“Los que manejan el mundo no usan eñe, señora”, afirma el ingeniero Lobatti, gerente de sistemas, para enredar más la burocracia infernal que padece una mujer que reclama una heladera nueva. Las computadoras de la empresa no la reconocen como propietaria por la famosa letra en cuestión. De la carcajada al espanto, la dramaturgia de Claudia Piñeiro es tan versátil que consigue que escuchar y mirar sean sinónimos. Escribir teatro podría ser como respirar. Sus textos están demasiado vivos. Otro personaje, Silvia, pregunta: “¿Qué somos, mamá? ¿Armenios argentinos, o argentinos armenios? (…) Para la diáspora somos armenios nacidos en Buenos Aires... y en los documentos somos argentinos. Pero yo no digo eso, yo digo de verdad, sin papeles ni diáspora de por medio, ¿qué somos?... Me gustaría que hubiera una palabra que nos nombrara. Una sola. Pero no hay. No se nos puede nombrar con una sola palabra”. Cuánto vale una heladera y otros textos de teatro (Alfaguara) reúne tres comedias y tres dramas, seis obras de teatro de Piñeiro que fueron dirigidas por Mónica Viñao, Marcelo Moncarz, Manuel Iedvabni y Guillermo Ghio, entre otros.

Piñeiro (Buenos Aires, 1960), que ganó recientemente el Premio Dashiell Hammett en la Semana Negra de Gijón con la novela Catedrales, dice que el teatro, para ella, es mágico. Por eso en el prólogo de Cuánto vale una heladera recuerda lo que escribió Peter Brook en El espacio vacío: “El teatro es siempre un arte autodestructor y siempre está escrito sobre el agua”. En su nuevo libro reúne las comedias Cuánto vale una heladera, que participó de Teatro por la Identidad en 2004; Verona y Morite, Gordo; y las obras dramáticas Un mismo árbol verde, Tres viejas plumas y Con las manos atadas. “Cuando empecé a escribir mi novela Tuya, que tiene mucho trabajo con los diálogos, la sensación que tenía entonces era que quería escribir teatro porque en la estructura de los diálogos hay algo que me interesa”, cuenta la escritora y guionista a Página/12.

La narración y la dramaturgia sucedieron en simultáneo para la autora de las novelas Elena sabe, Betibú y Un comunista en calzoncillos, entre otras, y del libro de cuentos Quién no. Empezó a escribir teatro en el taller de Mauricio Kartun, hace casi veinte años. “Después di el examen para entrar a la EMAD (Escuela Municipal de Arte Dramático); entonces quedábamos quince y se presentaban trecientos, no sé cómo será ahora. De cinco autores que te proponían yo elegí a Tennessee Williams y me tocó estudiar El zoo de cristal, pero me hice una panzada y lo leí todo porque es un autor que me encanta –repasa la escritora su relación con el teatro-. En la EMAD tuve de profesores a Kartun, a Susana Anaine, a Alejandro Tantanian, a Roberto Perinelli, autores muy prestigiosos que yo admiro. Yo estaba estudiando en la Escuela de Arte Dramático y no había ganado todavía el Premio Clarín”. En 2004 se estrenó Cuánto vale una heladera, en el marco de Teatro por la Identidad, con la dirección de Marcelo Moncarz. En 2005 se publicó Tuya y ganó el Premio Clarín con Las viudas de los jueves. Desde entonces sumó más reconocimientos, como el Premio LiBeraturpreis, el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el Premio Pepe Carvalho del Festival Barcelona Negra y el Premio Rosalía Castro del PEN de Galicia, entre otros.

-Lo que se cuenta en la obra Cuánto vale una heladera, el problema con el apellido, con la letra eñe, ¿es algo que te pasó?

-Siempre tengo problemas con la eñe de todo tipo (risas). Ahora en los aeropuertos es más fácil; pero antes llegaba con mi ticket de avión y nadie me encontraba en la compañía aérea. El empleado era el que tenía que decidir cómo poner una eñe que no tenía en el teclado de la computadora; y tenía que probar distintas opciones para ver si entraba. Cuando estudiaba Ciencias Económicas, como en la eñe aparecía un símbolo mi apellido quedaba debajo de todo y parecía que no había aprobado los exámenes porque la computadora me pasaba al final de la lista. La periodista Jorgelina Núñez tiene un mail que se llama “no soy nuez”, porque al sacarle la eñe le queda nuez. O sea que ella también tiene un problema con la eñe. Otros tienen problemas con la ç cedilla o el apóstrofe.

-¿Cómo surge la escritura teatral? ¿Partís, como en la narrativa, de alguna anécdota, de algo que observaste o escuchaste en la realidad?

