Hizo fotografía artística y de moda, pero lleva al rock... hasta en el apellido. Como si fuera parte de su destino –en el que cree fervientemente–, la vida y la obra de Mick Rock está inevitablemente cruzada por ese género musical, que empezó a fotografiar casi por casualidad: conoció a Syd Barrett, que acababa de quedar afuera de Pink Floyd, y una de sus tomas fue a parar a la tapa del disco The Madcap Laughs. Este inglés radicado en Brooklyn, que el año próximo cumplirá 70 años, ha perpetuado imágenes icónicas de Queen, Lou Reed, Iggy & The Stooges, Bryan Ferry, Blondie y los Ramones, entre muchos otros, pero se lo reconoce especialmente por las que le tomó a David Bowie durante su ascenso a la fama, en la época de Ziggy Stardust. Esas fotos son las que pueblan la muestra Bowie by Mick Rock, que se inaugura hoy en el pabellón 8 de La Rural (Sarmiento 2704). La exhibición, que podrá verse hasta el 28 de mayo, incluye también recreaciones de espacios y hechos de la vida del cantante, la proyección de Shot, un documental acerca de la carrera de Rock, y videos inéditos del trabajo junto a Bowie.

La relación entre Bowie y Rock comenzó en 1972, en una sesión en la que charlaron acerca de Barrett (a quien el cantante idolatraba), y pronto el fotógrafo se convirtió en la sombra de Ziggy Stardust. Ese mismo año y el siguiente, se hizo cargo de las imágenes de tapa de dos discos producidos por Bowie: Transformer, de Lou Reed, y Raw Power, de Iggy & The Stooges. Esos trabajos le abrieron las puertas para todo lo que vendría y que continúa hasta hoy. En medio, tuvo que deshacerse de una adicción a la cocaína (Iggy Pop, nada menos, lo describía como “un fotógrafo salvaje”) y cambiar su vida tras un cuádruple bypass. Su primer libro llegó a mediados de los ‘90, cuando aquella fotografía de rock que parecía “descartable” se tornó icónica y admirada. Desde entonces, Rock monta exhibiciones y publica recopilaciones temáticas de sus imágenes. El lado negativo de semejante suceso es, según le dice el fotógrafo a PáginaI12, con la promoción y los viajes termina extrañando esa sensación única que lo acompaña desde la primera vez que agarró una cámara. Una vez bastante particular, por cierto.

–Usted siempre dice que tuvo suerte en conocer a Barrett y que eso le abrió las puertas de la fotografía de rock, pero no puede ser sólo eso. Hay que tener una sensibilidad especial y trabajar mucho para lograr imágenes como las que obtuvo...

–No tiene que ver con trabajar mucho sino con saber lo que querés. Si querés sacar fotos que te gusten y que le gusten al retratado, no se trata de trabajar tanto sino de enfocarte profundamente. Desde muy joven hice yoga y eso me ayudó a abrirme a las posibilidades de una sesión fotográfica, pero también al disfrute de tomar fotos. Porque a mí me gusta sacar fotos, así que nunca fue un trabajo pesado, no importa cuánto haya durado la sesión ni los problemas que haya tenido que resolver. Con franqueza, probablemente la fotografía sea aquello que estaba destinado a hacer. Creo en el destino y supongo que, en mi caso, era algo que estaba escrito en las estrellas hacía mucho tiempo (se ríe). Porque, de hecho, nunca había pensado en ser fotógrafo sino que estudiaba Lenguas Modernas en la Universidad de Cambridge. Creía que iba a ser escritor, quizá compositor de canciones... Hasta que un día tomé LSD y agarré la cámara de un amigo. Mientras alucinaba, me la pasaba clickeando, y eso me generó mucha excitación. Por supuesto, la cámara no tenía rollo (carcajadas). Pero la siguiente vez que me tomé un ácido, junto a una chica, ya había aprendido cómo se sentía esa tensión de estar con la cámara. De todos modos, la primera vez había estado tan drogado que sólo estaba jugando, mejorando mi experiencia. Y nunca olvidé eso, así que siempre me siento un poco psicodélico cuando saco fotos, aunque haga más de cuarenta y cinco años que no tomo LSD o mescalina. Creo que comí unos hongos hará unos veinte años... Pero cuando tenés una experiencia intensa, sea de la clase que sea, se convierte en parte de tu ADN. Pase lo que pase en tu vida, está ahí y podés evocar esa sensación. En los últimos veinte años no he probado nada excepto un poco de marihuana, tuve un cuádruple bypass, pero sigo teniendo esa sensación.

–¿Y el yoga lo ayuda a conectar con esa sensación inicial?

–Sí, claro. También es un modo de conectar con tu sensibilidad y, en mi caso, con mis ojos. He hecho mucho yoga y meditación, y además nunca consumí alcohol ni heroína, que te hacen perder el foco. Para mí, son dos cosas que hacen que la gente se vuelva descuidada y estúpida. Tampoco recomiendo la cocaína, claro; hay muchas formas de sentirte elevado sin necesidad de estímulos, pero todos nosotros éramos muy jóvenes... No puede imaginarse lo jóvenes que éramos todos. La cultura alternativa era una nueva actitud rebelde, anti establishment. En el documental Shot, que hicieron sobre mí, digo que hay cosas que hacés cuando sos joven que ya no podés seguir haciendo cuando crecés. Por ejemplo, el cigarrillo. Estoy absolutamente convencido de que fue lo que mató a David Bowie, porque él fumó sin parar durante más de cuarenta años. Y a Lou Reed, aunque murió de cáncer de hígado, pero el daño ya había sido hecho.

