El hijo menor de cinco hermanos, escritor y profesor en una universidad en Lovaina (Bélgica), cuida desde hace quince años a su madre, una mujer marroquí campesina que no sabe leer ni escribir. La muerte inevitable, tantas veces anunciada, se acerca. Esa mujer de 93 años que se quedó viuda muy joven y tuvo que criar sola a sus hijos conoce de memoria una única novela de Balzac, que el hijo le lee en voz alta. La “sirvientucha árabe”, la inmigrante que tiene un acento penoso y habla francés como puede, es una condenada de la tierra que nunca tuvo dinero y siempre se contentó con poco. Leer, escuchar, compartir y recordar forman parte del mismo movimiento: exorcizar la vergüenza y la humillación. Así hablaba mi madre (Edhasa), conmovedora novela del escritor, politólogo y dramaturgo marroquí Rachid Benzine, islamólogo liberal y estudioso del Corán, es una flecha que da en el blanco de la compleja relación entre una madre y un hijo, enlazados por el hilo del amor, pero separados por la lengua y la cultura, por la distancia que media entre el hijo culto que dice que los libros son toda su vida y esa mujer que disfruta de las canciones populares y las telenovelas.

“El tema del analfabetismo en esta novela está relacionado con el hecho de que muchos padres de familias inmigrantes no dominaban la lengua del país de acogida, en este caso el francés. La mayoría de los inmigrantes procedían de regiones del Magreb donde no podían ir a la escuela a estudiar. Procedían de una cultura oral que fue rápidamente marginada por la cultura escrita”, cuenta Benzine en la entrevista con Página/12. “A través del analfabetismo de la madre, quería abordar el tema de la violencia que se puede sentir cuando eres un inmigrante y no puedes expresarte ni leer la lengua de acogida. De repente te quedas mudo. Inaudible y, por tanto, invisible para la sociedad y para sus seres queridos. Se crea un divorcio que te sumerge en una gran soledad. Te convertís en un extraño por partida doble, para el país de acogida y para tus propios hijos”, agrega el escritor que nació en 1971 en Kenitra (Marruecos) y vive en Francia desde los siete años.

Benzine dio clases en el Instituto de Estudios Políticos de Aix en Provence, la Universidad Católica de Lovaina y la Facultad Protestante de Teología de París. A partir de una serie de entrevistas que realizó a jóvenes que habían regresado del autodenominado Estado Islámico, y que se encontraban en prisión, escribió Nour, pourquoi je n'ai-rien vu venir? (Nour, ¿por qué no lo vi venir?), donde relata un intercambio imaginario de cartas entre un padre y su hija, una chica que se ha unido a los terroristas en Faluya, ciudad iraquí. El escritor marroquí fue galardonado con el Premio Literatura 2018 de la Conférence catholique des baptisé-e-s francophones, junto a Delphine Horilleur, por su libro Des mille et une façons d'être juif ou musulman (Mil y una formas de ser judío o musulmán).

-”La lengua de Molière la aprendió a puro cachetazo y humillación”, dice el narrador de “Así hablaba mi madre”. Hay una especie de triple humillación en la novela: la madre es humillada por sus patronas como la “sirvientucha árabe” por su origen y su condición social; es humillada por su acento y su manera de hablar, pero también es humillada por ese hijo que siente vergüenza de su madre. Como escritor, se percibe que explora con mucha profundidad la humillación y la vergüenza, como si fueran las dos caras de la misma moneda que sufren los inmigrantes, ¿no?

-Soy muy sensible al tema de la vergüenza y la humillación. Son dos caras de la misma moneda. Podemos curarnos de la injusticia, pero rara vez nos curamos de la humillación. Las humillaciones preparan la violencia del mañana. En la novela, cuento cómo la madre sufre una doble negación de reconocimiento, desprecio y humillación por parte de sus empleadores, pero también de su hijo. Para los empresarios, es invisible, es una señora de la limpieza. Esta invisibilización es a la vez producto de la violencia de clase social. La liberación o emancipación de unos se consigue siempre mediante la dominación de otros. Es un fenómeno de desplazamiento de las dominaciones. En el caso del narrador, se avergonzaba del acento de su madre cuando iba al colegio a ver a sus profesores. Para él, su madre fue descalificada en cuanto abrió la boca. Sólo más tarde descubrió la riqueza de esta madre analfabeta. Luego diría “me avergüenzo de haberme avergonzado”.

