Desde que ingresó en 1936 a la orquesta de Roberto Firpo hasta su muerte, a los 100 años, Horacio Salgán fue, si cabe la frase, un revolucionario que no sacó los pies del plato. Destacó como pianista, compositor, arreglador y director, tocó choros brasileños y zambas argentinas, tomó elementos de la música clásica y el jazz, pero nunca se corrió de los más estrictos parámetros del tango. Alguna vez le dijo a Horacio Ferrer: “Mi estilo nace y cobra forma por un proceso exactamente inverso al de Piazzolla. Él plasma el suyo por la necesidad de salirse del tango. Y yo el mío, por la fijación excluyente de querer meterme dentro de él”.

Para su orquesta, para el Quinteto Real –su gran invención- y para la dupla con el guitarrista Ubaldo De Lio, escribió detalladamente sus arreglos y hasta publicó en 2001 Curso de tango, un tratado que es un estudio sobre los estilos del género. Pero nunca grabó un disco de piano solo. Los motivos, seguramente profundos, se los llevó a la tumba hace cinco años, el 19 de agosto de 2016. El dato es una muestra de sus certezas como artista: Salgán hacía lo que quería y cómo quería, más allá de la mirada ajena. No buscó el pulso popular de Aníbal Troilo, ni intentó romper estructuras como Piazzolla. Su incidencia en la línea evolucionista decareana fue, no obstante, esencial. Desde los inicios con su orquesta cuando se negó a los requerimientos del sello discográfico que le pidió que cambiara el vocalista “porque era raro” (era una de los mejores cantores de la historia, Edmundo Rivero), Salgán se dedicó a profundizar sus ideas. Y esas ideas desdeñaron el disco de piano solo. Esa ausencia la cubrió ahora, de alguna manera, Pablo Estigarribia. La maniobra tiene en su trama temporal –y en la modernidad de la música- algo de un Volver al futuro tanguístico: pasado, presente y porvenir se funden en Horacio Salgán Piano Transcriptions. Un disco y, también, un libro de partituras.

Foto: Daniel Arakaki

Nacido en Chaco, radicado en Nueva York, Estigarribia tiene 36 años y es uno de los mejores pianistas de su generación. Los discos del trío que integró con Horacio Cabarcos (contrabajo) y Víctor Lavallén (bandoneón) son una de las expresiones más sofisticadas del tango actual. Hace unos años tuvo la sensación de que debía cumplir una misión. Escuchó una de las escasas grabaciones informales que existen de Salgán, la de un festival ocurrido hace exactamente tres décadas, frente a los Lagos de Palermo. “Fue un ciclo de conciertos de piano solo en el que participaron el Cuchi Leguizamón, Horacio Larumbe, el Mono Fontana, Baby López Fürst y Salgán. El Mono Fontana decidió grabarlo de consola y el registro circuló secretamente entre los fans”.

Lo que se escucha en el concierto de 1991 es extraordinario desde todo punto de vista. Con buen sonido, Salgán habla, cuenta chistes cándidos con remates secos a lo Juan Verdaguer y hasta toca dos temas de Enrique Villegas. La clarividencia del Mono Fontana y, ahora, el tesón de Estigarribia, hicieron que el material esquivara el mero destino de grabación pirata. Ese piano surgido de un bosque encantado de 1991 atravesó las décadas, tomó del cuello a Estigarribia y lo soltó recién cuando publicó Horacio Salgán Piano Transcriptions. No resultó nada sencillo: fueron disciplinados años de escuchar, escribir, transcribir, cotejar fechas y conseguir el dinero para su realización. “Conseguí algunos patrocinadores extranjeros. Por eso decidí titularlo en inglés, en homenaje a los mecenas”, dice, desde Nueva York.

¿Por qué esa obsesión por transcribir un concierto?

-Y bueno, asomé al tango la primera vez que escuché a Salgán. Creo que toda la música, de una manera u otra requiere cierta obsesión, pero particularmente el proceso de transcripción es el paraíso del obsesivo. Lo primero que hice fue buscar grabaciones alternativas para chequear pasajes que no estuvieran claros en lo que quería transcribir. Bajé una aplicación que me permitió reproducir los tracks al diez por ciento de su velocidad para oír cada detalle. Es decir: un tango de tres minutos ¡duraba media hora! Me costó determinar que el trabajo estaba terminado. Podría haber seguido puliendo la grabación y las transcripciones unos años más.

Foto: Daniel Arakaki

¿No estás supliendo una tarea que tranquilamente podría haber hecho Salgán? O, cambiando la pregunta: ¿Por qué pensás que no grabó un disco de piano?

-Pienso que Horacio no se sentía cómodo tocando en el formato de piano solo, y por eso lo evitó. Lo del festival fue una excepción. Por otra parte, también creo que Ubaldo De Lio hizo un aporte rítmico y de estilo muy importante, y de alguna manera orbitó alrededor del piano ofreciendo cierta contención.

Igual no deja de ser curioso. Él varias veces anunció que haría un disco de piano solo. Pero como decís: lo evitó.

-La música, según yo lo veo, debe ser disfrutada por su hacedor. Si don Horacio prefirió no grabar en piano solo… fue su decisión. Yo lo banco. Hay que ver si Salgán era consciente de la importancia de lo que estaba haciendo.

El disco –un espejo o, parafraseando uno de los tangos de Salgán, un eco- es sorprendente en su fidelidad. Aquí la exactitud es un mérito y funciona como un ordenador: lo que estaba desperdigado en el azar de una grabación clandestina, fue transformado en un sistema. Como un arqueólogo, Estigarriba dispuso amorosamente cada una de las partes del dinosaurio para mostrar el cuerpo entero. Es, al fin, el esqueleto de un sabio del tango. Empieza con “La cachila” de Eduardo Arolas y sigue con “Boedo” de Julio De Caro. Incluye tres temas de Salgan (“Tango del eco”, “Don Agustín Bardi”, “Aquellos tangos camperos”), “Independiente Club” (Alfredo Gobbi), dos temas del Mono Villegas (“Horacio y Adolfo” y “Simonette”) y “Fuimos” (José Dames), el único arreglo que no fue extraído del Festival de los Lagos de Palermo, sino de la grabación de una reunión particular.

Como un origami, con sus simetrías, la música de una noche perdida se despliega treinta años después, crea la fantasía de mojones, de postas y tiende un puente entre Nueva York y Buenos Aires. “Esté donde esté, la música de Salgán es un faro. Músicos de aquí, que jamás lo habían escuchado, alucinan con estos temas”, dice Estigarribia, como un predicador que en vez de tocar timbre por timbre para divulgar el mensaje, se quemó las pestañas y realizó una obra de decodificación que funciona, desde hoy, como una cápsula en el tiempo.