La actriz y directora francesa Nicole Garcia se inspiró para su más reciente largometraje como realizadora, Un momento de amor, en el libro Mal de Pierres, de la escritora italiana Milena Agus. De visita en Buenos Aires con motivo del ciclo Les Avant Premières, Garcia presentó el film y habló con la prensa. Mañana será el estreno comercial en Buenos Aires de esta película que formó parte de la competencia oficial del Festival de Cannes 2016. En diálogo con PáginaI12, la cineasta comentó que cuando leyó el libro le provocó “un impacto muy fuerte”, a pesar de que no suele buscar posibles adaptaciones en los textos literarios. “No busqué analizarlo, pero apenas lo terminé llamé a mi productor y le dije que averiguara sobre los derechos porque sentí algo que me permitía cuestionar lo que el personaje principal busca y que todo el mundo se lo niega: tiene un deseo que no está reconocido, que no está entendido. Por otro lado, me atrajo mucho la idea de esa chica rechazada por su madre. Al no haber recibido ese amor maternal, ella pidió con mucha fuerza otro amor”, comenta Garcia a PáginaI12. 

Al concluir la Segunda Guerra Mundial, Gabrielle (Marion Cotillard), una joven que vive en un pueblo rural de Francia cercano a la frontera con España, es tildada por su familia como una persona con inestabilidad emocional. Corren los años 50 y sus padres la obligan a casarse con José (el español Alex Brandemühl, el Mengele de Wakolda), un trabajador español refugiado en Francia que sobrelleva el rechazo de su mujer. La protagonista padece cálculos renales y es enviada a hacer un tratamiento en Suiza, donde conoce a un soldado herido en la guerra de Indochina (Louis Garrel), del que se enamora perdidamente. Ella se propone huir con él y él parece sentir lo mismo.   

–¿La novela le resultó cinematográfica de por sí?

–No, para nada. Por eso, la adaptación fue tan lenta y me llevó tanto tiempo. Trabajé con tres guionistas para poder llegar a este resultado. La autora relata la novela como un diario íntimo. Y transformar eso en cine me resultaba imposible porque juega muchísimo con los tiempos -cosa que permite la literatura-, y pasa de un tiempo a otro. O sea que si hubiese querido respetar totalmente la novela, tendría que hacer una saga o una serie porque un largometraje era imposible. Me llevó mucho tiempo encontrar la clave, que justamente consistió en cambiar el tiempo. A tal punto no fue nada fácil que, en un momento, dejé el guion e hice otra película. Después, me volví a obsesionar y empecé a trabajar con otro guionista con el que tengo mucha confianza y ahí logramos esa clave que me permitió adaptarla. 

–¿El film reflexiona, ante todo, sobre las distintas posibilidades del amor?

–Hablamos muchísimo de amor en las revistas y en todos lados pero, en realidad, no sabemos qué es el amor. Para Gabrielle es algo muy preciso y fue lo que me gustó, lo que me atrajo tanto del libro: para ella lo sexual y lo sagrado son lo mismo. Y también me resultó muy fuerte del libro ese encuentro con el otro que es, a la vez, místico y sexual. Ese éxtasis que ella está buscando no es tan sencillo de encontrar. Y es lo trágico que tiene la historia. Ella lo encuentra y su imaginación hace que lo prolongue. Como lee mucho, tiene un imaginario muy amplio. Le gusta cuando le hablan y eso le faltó en su relación con su madre que estaba encerrada en el silencio. Para ella, esas son las posibilidades del amor. 

–La película está anclada en una determinada época y, en ese sentido, se ven los rasgos ultraconservadores de una generación. ¿Se imaginó la ficción sucediendo en otra época?

–No, porque ya había cambiado el país. En el libro transcurre todo en Cerdeña, Italia, y la época me parecía justa porque me interesaba mostrar esa imagen de Francia desde la inmigración española, que llegó huyendo de la dictadura de Franco. Todo el sur de Francia recibió a un montón de trabajadores estacionales. Eso era algo muy importante para mí. Por otro lado, me interesaba la historia de Indochina, que fue la historia colonial que tuvo Francia en aquella época. Eso no estaba en el libro. La inmigración española y la historia de Indochina son cosas que provienen de la adaptación. Y como cambiaron el país, me interesaba mostrar las posibilidades de la Francia de los años 50. 

–¿Prefiere trabajar con personajes muy intensos? 

–Sí. El cine francés tiene ese amor al carácter del personaje. Me gusta el relato, pero más que todo me gustan los personajes, con sus contradicciones, como las tenemos todos, las luchas internas que pueden provocar, también la incomodidad y el malestar que pueden manifestar. Por eso, también escribo tanto. Ahora, estoy escribiendo el guion de una película y me gusta mucho el relato, pero todavía el personaje está borroso y necesito resolver eso antes de empezar con la película. Por eso, para mí el guion es tan importante. Si no, la película no puede ser tan rica ni tener todas las posibilidades de identificación. Todos buscamos la posibilidad de identificarnos con un personaje en un momento.

–El personaje de Marion Cotillard presenta la ambivalencia de no querer que nadie se meta en su vida pero, a la vez, no tiene la libertad para vivirla como quiere. ¿Coincide con esta apreciación? 

–Sí, amo la ambivalencia. De hecho, es lo único que hay de psicología en el film. Al comienzo de la película lo que puede parecer que tiene Gabrielle es locura, pero tiene algo muy fijado, una obsesión. La dice muy fuerte. El objeto de su búsqueda es su éxtasis y ahí no tiene ambivalencia. Es más obsesiva que ambivalente. La ambivalencia viene después, cuando empieza a tener un pie en lo imaginario y otro en la realidad.

–La película muestra que el deseo femenino no siempre puede expresarse de manera suficiente. ¿Cree que sigue sucediendo lo mismo en la sociedad actual o se ha avanzado en la reivindicación de la mujer libre?

–Está más reconocido ese deseo. Pero, por ejemplo, frente a la amenaza de la madre si Gabrielle si no se casa con el hombre que esa mujer eligió, hoy no habría una respuesta tan radical. Sin embargo, el llamado de lo femenino, cuando se dice tan fuerte, como lo hace Gabrielle en la película, sigue incomodando y molestando en la actualidad. Tiene algo de escandaloso. Y considero que es lo que tiene Gabrielle de rebelde. Aun hoy aceptamos más escuchar ese grito fuerte de parte de un hombre que expresa su deseo sexual que de parte de la mujer, quien por tradición, tiene que mantener pudor y reservas. Si no, se considera escandalosa y genera un peligro. 

–¿Cree que hay mayor posibilidad para las cineastas mujeres en el campo profesional del cine que cuando usted empezó o sigue habiendo desigualdades de género?

–Hubo evolución y en todas las artes, no solamente en cine. Cada vez hay más mujeres que llegan. Es cierto que Jane Campion fue la única en obtener la Palma de Oro en Cannes, pero no creo que haya que victimizar demasiado. Hoy en día, en la selección de Cannes, Thierry Frémaux está mirando películas de cineastas mujeres y hombres de la misma manera.

El film integró la Competencia Oficial del Festival de Cannes.