A Palo (a todo músico, bah) le costaba elegir su propio disco favorito. Algunos eluden esa decisión por vanidad (“todos son preferidos”). Otros, por pereza (“nunca me puse a pensarlo”). Y, si no, siempre estará a mano aquella frase que, de tan remanida, se volvió insoportable: “Los discos son como los hijos, imposible tener predilecciones”. Pero, a diferencia de la inmensa mayoría de sus colegas, Pandolfo oponía una justificación que sonaba sincera, creíble y cruda (acaso como lo fue su vida, acaso como lo será su música): “No siempre estás amigado con todas tus partes y todas tus etapas. Trato de estar contento con mi obra, aceptarme y abrir, pero a veces ocurre que, sencillamente... estás en desacuerdo con vos mismo. Terribles discusiones frente al espejo. Y un disco, a veces, cristaliza momentos de tu pasado... que no te podés sacar de encima”.

Recién transcurrido el tiempo concedió un armisticio con su corpus artístico. “Me amigué con todas mis canciones”, asumió, como si hubiera cerrado un ciclo interno. El rock --que, por norma, siempre exige parricidios-- había generado en Palo el efecto contrario: el recelo era con sus viejas creaciones. Le había pasado con “Espiritango”, (segundo disco de Los Visitantes, 1995, año de convergencia entre el denominado Nuevo Rock Argentino, influencias latinas y la futbolización de los recitales en medio de la reelección de Menem). “Como a los diez años de sacarlo, me empezó a parecer raro. Y después estuvo mucho hasta volver a bancarlo”, dijo. También valoraba álbumes de su proceso solista, un viaje que coincidió con el comienzo del nuevo milenio (“como 'Ritual Criollo', o 'Transformación', que te rompe la cabeza”, bancó).

Pero, dado a elegir uno y solo uno, en febrero pasado Pandolfo se la jugó mientras afuera diluviaba y todo parecía caerse a pedazos. El artista estaba acantonado en una hostería de Villa Gesell tras tocar en Mar Azul, a la espera de ver si podía viajar a Pinamar para hacer lo mismo esa noche. El temporal había dejado la costa dada vuelta y, de fondo, sonaban sirenas: eran carros de bombero acudiendo a un incendio en plena lluvia. El Apocalipsis parecía inminente. Palo acababa de levantarse de la siesta, tomaba agua y hablaba con mucha calma. Si se venía el Fin de los Tiempos, entonces ese parecía ser el momento indicado para dejar testimonio como veredicto definitivo.

“Sin dudas... me quedo con “Patria o muerte”. Fue muy fresco y eso le dio mucho carácter. Además, en un mismo año se compuso, se grabó y se tocó. Fue todo muy “ahora, ahora, chac-chac”. Tuvo una urgencia infernal”, sorprendió Palo. Don Cornelio y la Zona venía de su disco debut con “Ella vendrá” como un hit que, más que un éxito, pareció convertirse en un lastre (otra de las canciones con la que Pandolfo hizo las paces recién tras décadas). Entonces el grupo se reordenó en los estudios Panda bajo las órdenes del gurú Mario Breuer y grabó un material oscuro y afiebrado que, para algunos, pareció adelantarse a su tiempo.

Aunque para otros, en cambio, supuso un registro contextual de ese año cultural, social y políticamente convulsionado entre muertes de todo tipo (de Miguel Abuelo a Federico Moura, de Alberto Olmedo al femicidio perpetrado por Carlos Monzón), asonadas militares, la hiperinflación, los poderes fácticos pujando (y empujando) a Raúl Alfonsín más los saqueos como cierre de un 1988 que precipitaría el fin simbólico de esa década corta.

Quizás por el año de lanzamiento, quizás por el nombre elegido, o quizás por lo que pasa más en la cabeza del que escucha que de quien canta, “Patria o muerte” acumuló numerosas lecturas en clave política y hasta fue objeto de investigaciones académicas. Pero Palo despejó todas las dudas justo a tiempo: “Todo hecho se da por una coincidencia de factores, y “Patria...” tuvo muchos que confluyeron para que se convirtiera en esa bomba expresiva y rupturista”. Y agregó: “Muchas veces leí que ese disco refleja el desgano o la crisis del proceso democrático y etcéteras. Pero la verdad es que... ¡no tienen nada que ver con eso! Es algo super autorreferencial, como el 80 por ciento de las canciones que hice. Y, en ese caso en particular, sobre la batalla mía contra propios demonios. Un viaje híper personal que me llevó a ese instante vibrante y catártico”.

“Es cierto que a veces se me escapan pinturas o frescos sociales. Son cosas que simplemente ocurren. Aunque absolutamente siempre terminás hablando de vos. Incluso por más que hables de otro, siempre es lo que te pasó, lo que no te pasó y lo que creíste que iba a pasar. El dolor, el placer, todas sensaciones que forman parte de uno. ¡Hasta los errores! Porque las equivocaciones ayudan... al otro, ja. Como sea, “Patria o muerte” tiene esa búsqueda desde el yerro, el caos, la noche, el abismo”.

La tormenta seguía sonando en el techo de la hostería, el olor a lluvia se filtraba por las hendijas de la ventana y el verano pareció tomarse vacaciones por un rato. Palo suspira, hace una pausa y vuelve de lo complejo a lo simple a través de la forma más eficaz: con un ejemplo. “Una vez vi una pintura de Diego Velázquez. Me quedé ante el cuadro un rato... y, de repente, tuve una visión que iba más allá de lo que miraba: estaba viendo al propio Velázquez pintando. A pesar de que en Las Meninas se pintó a sí mismo, a mí eso no me hizo falta, lo vi por mi propia cuenta en otro cuadro. Y me emocioné hasta las lágrimas por la entrega de alguien que deja un gesto humano y la transmisión de la experiencia en una obra a lo largo de siglos”, recordó Palo, de golpe conmovido. “Muchas veces me pregunto qué es el arte, para qué sirve. Y creo que ahí encontré la respuesta final: sirve para dejar la experiencia de una persona, a ver si alguien la puede utilizar en su favor, aunque más no sea para emocionarse”.