Aunque nos guste hacernos las tontas, y nos salga bien, a las travestis nos morbosea el amor. Nos hemos soñado atoradas en un abrazo con algún chongo al que no queríamos dejar partir. Algunas más Susanita que otra, pero todas nos hemos ahogado en llanto con una comedia romántica que termina en casorio. Mi tía Alma me decía: vos no te hagas la minita, los chongos no te quieren para eso… pero después se ahogaba de Fernet mientras sonaba una canción de La Pantoja. Porque contradictorias siempre, las travestis y el amor a veces nos llevamos a las patadas: cosa de minitas, privilegio burgués, etc. y otras veces estamos embobadas con un pibe que quizás solo tuvo la delicadeza de abrazarnos después de garchar. El tema es que para algunas aquellos amores terminaron en el altar, aunque sea un altar de papel maché. Porque al fin y al cabo venimos al mundo solas y lo demás… lo demás es performance.

En los años 40 las carrilches se juntaban en estancias perdidas del conurbano bonaerense para celebrar nocturnas fiestas secretas donde aprovechaban ese momento de insólito refugio para celebrar con sus chongos, dorilches y sopla-nucas. Allí se garantizaba un espacio seguro donde liberar la fantasía romántica y el erotismo. Llegaban las travestis a esas reuniones llevando amortajados los vestidos, tacones y pelucas con las que se transformaban. A veces esas fiestas, eran testigo del amor secreto entre las travestis y sus maridos, como aquella vez que Jorgelina organizó en secreto su matrimonio con el Cambicho, un peón rural correntino. Como relataba Malva para la revista El Teje: “En una habitación contigua y cerrada con llave se encontraba Jorgelina luchando denodadamente con el vestido esposal que desgraciadamente le quedaba chico. ¡No le entraba! Hubo que tajearlo por la espalda para agregarle un pedazo de tela y lograr acomodarlo en ese cuerpo voluminoso, sobre todo el tórax demasiado masculino. Ese vital inconveniente fue solucionado con una capa improvisada de tul color amarillo puesta sobre los hombros (parecía una bandera vaticana)”.

La conmoción de Liliana Vega

Liliana Vega en la revista Asi (1963). Fuente: Archivos Desviados

En los 60 el caso de Liliana Vega conmovió a la prensa gráfica del país. Liliana, empleada de correos, saltó de las páginas de policiales que atendían su caso de “castración” a las páginas del corazón que mostraron interés por su romance con el cantante de canciones españolas Roman de Linares. En un artículo previo al compromiso formal un periodista señala: “Para la muchacha que vivió 28 años como hombre, angustiada por un equívoco de la naturaleza, ese será el día más feliz de su vida. Y esa noche dormirá con la mano izquierda apretada a su corazón, queriendo en vano dominar los fuertes latidos que repicarán en la dorada ilusión del anillo simbólico”.

La explosión de los '80

La década de los 80 estuvo plagada de informes morbosos sobre las travestis de la Panamericana. Muchas murieron aplastadas por camiones o atropelladas por un “misterioso” falcón verde. Pero también llamaron la atención nuestras “historias de amor” siempre retratadas con sorna y sorpresa. En 1988 Rebeca, se casó con Jorge en una ceremonia secreta. Ambos se conocieron en una comparsa y empezaron un romance auspiciado por todos los integrantes de “Los Caprichosos de Villa Martelli”. El evento fue retratado por las cámaras que recogieron los preparativos de la novia travesti y lograron, tras doblegar las reticencias del chongo, una foto de la pareja. “Desde que nos conocimos supimos que íbamos a tener que luchar contra esos prejuicios, pero somos fuertes y estamos decididos a luchar juntos”, declararon los novios. Venenosa, la travesti mediática Jessica Brown declaró sobre la boda de Rebeca y Jorge: “No comparto esa onda de príncipes azules”.

Revista Flash (1986)

En diciembre de 1984 Crónica tituló: “Autorizaron la pareja legal de un travesti y una mujer” junto a la foto de un apasionado beso entre Sandra y Martha. Tras algunas objeciones del director del Registro Civil de Mar del Plata por que el contrayente tenía “aspecto de mujer”, Sandra, una travesti, y su pareja Martha pudieron casarse legalmente y sellar con ese acto su unión. Ni siquiera vale la pena preguntarnos qué motivaciones hubo detrás de estas ceremonias, si se trató de una buena excusa para festejar, de una perfo para capturar la atención de los medios, si una forma de mostrar una posición honorable ante la sociedad o un pacto privado para sellar una amistad llena de complicidades… lo cierto es que las travestis construimos familias propias, hacemos nuestras propias películas donde los finales no importan, sino el goce y la celebración. Once años después de la ley de matrimonio igualitario cambió el estatus legal, pero los romances existieron siempre entre nosotres.