¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

Freud nos advierte que los poetas y los artistas poseen muchas cualidades para dar cuerpo al amor, pero ellos están atados a la condición de obtener un placer estético en sus producciones. Sin desconocer ese valor estético de la experiencia, como analistas nos proponemos abordar algunas cuestiones del amor en la constitución de una pareja.
En los comienzos de la vida amorosa está el enamoramiento, vertiente imaginaria que tiende a velar las diferencias: ilusión de unidad que aparece de entrada. Es el famoso encuentro que suele describirse como el que “te cambia la vida”, momento imposible de revivir, que muchas veces se quiere recuperar. Durante ese lapso se produce un espejismo en el que las cualidades del objeto amado son sobrestimadas, una ilusión que embota los sentidos. Como nos advierte Freud, uno cree que ama sensualmente al partenaire en virtud de sus excelencias anímicas, pero lo cierto es que ocurre lo contrario, a saber, únicamente la complacencia sensual pudo conferirle al otro tales excelencias.
El enamoramiento, amor sensual o terrenal, es una investidura de objeto de parte de las pulsiones sexuales con el fin de alcanzar la satisfacción sexual directa. El lazo de la pareja nace alienado del enamoramiento que lo funda y permite instalar el velo imaginario resaltando las semejanzas y escondiendo las diferencias. En mayor o menor medida, cada uno se siente fusionado al otro, fusión que representa una especie de desaparición de los límites entre uno y otro. Hay ausencia de crítica y de agresividad entre ellos, ya que la misma se desplaza hacia el exterior. Así, la naciente pareja se inviste inaugurando, al decir de Grunberger, el “narcisismo conyugal”.
Luego del enamoramiento, de esta especie de “luna de miel”, empiezan a caer los velos de una relación que nunca permanece en estado de entrega irrestricta. Las diferencias, antes desmentidas, tarde o temprano aparecen con toda su crudeza: el sujeto descubre la ineludible hiancia entre lo buscado y lo encontrado, momento de desconcierto ante la alteridad del partenaire. Entre ellos no hay identidad, lo que le falta a uno, no está escondido en el otro. Y en la revelación de ese desencuentro estructural se aloja el problema del amor. Pero si ante esta ajenidad se logra entonces reunir lo puramente erótico con componentes de amor tierno, se habrá trocado el enamoramiento en amor. Es la posibilidad de amarse en los intervalos, cuando el apetito sexual está ausente.
Todo encuentro con un otro actualiza la pregunta fundante del sujeto: ¿qué quiere el Otro de mí?, cuya respuesta va a configurar un modo de relación singular que se pondrá en juego en el enlace con el partenaire, dando origen a una coalescencia fantasmática. Es decir, un anudamiento inconsciente entre los integrantes de una pareja que sostiene la ilusión de compartir la misma escena. Hay engarces fantasmáticos más estables que otros, pero lo más frecuente es que cuando este modo de funcionar trastabilla y el otro deja de estar donde se lo espera, puede precipitarse una crisis que dé lugar a una consulta. Se rompe, entonces, la homeostasis que se tenía hasta ese momento. La media naranja falta sin remedio, pero el sujeto no quiere saber nada de esto y prefiere culpar al otro por no ser esa mitad que lo completa. Es el amor lo que ayuda a tolerar esa brecha que existe entre lo que se demanda al otro y lo que se obtiene de él.