-Las novelas o los cuentos parten de una imagen disparadora. En el caso del teatro, muchas veces surge de la palabra; como es algo que va a estar en palabras, en un instante, surge más de la palabra que de una imagen. De todos modos, hay algunas obras que están basadas en mis cuentos, por ejemplo Con las manos atadas y Un mismo árbol verde, que es la obra que habla del genocidio armenio y la dictadura militar en Argentina, una obra que la empezamos a pensar con una amiga que me iba contando las anécdotas de su familia; se llamaba Luisa Hairabedian, una abogada que realizó el Juicio por la Verdad contra el Estado turco por el genocidio armenio. Ella quería que se difundiera más el genocidio armenio. Cuando yo era chica, nadie hablaba del genocidio armenio. Yo no sabía ni lo que era. Ella quería hacer una película y nuestra fantasía era hacer esa película y empezábamos a caminar, porque vivíamos cerca, y hablábamos de cómo haríamos esa película. Yo escribí un cuento con todo lo que ella me dijo para que eso estuviera en algún lado. Después la hermana y los hijos de ella armaron una fundación, que se llama Luisa Hairabedian, y empezamos a fantasear con hacer una obra de teatro, que para alguien que no tiene nada que ver con el cine es más fácil que decir “hagamos una película”. Entonces pasé el cuento a obra de teatro y lo trabajé en la EMAD, porque esa obra la escribí mientras estaba en la EMAD. Ellos convocaron a Manuel Iedvabni y finalmente se estrenó. El teatro surge de la conversación, de las palabras, de un lugar distinto de donde surgen las novelas.

-Hay mucho humor en tu teatro, algo que no sé si está tanto en tu narrativa. ¿De dónde viene ese humor?

-El teatro me da permisos que no me da la narrativa. Tuya la escribí con muchísimo humor y ahora quisiera volver sobre Tuya y hacer una reescritura de lo que le pasa a esa mujer muchos años después también con humor, si pudiera... Como mis novelas son muy realistas a veces me cuesta un poco transitar algunos lugares del humor. En cambio el teatro no solamente me da permisos para el humor; me da permiso para la poesía, que en mis novelas no hay; me da permiso para lo onírico. El teatro es un lugar de más libertad para mí. Con Cuanto vale una heladera pasó algo particular. Yo quería presentar una obra al concurso de Teatro por la Identidad y ese año las Abuelas (de Plaza de Mayo) pidieron que se presentaran obras que no solamente hablaran de niños apropiados y desaparecidos. Las Abuelas decían que si lograban que la sociedad tomara la identidad como un valor, más allá del hecho puntual que nos interesa que es la recuperación de la identidad, más gente se interesaría por el tema. Había gente que veía la identidad como algo que les pasaba por el costado: “esto no tiene nada que ver conmigo porque es sobre niños apropiados, desparecidos, yo no tuve nada que ver con eso”, entonces ni se paraban a escuchar. En cambio, si lográs llegar con el valor de la identidad y que alguien sienta lo que es perder la identidad o que te roben la identidad en otros contextos, a lo mejor eso hace que más gente se sume a entender cuál es el dolor que estamos atravesando como sociedad. Eso me permitió que la obra tuviera humor porque si yo hubiera escrito sobre los niños apropiados yo no hubiera podido escribir con humor. Quizá alguien lo hubiera podido hacer, yo no. Al poder hablar de la identidad desde otro lugar me permitía meter el humor. (Luigi) Pirandello dice que a él no le interesa el chiste sino el humorismo, que es algo que te produce risa pero inmediatamente, en vez de olvidarte como pasa en el chiste, te quedás pensando cómo me puedo estar riendo de esta barbaridad. Eso te lleva a que te entren balas que no te entrarían de otra forma.

-En varias de estas obras aparece el fantasma de distintas maneras: el fantasma de la madre, la hermana desaparecida que es un fantasma también, ¿no?

-El teatro me permite también meterme en esos lugares más oníricos, el teatro es un lugar de absoluta libertad en ese sentido. Si hace falta un fantasma, hay un fantasma en el teatro porque es una convención entre el autor, el actor que está sobre el escenario y el público que entra en esa convención. En ese espacio me siento libre de poner esas fantasías que en la prosa, por ser una novela realista lo que hago, me cuesta mucho más. Hay una sola novela donde aparece algo parecido a un fantasma en Las grietas de Jara, donde uno de los personajes tiene un amigo de la infancia que él siente que le habla. Los cuentos para chicos también me dan una libertad diferente a la de la literatura para adultos. Cuando termino una novela y quiero empezar a escribir algo, prefiero escribir una obra de teatro porque me siento más relajada, con más permisos y posibilidades que si entro en la estructura de una novela.

-¿Seguís escribiendo teatro?

-Adapté un cuento de Quién no, “Carla y Rubén, estilistas”, que no está en Cuánto vale una heladera y que se hizo para Microteatro; con Marcelo Moncarz adaptamos Elena sabe para teatro leído en el teatro Regina, que lo hizo Claudia Lapacó, y ahora estamos con él trabajando en el proyecto de adaptar al teatro una novela de otro. Sigo trabajando con textos para representar teatralmente, pero no estoy escribiendo obras nuevas.

-¿Qué es lo que más te interesa del teatro?