–Usted mencionó lo jóvenes que eran todos, lo cual remite a la famosa foto de esa suerte de “Santísima Trinidad”: Bowie vestido de Ziggy Stardust, Iggy Pop con un paquete de cigarrillos en la boca y Reed con sus anteojos negros. ¿Usted tenía conciencia de lo que estaba fotografiando?

–Yo fotografiaba lo que tenía ganas, aunque ninguno de ellos fuera... Quiero decir, David estaba empezando a hacerse famoso; esa foto fue alrededor de la fecha de salida de Ziggy Stardust, pero todavía no era famoso. Y Lou e Iggy eran famosos en el underground. Ninguno de ellos vendía discos. Iggy ni siquiera podía conseguir un contrato discográfico. De hecho, firmó un contrato por un solo disco. ¡Nadie en la historia del rock and roll firmó por un solo disco! Pero la verdad es que nadie quería tener que lidiar con él. Hace poco hablé con Iggy y recordamos que a los tres meses de publicado Raw Power, ya estaba en las bateas de 50 centavos. Y hoy se lo considera uno de los mejores discos de todos los tiempos. De hecho, cuando saqué esas fotos, nadie hacía exhibiciones de fotos de rock y mucho menos me entrevistaba, todo esa imaginería rockera era desechable. Pero a fines de los ‘90, después de mi cirugía de bypass, la gente empezó a interesarse, primero en los ‘60 y ahora más en los ‘70. Se empezaron a montar galerías y a venderse copias, sobre todo de unos quince o veinte fotógrafos.

–Y usted había conservado los derechos de autor de sus fotos.

–Bueno, voy a decirle algo interesante: en los viejos tiempos, nadie siquiera hablaba de derechos de autor (risas). La mayoría de los artistas hacían un par de discos al año; entonces, para los sellos, una vez que salía un álbum, ya estaba, no se volvía a hablar al respecto. Lo único que les importaba era que las fotos les salieran baratas, igual que con todo el resto, y nadie hablaba de derechos de autor. ¡Y entonces yo me quedé con los derechos de autor de todo! Eso también le pasó a otros fotógrafos, como a mi amigo Bob Gruen, que ya llevó a Buenos Aires una exhibición con el mismo productor con el que estoy trabajando. Los únicos que no conservaron los derechos son los que estaban en la nómina de los sellos. En la fotografía publicitaria, los fotógrafos cobraban más, pero tenían que firmar la cesión de sus derechos a las empresas. Eso no pasaba en el mundo del rock, porque no te pagaban demasiado pero tampoco les interesaba que cedieras tus derechos. Hasta fines de los ‘80 ni siquiera había pensado sobre ese tema, pero una abogada me empezó a hablar sobre derechos de autor y propiedad intelectual. Yo no le prestaba mucha atención, pero ella me dijo: “Si tenés los derechos, ya vas a ver el valor que van a tener tus fotos”. Y eso que en aquella época valía tan poco ahora me hace dar vueltas por el mundo. Porque, sí, sigo sacando fotos, pero lo que le interesa a la gente es lo que hice en los ‘70 y a principios de los ‘80.

–¿Eso le molesta?

–No, pero algunos piensan que después de los ‘70 nunca volví a sacar ni una foto (se ríe). Y por supuesto que saqué toneladas... Pero cuando empezaron las muestras y las entrevistas, comencé a darme cuenta de que los medios se concentraban en ese período. De todos modos, en mi web se pueden ver distintos trabajos de todas las épocas. Hice mucha fotografía de moda...

–Pero incluso en las fotos de moda, usted siempre parece estar interesado por la persona retratada y no tanto en lo que la rodea, incluida la ropa.

–Eso es lo que me entusiasmó de entrada, especialmente las caras. No suelo usar muchos accesorios, salvo en contadas oportunidades. A veces me preguntan cuál es mi estilo y respondo que no tengo ninguno. Creo que tengo una actitud, pero salí del rock and roll, y tenés que ser muy flexible en el modo en que te acercás a los artistas. No son modelos, que llegan y hacen lo que vos les decís. En cambio, a los artistas a veces ni siquiera les interesa hacer las fotografías. No les pagan por posar, sólo lo hacen por la publicidad. También fotografié a algunos artistas, como Andy Warhol... Y a Kate Moss, a quien no fotografié como a una modelo común sino como a una rockera, que es lo que verdaderamente es.

–Habló de todos los iconos de la música, el arte y la moda que ha fotografiado. ¿Se dio cuenta en algún momento de que usted también estaba convirtiéndose en un icono?

–No, para nada. Soy un fotógrafo, nadie pensaba en esos términos.

–Pero sabe que hoy lo es, ¿no?

–Supongo que sí. Vivimos en una era diferente, en la que a los fotógrafos y a la fotografía se los toma mucho más en serio. Pero no es algo en lo que piense demasiado. Ciertamente, ayuda ser conocido para poder pedir más dinero (risas). A veces, entro a un lugar y la gente tiene una cierta actitud de respeto. Pero así era como yo me sentía con David Bowie, no al revés. O con Iggy, Lou, Debbie o los Ramones. Yo hago lo que hago, y estoy agradecido por el éxito y la atención que recibo hoy en día, pero creo que no lo considero tan importante como probablemente sea. Lo realmente importante es que me da más espacio de maniobra, más espacio para divertirme. El problema es que con los libros y las muestras paso mucho tiempo haciendo promoción y no puedo sacar tantas fotos. Y quiero sentir lo que sentía cuando fotografiaba en los viejos tiempos.