Estuvimos recorriendo un par de clubes de zona oeste. Uno de ellos, Pablo VI, está cerrado en cumplimiento de las restricciones del PEN, y el otro, Club deportivo Infantil Valencia, se instala con trabajo y esfuerzo luego de su traslado a un predio municipal en Seguí y Solís. Los dos apuntan a un público infantil de una zona donde las crisis golpea fuerte, y genera un enorme desamparo, especialmente ahora. 

Programas provinciales como el Abre y el Nueva Oportunidad, que estuvieron pero ya no están, igual que otras políticas sociales de contención, la falta de la escuela y de trabajo y changas, dejan a los chicos, sobre todo a niñas y niños jugando en la calle y rebuscándosela como pueden.

Ya sabemos, los pibes y pibas aman jugar al fútbol. Les da vuelo, esperanza, los hace soñar. Por eso los clubes tienen una enorme función social de contención y amparo, disciplinamiento y organización, dedicación y aplicación al entrenamiento y al deporte.

Los clubes cerrados, los planes ausentes, y la familia en crisis pandémica son un cóctel donde el narco y el delito hacen pata ancha.

Mientras esperan la apertura, luchan contra el saqueo y el vandalismo. Los directivos de Pablo VI recién terminaron de pagar la cortadora de césped y la bordeadora, y se las robaron. La bomba de agua desapareció por enésima vez. Los cables cortados para robarse algunos metros dejan la mitad de la cancha a oscuras y generan un enorme costo de reparación. 

Los de Valencia no terminan de poner las lajas para el cerco que se las rompen y roban, el sereno es hostigado por muchachos del barrio que quieren un predio vacío, sin clubes, ni disciplina, ni entrenadores ni contención.

Sin embargo los directivos la reman, insisten, saben que sólo la voluntad, la dedicación y el amor por el deporte y las infancias hará posible que todo siga funcionando. Por eso, junto a los padres improvisan polladas para comprar paneles para armar paredes, columnas para sostener alambrados que desaparecen a la madrugada, chapas para armar puertas que son sistemáticamente violentadas. 

Y la peor sospecha. "Son chicos del barrio -dicen-. Lo hacen por necesidad, o porque los mandan, o porque están perdidos. Los perros no ladran, y van directamente donde se guardan las cosas”.

Por eso el Estado tiene que estar. Sosteniendo siempre, a pesar de las crisis, de los déficits y la prioridad covid. Porque cuando las ventanas comiencen a abrirse, y el silbato vuelva a sonar, los pibes van a volver. Y los sueños también.

* Concejala de Rosario Progresista.