El amor en el presente neoliberal

El psicoanálisis como producción cultural no deja de ser interrogado por la subjetividad de la época. Como lo señaló Lacan, interrogar las modalidades del discurso que prevalecen en la sociedad se vuelve un horizonte ineludible para el psicoanalista decidido a no renunciar a su condición de tal.
El presente neoliberal plantea una subjetividad individualista y utilitarista a ultranza que ha decidido considerar a lo diferente como hostil, como enemigo, aplastando la singularidad de los sujetos. Es notable la instalación de la paradoja de confrontar a la confrontación, es decir, estar en contra de los que están en contra, agredir la agresión. Es en este contexto que se impone el significante “grieta” para nombrar la diferencia.
En los diccionarios se puede leer la definición de grieta como “abertura, hendidura o quiebre que surge de forma natural en alguna superficie”. ¿Por qué la derecha neoliberal nomina a la diferencia como grieta? Como analistas sabemos que la elección del significante nunca es azarosa, el discurso revela su carácter ficticio mostrando que el lenguaje sólo habla del mundo que ese lenguaje crea. La grieta es una falla natural, irremediable, ¡nada que hacer!, no se responsabiliza de su lugar en la construcción de este modo tan particular de hacer con la diferencia. ¿Y qué propone, entonces? Lo podemos sintetizar en dos extremos de una misma lógica. Por un lado, una diversidad sin diferencias, la vertiente imaginaria de un mundo eternizado en el espejo. Por el otro, la exclusión de la alteridad a través de distintas formas de agresión, de denuncias reiteradas. En definitiva, no se trata de otra cosa más que de negar la diferencia o de volverla un abismo insalvable.
Como dijimos antes, en la constitución de una pareja existe un momento lógico posterior a la fusión del enamoramiento en el que                                                                                         otro emerge con toda su alteridad, momento necesario para pasar de la dimensión imaginaria del amor a la dimensión simbólica. ¿Pero cómo se vive este proceso de reconocimiento de diferencias en estos tiempos? ¿Cómo impacta en las parejas la propuesta de la sociedad neoliberal? Como analistas creemos que la diferencia es justamente lo que hace a la singularidad del sujeto y le permite vincularse al otro desde una dimensión que rompe la díada fusionada y posibilita la relación simbólica que acepta la falta sin hacer de ella un destino mortífero. Es por ello que el psicoanálisis de pareja propone un espacio de escucha, donde la diferencia sea puesta en juego, interpelada, en lugar de hacer de ella un resto irreconciliable.
Cuando llega una pareja al consultorio, el espacio suele estar plagado de quejas y denuncias recíprocas. De allí que se convoque al analista a tomar posición,cuya intervención deberá excluir la dimensión de la compasión, ¡pobre señora!; o del castigo, ¿cómo se deja hacer eso?, ya que cualquiera de las dos posiciones equivaldría a sostener la queja. Vale aquí, entonces, reformular la pregunta freudiana y dirigirla a cada partenaire: ¿cuál es tu propia parte en el lazo del que te quejás?, con el fin de implicarlos en el malestar que padecen y habilitar el rearmado de nuevos lazos. A diferencia del discurso neoliberal, que propone el borramiento del sujeto (como sujeto de la enunciación), el trabajo analítico apunta a responsabilizarlo, recuperando su singularidad en la diferencia.  

Miradas sobre el dispositivo vincular


En nuestro país, el abordaje terapéutico vincular se origina en la década del 60 a partir de que empezara a registrarse la importancia de la incorporación del grupo familiar en los tratamientos de pacientes graves. Desde ese momento, esta modalidad terapéutica comienza a cobrar autonomía y especificidad a partir de diversos marcos teóricos que han aportado a la conformación del dispositivo de tratamiento vincular.
En nuestro trabajo en el hospital público con parejas, hemos observado en los últimos años ciertas variaciones en relación con las consultas vinculares. Sabemos que los discursos imperantes impactan en la subjetividad de quienes acuden al servicio. En este sentido, nos propusimos conocer y relevar algunas creencias acerca de este dispositivo. Las creencias sociales y actitudes hacia la terapia de pareja juegan un papel importante tanto en lo que se refiere a la consulta como al tratamiento. Estas concepciones, además, tienen efectos en el modo en que analistas y pacientes se piensan a sí mismos.
Por ello, aquí presentamos los resultados relevados a partir de dos encuestas aplicadas a expertos de la salud mental y posibles consultantes. Para el análisis de la información se construyeron dos muestras, a saber, una de 234 casos,correspondientes a posibles consultantes, y otra de 115 casos, correspondiente a los profesionales del campo de la salud mental, todos residentes del Área Metropolitana de Buenos Aires.

