Diario de natación 2019

El club elegido es el Club Rosarino Estudiantil. Es muy importante, para no abandonar la actividad, que quede cerca y que sea barato. El mes elegido es febrero, ya volvimos de vacaciones, empiezo a trabajar y todavía hace calor.

Cuando averiguo horarios, precios y demases me dijeron que debía presentar certificado bucodental y de salud. En lugar de tomarlo como un desaliento me ocupo y averiguo. El certificado bucodental lo compré en el Círculo Odontológico y me lo completó Ezequiel, mi dentista.

El certificado médico tuve que ir al Hospital Centenario; como están en obras se complica el acceso. Había gente con reposeras esperando desde la noche. Pregunté, pero estaban para vacunarse (contra la fiebre amarilla) para poder viajar a Brasil. Adelante, me cobraron un bono de 15 pesos (a voluntad). En cambio el odontológico me salió 150 pesos. Me trataron súper bien. La doctora tenía una alegría por mi decisión de aprender a nadar a los 51 años que no se podía creer, parecía que ella tenía esa materia pendiente también. Me aclaró, luego de revisarme y de hacerme unas preguntas, que ese certificado no era válido para realizar competencias de alto rendimiento, y ahí nos reímos las dos.

Viernes 1 de febrero

A la mañana empecé a trabajar y a las 18 ya estaba en la pileta con malla enteriza (no obligatoria) que me prestó-regaló mamá que es marca Cacharel (toda forrada) color bordeaux que la trajo mi hermana de Francia (luego me enteraré que se la encontró tirada en el mar mediterráneo).

El profesor se llama Matías, un muchacho muy joven, me prestó unas antiparras y llevo gorrito gris de tela (obligatorio) que compré en el club. Las clases son raras, debemos ser seis alumnos entre mujeres y varones y a cada uno le da para hacer algo distinto. A mí me da una tablita de goma eva gruesa y me dice que patalee desde el borde de la pileta hasta una raya negra y que vuelva caminando. Lo hago, me siento bien, puedo hacerlo y llego cada vez más rápido y mejor. Me cuesta meter la cabeza abajo del agua y respirar. No abro los ojos, a pesar de tener las antiparras, siempre he sentido que me concentro mejor con los ojos cerrados, simples fantasías. Mis compañeros hacen otras cosas, solo saludo a Leila y a Martín que me cuentan que son pareja y que trabajan en el gremio de la salud y están muy mal de la espalda.

Quedé muy contenta, fresca y relajada de mi primera clase.

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