pero allá mis captores tienen contactos. Nunca supe qué pasó con esa denuncia. Aquella vez me mandaron a mi casa y me dijeron que no diga nada”, cuenta.

La impunidad con la que se movía la red era tanta que dos años después (en 2016) volvieron a buscarla. “No sé cómo averiguaba todo de mí siempre”, se asombra. La obligaron a lo mismo y la policía volvió a detenerla. J.R. estuvo 6 meses presa junto a su captora. Tenía miedo dentro de la misma cárcel.

“Ahí las cosas comenzaron a cambiar porque conocí a mi abogada –Silvia Barrientos- y ella empezó a ayudarme”, cuenta la joven. La nueva lucha era por su sobreseimiento. La letrada envió cartas a organismos provinciales y nacionales para pedir protección para su defendida, pero las respuestas llegaron muchos años después.

Diez veces se suspendió el juicio que se iba hacer por el tema de las drogas. Yo estaba imputada junto con Hidalgo y su pareja, por eso la causa estaba agravada por el número de personas”, relata.

Hace un silencio para seguir hablando y  aclara: “No quiero llorar porque están mis hijas. La psicóloga me dice que trate de olvidar, pero nunca podré”, dice con la voz entrecortada.

Las vulneraciones que vivió siguieron sucediendo. Cuenta que los defensores oficiales le hacían firmar cosas y ella confiaba, que tuvo custodia policial por su denuncia de trata de personas, pero a la vez estaba con prisión domiciliaria por la causa de drogas. “Me pusieron custodia porque después de que salí de la cárcel ellos volvieron y casi secuestran a mis hijas que estaban jugando en la vereda. Por suerte yo tenía a mi abogada”, dijo.

Como el Estado no le ofreció más protección, J.R. vivió un tiempo en la casa de su abogada. Después de un tiempo conoció a una nueva pareja, con quien hoy sigue conviviendo y está bien. “Ya van a ser 5 años que estoy un poco más tranquila. Pero aún no puedo salir de casa sin tener miedo”, refiere.

"No imaginaba que me iba a ir bien"

J.R. explica que aún no puede creer que la hayan sobreseído. “Fue emocionante. Me sentí muy contenta por un lado, pero por otra parte volver a acordarme de todo me puso mal. No me imaginaba que iba a pasar esto, que me iba a ir bien. Aunque lo que más quería era que las personas que me hicieron daño estén presas”, cuenta.

“Lloraba. Me agarró una crisis de nervios y lloré muchísimo. Casi no podía ni hablar no sentía ni las piernas. Esta mañana –por ayer jueves- tuve que ir al banco a hacer un trámite y me sentía incómoda con mi libertad. Como tenía prisión domiciliaria desde el 2016 siempre debía pedirle permiso a la policía, para todo pedía permiso y hoy tenía la sensación de que me iban a retar”, aclara.

J.R. cumplió sus 27 años hace poco. La mitad de su vida vivió sometida y con miedo. Aún hoy el miedo persiste porque sus captores continúan libres y ella debe esconderse, resguardarse. Asegura que no podía tener un teléfono tampoco, nada que haga que los “malos” la encuentren. No entiende qué pasó, por qué ante su relato claro ellos no fueron imputados y el Estado no investigó ni investiga esta red. No entiende por qué ella fue presa y tratada como delincuente.

Su voz desde el otro lado del teléfono transmite ternura. Piensa en aquella chica de Paraguay y en la habitación oscura. Piensa en sus hijas y en lo que no quiere que les pase. A nadie le desea lo que vivió. La reparación para ella significó una libertad a medias. Pero sus ganas de recomenzar y su fortaleza para enfrentar el miedo contagian. 

"Me perdí la mitad de mi vida", concluye.