Características de los encuestados y de sus miradas sobre el dispositivo

Los posibles consultantes encuestados presentan distintas configuraciones familiares: más de la mitad vive en pareja (51,7%), y un 23,6% vive solo. El rango etario que agrupa a casi la mitad de los encuestados es entre 30 y 39 años (45 %), y la mayoría son mujeres (62,9%).
Con respecto a los profesionales, se observa que la mayoría de           los encuestados son psicólogos (71%), mujeres (64.5%), y se desempeñan tanto en el ámbito estatal como en el privado. En primer lugar, trabajan en el área clínica y, en segundo lugar, en el área laboral e institucional. Los dos rangos etarios que agrupan a la mayor cantidad de encuestados son de 30 a 39 años (31,3%), y de 40 a 49 (28,1%). En general cuentan con amplia experiencia profesional que va desde los 11 a los 20 años (41,9%) de actividad.
Frente a la pregunta abierta sobre los motivos que originan la consulta vincular, tanto los posibles consultantes como los profesionales refieren problemáticas similares, pero con preponderancia diferente. Los consultantes ubican en primer lugar los “desacuerdos y discusiones”. Resulta interesante observar aquí que la posición de los sujetos encuestados se orienta a la búsqueda de un espacio para interrogar ese desacuerdo en lugar de actuarlo y padecerlo. En segundo lugar, aparecen los “problemas de convivencia”. Aquí vale retomar las ideas del sociólogo francés Jean-Claude Kaufmann, que nos señala que el momento de la convivencia de la pareja es un tiempo de ambigüedad de la vida conyugal que supone la colectivización del sistema doméstico. Es decir, que lo que cada uno hacía individualmente, ahora se mezcla y se trata conyugalmente. Esto muchas veces entra en coalición con la propuesta individualista de la sociedad actual. Nuevamente es promisorio observar que, frente a la apuesta de estos tiempos por incrementar los espacios individuales en detrimento de los espacios compartidos, los sujetos apuesten a la consulta vincular para rearmar el espacio común.
Por otra parte, algunos motivos destacados por los posibles consultantes no son mencionados por los profesionales, tales como: “infidelidad y celos”, “problemáticas sexuales” y “deseo de mantener unida la pareja”. En el mismo sentido, los profesionales mencionan motivos que el otro grupo de encuestados no expresa: “violencia”, “dificultades en la crianza de los hijos”, “problemas individuales que afectan al vínculo”. En esta diferencia notamos las distintas maneras de nominar y atribuir sentido a las problemáticas. Como analistas sabemos que el discurso es el modo en que cada uno habita el lenguaje y esto, sin duda, se pone en juego tanto en las derivaciones que realizan los profesionales como en la experiencia de los que atraviesan un análisis vincular.  
Es de destacar que el motivo “separación/divorcio” es reconocido como principal motivo de consulta entre los profesionales, aunque es mencionado por los posibles consultantes en último lugar. Se observa aquí que, para las parejas, la terapia vincular deja de ser el último recurso antes de separarse; lo eligen, principalmente, para poner en palabras sus desacuerdos y evitar discusiones. En otros términos, el tratamiento aparece como un modo de hacer con la diferencia.
Consultados sobre su percepción acerca de la variación de las consultas vinculares en los últimos años, en su mayoría profesionales y posibles consultantes (61% y 64%, respectivamente) consideran que las mismas se han incrementado. En relación con los motivos que originaron dicho incremento, el mayor conocimiento sobre esta modalidad terapéutica es mencionado en primer lugar por los posibles consultantes y en segundo por los profesionales. Es de destacar que, si bien esta modalidad se realiza en nuestro país desde hace más de cincuenta años, es luego de un importante tiempo de crecimiento y consolidación que se vuelve más visible entre los profesionales y en la sociedad en general.
Asimismo, los encuestados mencionan al malestar atribuido a las transformaciones sociales como otro motivo importante en el incremento de consultas vinculares. Los profesionales lo ubican en primer lugar y los posibles consultantes, en segundo. La lógica cultural propia del neoliberalismo, en el que inscribe hoy el malestar en la civilización, encuentra una traducción sintomática y un clivaje en clínica. El malestar es de la cultura, no de la época; pero esto nos lleva a interrogarnos por las diferentes formas en que la época inscribe ese malestar. Si bien sabemos que el síntoma es lo más particular de un sujeto, el mismo no puede ser pensado por fuera de la cultura. La subjetividad de la época ofrece al sujeto recursos nunca exitosos, significaciones determinadas, en un intento de sutura de su división subjetiva, forma particular de lazo al Otro, que podrá ser interrogado en la medida que haya efecto de sujeto. Esta época impone nuevas-viejas maneras de hacer con el malestar y como analistas sabemos que habremos de vérnoslas con eso.
Por otra parte, es interesante detenerse en el tercer motivo que consideran los encuestados que contribuyó al aumento de consultas de terapia de pareja. Aquí aparecen los “problemas de comunicación”. En este sentido, sabemos que los problemas no son un déficit que pueda solucionarse con más diálogo: no hay completo entendimiento por el hecho mismo de hablar dado que se nace de un malentendido estructural. Como el equívoco es constitutivo de la lengua, no se puede sino malentenderse. Y es en ese malentendido, si hay un analista que escuche, que puede surgir la novedad. Se trata de alojar el malentendido para dar lugar a lo singular que cada sujeto aporta en la relación, introducir la diferencia rompiendo con los sentidos bien comprendidos que se repiten una y otra vez. Esto posibilita que los sujetos puedan leer lo que acontece en el lazo con el otro en lugar de sufrirlo.

