El 15 de julio del 2010, Argentina se convirtió en el primer país de Latinoamérica y el décimo en el mundo en reconocer el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. El paso de los años expone la dimensión de lo trascendental que fue para muchxs de nosotrxs y para las nuevas generaciones, ya que cuando miramos hacia atrás descubrimos que se trató de un mojón que marcó el camino para siempre.

Cuando empecé mi transición, muchas veces me repetían que por ser así, no iba a conseguir nada en la vida. Demoré años en descubrir el significado de esa frase. Venía a tono con la mirada que la sociedad posaba sobre nosotrxs y con el grado de avance existente en materia de leyes y derechos en ese momento. Afortunadamente, la profecía no se cumplió. En lugar de condicionarme, esa maldición causó el efecto contrario, como si hubiera sido el motor que me impulsaba para no renunciar. Deseaba demostrarle a mi famila cuan equivocados estaban. Que yo podía tener una vida y algún día formar una familia. ¿Acaso era mucho pedir?

Sin duda, el de la familia siempre fue mi mayor deseo, el que pedía cuando la almohada era mi confidente, o cuando pasaba el tren por encima del puente. Miraba las telenovelas y siempre había bodas hermosas, así que inspirada en esas escenas, yo dibujaba los vestidos más imponentes y bellos. Solía imaginar cómo iba a ser el mío y repasaba mentalmente cómo iba a caminar al altar sonriendo, luciéndolo. La gente quedaría deslumbrada al contemplar mi hermoso ajuar blanco. Lo tenía todo armado en mi cabeza, pero no se lo contaba a nadie. En ese momento, solo eran fantasías de una trava novelera. Esos eran privilegios de las personas paquis o cis.

La ley de matrimonio igualitario nos otorgó el primer derecho y el marco legal que nuestras familias necesitaban. Ese 15 de julio, todas mis ilusiones se volvieron realidad. Para mí, fue como el Almirante Irízar abriendo caminos que parecían infranqueables, generando leyes y políticas públicas que hoy son una realidad. Esa plataforma de igualdad jurídica nos permitió seguir trabajando y luchando por lo más importante, que es la igualdad real.

En mi caso, hasta que no tuve el nombre que me representara en el DNI, no formalicé mi relación porque sentía que no era yo. Imagínense lo importante que fueron estas dos leyes, que me permitieron darle el marco legal a mi familia compuesta por Pablo, hoy mi esposo, y mis dos hijxs, Paul y Bella. No seríamos una realidad si no fuera por esta ley impulsada por los colectivos LGBTIQ+ y todas las organizaciones que trabajaron de manera colectiva, además de un Estado presente.

El matrimonio igualitario fue, de alguna manera, la cristalización de muchos años de luchas por la igualdad para nuestras familias y el inicio de otras políticas públicas en pos de reconocer nuestros derechos. Hoy más que nunca debemos recordar este hito y seguir comprometidxs, trabajando juntxs para lograr una Argentina más amorosa para todxs.