-La educación sentimental de esa madre es a través de las canciones populares y las telenovelas, donde suelen abundar estereotipos y prejuicios. El narrador se sorprende por cómo su madre escapa a eso cuando ella dice frases como esta: “Alá hizo a la gente como es. Aunque sean homosexuales, siempre los amaré a todos por igual”. O cuando dice que lo mejor que puede hacer como madre es que sus hijos “sean libres”. ¿Cómo explica esa modernidad de la madre?

-Creo que la modernidad no tiene nada que ver con la educación o el conocimiento. Por ejemplo, conocí a jóvenes en prisión que habían vuelto de Siria o Irak con doctorados, y que tenían una visión muy rigurosa de la moral y la religión. La madre del narrador, que ha sido borrada toda su vida, a menudo despreciada, sabe mejor que nadie lo que vale el reconocimiento, el hecho de ser simplemente visto, mirado y aceptado. Por eso aporta ese reconocimiento a estos niños, les permite ser quienes son al estar rodeados y seguros de su amor, de su apoyo. Creo que las personas que se han visto privadas de todo suelen ser las que están dispuestas a darlo todo, porque conocen el valor de las cosas. Este es el caso de esta madre. También creo que los padres, la primera generación de inmigrantes, comprendieron que no podían moldear a sus hijos: el encuentro con otra cultura, otra lengua, otras normas, implica necesariamente una transformación sobre la que no tienen control. Hoy en día, transmiten su herencia sin imponerla, dejando que los niños compongan su propia identidad, en la encrucijada. Esta es la libertad que ofrecen a sus hijos: han comprendido que su sacrificio aporta educación a sus hijos, pero también libertad.

-Hay un momento de rabia del narrador, cuando recuerda lo que pasó con el señor Neuwenn, discapacitado sin ninguna pensión, que intentó trabajar hasta que lo despidieron y le quitaron a sus hijos. Ahí aparece con toda fuerza el tema de la violencia de clase y la crueldad de los poderosos hacia los desvalidos, pero también hay un intento de cuestionar la idea de que gracias al esfuerzo individual es posible progresar en las sociedades. Esa idea del esfuerzo parece impuesta por los poderosos para lograr convencer a quienes excluye de que ellos son los responsables porque no se esforzaron lo suficiente. ¿Coincide con esta interpretación?

-Estoy completamente de acuerdo con esta interpretación. Desde los años 80, hemos asistido a la destrucción del Estado social mediante el despliegue del sistema neoliberal, los servicios públicos, los sistemas de protección y el desmantelamiento del derecho laboral. Esto ha debilitado a la sociedad y ha hecho que la gente sea cada vez más vulnerable. A veces oímos a algunos políticos culpar a los pobres de su fracaso. Como si dependiera de ellos. Como si fuera suficiente querer tener éxito. Como si la competencia entre individuos fuera el motor de cualquier sociedad. Olvidamos que las sociedades sólo pueden vivir si las instituciones son justas, si el principio de solidaridad está en funcionamiento. Una sociedad decente es aquella en la que las instituciones no humillan a los ciudadanos, según el filósofo (Avishai) Margalit. Una sociedad que no humilla es una sociedad que empodera a los individuos y cuida de los más vulnerables. No es una política de pobreza sino de dignidad.

-¿Por qué la cultura escolar “excluye tanto como integra”? ¿De qué manera se podría intentar que integre más de lo que excluye?

-Cuando los hijos de padres inmigrantes se educan y hablan la lengua del país de acogida, no sólo tienen acceso a una lengua, sino también a una cultura y una visión del mundo de la que sus padres están excluidos. Se crea rápidamente una ruptura entre los padres y los hijos. Muchos hijos de la clase trabajadora han tenido esta experiencia incluso cuando han dominado el idioma. Para generar más integración, la escuela debería pensar en cómo incluir a los padres en el proceso de educación de sus hijos. Una co-construcción entre padres y profesores. Cuando los niños ven que sus padres no son descalificados y son reconocidos, se integran más.

-El narrador plantea que “los tránsfugas de clase siempre están entre dos aguas”, que serían la de su origen y la que adquieren a través de la cultura letrada. ¿Podría ampliar sobre esta sensación de ser un traidor para su propia familia?