Creo en el amor, porque nunca estoy satisfecho


Han transcurrido más de cincuenta años desde el surgimiento del abordaje terapéutico vincular. Esta modalidad no sólo ha cobrado autonomía y profundizado en su especificidad, sino que además ha ganado terreno en el hospital público. En momentos de auge de terapias breves donde prima la lógica costo-beneficio y un nuevo-viejo lugar de consumidor para los sujetos, nosotros proponemos el trabajo prolongado con el inconsciente que implica el psicoanálisis. Para ello es necesario no desconocer lo que Freud demostró en acto, a saber, que analista es una posición en el discurso. Y en la práctica cotidiana en el hospital público con parejas, nuestra apuesta es sostener la oportunidad para el disenso, para la discusión, resistiendo el arrasamiento subjetivo que el borramiento de la diferencia implica, interrogándonos siempre desde la teoría que nos orienta.
Resulta oportuno, entonces, detenernos aquí y formular una interesante pregunta que atraviesa nuestra praxis: ¿es posible trabajar con esos discursos amorosos cuando sabemos que se dirigen a un otro elusivo, imposible, insatisfactorio, incapaz de colmar las demandas? Quizás el paso por un análisis ayude a estar advertidos de lo imposible de la reciprocidad. Enfrentar el desconocimiento, el malentendido y las paradojas del amor, no para obturarlas, ni desestimarlas, ni para hacer de ellas un campo de batalla donde sólo prime el narcisismo de las pequeñas diferencias, sino justamente para sostenerlas.
Cuando la pareja puede hacer lugar al amor y aceptar las diferencias, la amenaza de corrimientos de velos imaginarios pierde sentido. El psicoanálisis de parejas se dirige siempre en esta dirección: opera actualizando la castración, ubicando un lugar vacío, símbolo de una falta indispensable para que el encuentro amoroso sea posible y se sostenga. En suma, no se trata de otra cosa que de abrir un espacio para que haya dos: dos diferentes. Y que a partir del reconocimiento de la diferencia puedan construir juntos un andar que no es la sumatoria de uno más otro, sino algo nuevo que se arma entre uno y otro.
La ausencia de complementariedad absoluta, no impide la ligazón, sino lo que le da sus condiciones. Y aunque la media naranja no existe, el otro siempre está: no olvidemos que el amor es una ficción, la de haber encontrado algo, en alguien.

* Psicoanalistas, miembros del Equipo de Pareja y Familia del Centro de Salud Mental Nº 3 Dr. A. Ameghino.

 

 


 

Los motivos, según las parejas

Motivo de consulta referido por los posibles consultantes

 

 

 


 

Los motivos, según los profesionales

Motivo de consulta referido por los posibles consultantes

 

 

 


 

Variación de las consultas

Ultimos cinco años

 

Fuente: elaboración propia a partir de datos provenientes de las encuestas realizadas durante 2015.