-Como espectadora, ya no como escritora, el teatro es una de las ceremonias que más me gusta; que se apague la luz y los actores aparezcan en escena es mágico. Si después la obra me gusta, mucho mejor. Pero esa cosa de comunidad, de todos juntos dejándonos llevar hacia la risa, hacia el llanto, hacia lo que sea, por una persona que está arriba del escenario, sola con su cuerpo. En el cine tenés muchos más recursos para jugar; pero el teatro es una persona que está con su voz y su cuerpo arriba de un escenario y todos nosotros recibiendo eso como espectadores. El teatro es uno de los rituales que conservamos desde hace tanto tiempo y sigue siendo maravilloso. Cuando me preguntan además de escribir, ¿qué te gusta? Ir al teatro, digo. Como escritora, además, puedo ponerme del otro lado.

-Esa ceremonia del teatro no la tiene la literatura, ¿no?

-No, porque una no está con el otro cuando lee. Una se puede comunicar con los otros por las redes sociales después, pero no está esa cosa del instante: alguien dice algo en escena e inmediatamente algo sucede en el otro. En la literatura no sabés si pasa o no pasa algo; lo sabés a posteriori, si te lo cuentan.

-Lo más impresionante del teatro es cuando se producen esos silencios donde no vuela ni una mosca...

-Es tremendo; el teatro es una ceremonia muy particular. Los que vamos al teatro somos una cofradía. Yo iba una vez por semana al teatro y me pasaba de encontrarme con caras, que no sé quiénes son, que había visto en otras obras, en otros teatros, y que siento que son de mi cofradía.

-Dora dice en “Un mismo árbol verde”: “el miedo está en otro lugar, no en el cuerpo”. ¿De dónde viene esta frase?

-Cuando escuchás los relatos de algunos sobrevivientes, cuando Luisa (Hairabedian) me contaba el testimonio de su familia sobreviviente, si esa abuela que ella tenía pudo seguir caminando en el desierto, a pesar de estar orinada, de no poder comer ni bañarse, hay algo del cuerpo que sobrepasa al miedo. Sobrevivir es sacarse el miedo del cuerpo. El horror existe; pero el cuerpo es terco y tiene resistencia. Si pienso en el monstruo, claro que tengo miedo. Pero el cuerpo no siente miedo para poder seguir adelante.

-A propósito de monstruos, en “Tres viejas plumas” hay un padre bastante monstruoso

-Si, esa obra también está basada en un cuento de Quién no; es un padre tremendo. Esa historia surgió porque una vez alguien me contó que en su familia estaba prohibido reírse por una enfermedad que tenía la madre. Con ese dato en la cabeza, escribí el cuento. ¿Cómo es una familia que no se puede reír? ¿Quién es el que impone esa norma? ¿Por qué no te podés reír? ¿Cómo se tolera eso?

-¿Estás escribiendo alguna novela?

-Estoy intentando una vuelta de tuerca a Tuya unos años después. Vamos a ver si me sale; no es fácil porque es una mujer muy particular que abandonó el mundo cuando el movimiento feminista era otro y tiene que volver después de muchos años con un mundo muy distinto. Por Netflix se estrena El reino, que coescribí con Marcelo Piñeyro, y estamos empezando a garabatear lo que será la segunda temporada. El guion no es teatro, para nada; pero es una escritura que piensa en un actor que va a representar y a decir, que también se pone en juego. Y además es un trabajo en equipo. Cuando trabajás en un guion, sabés que hay un grupo de personas que van a hacer de ese texto otra cosa, según el actor que lo haga y según el director que lo dirija. En el teatro, cada función es diferente con los mismos actores porque el público le va a dar otra energía o por lo que sea. El teatro tiene la magia de que es un texto que está todo el tiempo representándose de manera distinta.

"El reino": secretos de la política

“Ni siquiera Dios me da consuelo hoy; le hablo, le pregunto, pero no tengo respuesta para tanto odio, para tanto mal. Y también tengo miedo: mataron a mi compañero de fórmula”, dice el pastor Emilio Vázquez Pena, interpretado por Diego Peretti, en el trailer que se difundió de El reino, la serie de thriller político que Claudia Piñeiro escribió junto con Marcelo Piñeyro, que se estrenará el viernes 13 de agosto en Netflix. Peretti es un pastor evangélico candidato a vicepresidente que debe reemplazar a su compañero de fórmula, asesinado en el acto de cierre de campaña. En esta primera temporada que tiene ocho episodios, Emilio deberá descifrar quién está detrás del atentado y cuáles son sus intenciones.

 

La serie -que tendrá una segunda temporada que Piñeiro y Piñeyro están empezando a garabatear- es un thriller sobre el poder, la traición, la religión, las relaciones familiares, los juegos sucios y los secretos de la política, que conecta con el avance de los “conservadores” en la política Argentina y en buena parte del mundo. Además de Peretti, el elenco de El reino -dirigida por Miguel Kohan y Marcelo Piñeyro- está integrado por Mercedes Morán, Chino Darín, Nancy Duplaá, Joaquín Furriel, Peter Lanzani, Sofía Gala, Alejandro Awada y Daniel Fanego, entre otros.