-Este sentimiento viene después, cuando creces. Te das cuenta de que la ruptura se produce porque tus padres no dominan el idioma y la cultura que aprendes en la escuela. La escuela crea un abismo entre nosotros y nuestros padres. Esta “división de clases” es difícil de vivir: por un lado, está la necesidad de tener éxito en la escuela y, por otro, la necesidad de mantenerse fiel a las tradiciones familiares. Este es un sentimiento que también han experimentado los hijos de los agricultores y trabajadores. Hay que vivir con esta paradoja. Mis padres estaban obviamente orgullosos de mí, pero me resultaba difícil compartirlo con ellos. La lengua y la cultura a las que tiene acceso el narrador lo separan dentro de su propia familia, mucho más que entre la familia y el resto del mundo: ésta es una de las fuertes lecciones que se desprenden de esta especie de meditación del hijo. Se da cuenta de que se ha aislado de los suyos, igual que él y sus hermanos se aislaron de su madre en cierta medida cuando se avergonzaron de ella.

-Hay un solo libro que el hijo le lee a la madre. ¿Por qué esa novela es “La piel de zapa” de Balzac? ¿Qué hay en esa novela que conecta a madre e hijo?

-Lo que queda como punto de encuentro para el narrador y su madre es este texto de Balzac, que a ella le gusta escuchar una y otra vez. Es el único libro que conoce de memoria. Y todos los días el narrador le lee pasajes de esta novela. Es en ese momento cuando se levanta la barrera, cuando el amor a las palabras los une, a él que las lee y a ella que las escucha. En ese momento de la lectura, los papeles se invierten: ella no sabe leer, así que él lee. Él no puede oír (todo lo que su madre tiene en ella), así que ella oye. Es como si en esos momentos, cada uno reparara la fragilidad o la minusvalía del otro. Él lee en su lugar y ella escucha en el suyo. En este momento se completan mutuamente, y dejan su soledad para encontrarse en estas palabras que separan y reparan al mismo tiempo.

-Es curioso que la madre, “explotada por excelencia”, como dice el narrador, profesara un gran respeto por la familia real. ¿Cómo explica esta paradoja?

-Existe un vínculo muy fuerte entre los marroquíes y la monarquía, basado en el respeto y la lealtad. La monarquía se percibe como protectora y garante de la estabilidad. Lo afectivo, lo conmemorativo, lo histórico, prima sobre lo político en este vínculo, y por eso la madre no relaciona su condición social con la monarquía.

-El narrador dice: “Qué bien hice en dar clases, en ser un lector apasionado más que un escritor. Mi arrogancia habría cansado muy rápido al lector”. ¿Esto es autobiográfico? ¿Podría decirlo Rachid Benzine como escritor?

-Cuando se lee mucho, es difícil empezar a escribir, uno se siente un poco intimidado. Pero como empecé escribiendo ensayos sobre mis temas de investigación, el pensamiento crítico en el Islam, fue quizás más sencillo porque es la razón la que se expresa en un ensayo, es una demostración que se presenta, construida sobre conocimientos y argumentos, que además puede ser discutida y criticada. Escribir ficción es diferente, porque compartes tu imaginación, tu vida interior, a veces tu intimidad, y está sujeta a la apreciación del lector, por lo que quizás sea más difícil al principio. Cuando escribes, tienes que ser consciente de ello, y mantener la humildad, porque ofreces una parte de ti mismo que tienes que aceptar dejar pasar a los demás, que la juzgarán como quieran. Es un proceso de aprendizaje constante, y eso es lo que hace que la escritura sea un gesto magnífico.

Deconstruir el islamismo radical

 

“Los atentados que sacudieron a Francia, pero también a toda Europa, han dejado profundas huellas que serán difíciles de superar. Y mucho antes de los atentados, ya había muchas tensiones relacionadas con la expresión de un islam visible en el espacio público, especialmente en Francia: el velo y la polémica del burka”, plantea Rachid Benzine. “Aunque los países europeos difieren en su gestión de la cuestión musulmana, existe sin embargo una especie de convergencia hoy en día en torno a las mismas preocupaciones: prevenir y frenar el islamismo radical, supervisar la práctica del islam (formación de imanes, gestión administrativa y financiera de los lugares de culto, organización del mercado halal que es un verdadero maná económico). Todos estos temas difíciles crean inevitablemente desconfianza y tensión -advierte el escritor marroquí-. No puedo decir si soy optimista o pesimista: simplemente trato de contribuir con el pensamiento, y en particular con el pensamiento crítico, a deconstruir el discurso teológico y político para aportar algo de distancia y apaciguar un poco las relaciones”.