Terminó Tokyo 2021 (o 2020, como dicen las medallas) y los Juegos Olímpicos pudieron escribir su historia en una pandemia que, hasta no muchos meses atrás, amenazaba con cancelar la cita en nuestro Lejano Oriente. Probablemente los Juegos más raros de los que se tenga memoria, sin público en las gradas (salvo por los periodistas acreditados y las propias delegaciones) y con canciones entre punto y punto, y entre tiempo y tiempo, para mitigar el ruido blanco de los aplausos secos.

En medio de una competencia abreviada a 17 días, en Japón se batieron tres récords mundiales y doce olímpicos, pero el más recordado será el de los barbijos, con el deporte y el espectáculo contenidos por burbujas sanitarias que igualmente padecieron algunas fístulas: 151 tests a miembros de "la familia olímpica" dieron positivo.

Se sucedieron además numerosas polémicas, la mayoría puestas a la luz por mujeres (aunque Tokyo 2021 se jactó de tener la mayor paridad de género olímpica de la historia): desde la gimnasta estadounidense Simone Biles abandonando varias pruebas por stress hasta el equipo femenil de beach voley noruego, sancionado por negarse a jugar en bikini.

A todo eso, además, se le sumaron varios atletas con cuadros de deshidratación a causa del insoportable calor japonés. La presión de las transmisiones para que algunos deportes se realicen en un horario que abarcara los husos horarios occidentales obligó a competir bajo el sol del mediodía. La organización se excusó arguyendo que todo se debe al cambio climático.

Tokyo 2021 fue un espejo del mundo bajo el Covid, la nueva normalidad hecha pelota (o paleta, bala, garrocha o jabalina). Y las redes sociales volviendo a demostrar que ya no todo pasa por la TV: como sucedió en el mundial de fútbol de Rusia de 2018, la cita nipona volvió a subir la vara de audiencia gracias a contenidos consumidos en dispositivos digitales. Una tendencia que seguramente se acelerará dentro de tres años, en París 2024.

► Pelotas pinchadas

Y entre todo, claro, emerge el deporte. Competidores notables, equipos inolvidables, el brillo de las medallas y también el de las lágrimas, con derrotas dolorosas y deportistas que utilizaron Japón como el escenario de sus despedidas. La primera presea argentina llegó muy pronto, aunque no despertó pasiones multitudinarias: el rugby versión seven-a-side llegó hasta semifinales en estos petit-partidos de siete minutos por tiempo, y le ganó el bronce a Reino Unido en un lindo match. Luego, una pequeña pausa.

Es que el fútbol se apagó rápido con un equipo difícil de armar tras las negativas de numerosos clubes de aquí y de todas partes. Fernando Batista juntó lo que pudo y como pudo, pero el voluntarismo no siempre es suficiente en la alta competencia y Argentina quedó fuera en primera ronda, como en Río de Janeiro 2016.

Foto: Prensa Confederación Argentina de Básquet

Y el básquet duró menos de lo esperado. A pesar del subcampeonato en el mundial de China '19, la pandemia cortó la onda y Argentina llegó con el mismo equipo pero nuevas dificultades. Obstáculos para la preparación y un torneo más cerrado: solo doce equipos, todos serios candidatos salvo Japón (dirigido por Julio Lamas, primer entrenador de aquella Generación Dorada). El Alma pasó un grupo difícil con el último aliento y Australia lo borró en el siguiente cruce por casi 40 puntos de ventaja.

Amargo final para la carrera de Luis Scola, quien sin sobresalir en cancha igual generó uno de los momentos más emotivos de todos los Juegos Olímpicos: esos dos minutos de aplausos cuando el Oveja Hernández lo sacó a falta de segundos.

► Grabado en bronce y plata

Recién en los días finales llegaron las últimas dos medallas que le dieron a Argentina lustre olímpico, a pesar de haber redondeado la cosecha más baja desde Barcelona 1992. Porque en Atlanta '96 también hubo tres, pero dos fueron de plata, una más que en Tokyo. En nuestra mañana del viernes 6, Las Leonas lograron el único segundo puesto de la delegación tras perder la final contra Países Bajos, su bestia negra. Un podio que galvaniza al mejor proyecto colectivo femenino de la historia del deporte nacional.

Mientras que la madrugada del sábado concluyó acaso una de las performance más épicas de nuestra historia: el bronce al que el vólei masculino llegó gracias a un emotivo partido contra Brasil (la máxima potencia de ese deporte), definido en un frenético tie break. Ese equipo que será recordado de memoria (el corazón Facundo Conte, los puntos de Ezequiel Palacios, Sebastián Solé y Bruno Lima –máximo goleador del certamen–, el cerebro del capitán Luciano De Cecco y la aparición del mendocino Agustín Loser, autor del tanto consagratorio) le ganó antes a Francia (el campeón), dejó fuera a Estados Unidos para clasificar a cuartos de final y allí barrió a Italia, que venía de seis semifinales olímpicas consecutivas.

► Despedidas, tests y cartas

Apenas algunas emociones grupales para un deporte argentino que en Tokyo mostró como nunca su manta corta: las disciplinas individuales, todas ellas amateurs, pasaron sin pena ni gloria, dejando como único saldo la postal testimonial de la despedida de  la yudoca Paula Pareto, bronce en Beijing '08 y oro en Río '16 pero eliminada prontamente en Japón con un saldo de dos victorias y otras tantas derrotas.

Para colmo, el garrochista santafesino Germán Chiaraviglio, que se había consagrado campeón sudamericano en junio, dio positivo por Covid tras un hisopado que le hicieron en la Villa Olímpica de Tokyo, y quedó marginado de la competencia, debiendo aislarse diez días en un hotel japonés antes de poder regresar a Argentina.

"No sólo son estos 14 días que se viven en un Juego Olímpico, si no que hay muchos años de trabajo atrás de todo esto. Trabajo que es muy poco visible, y las condiciones en las que entrenamos son nefastas", disparó la nadadora cordobesa Virginia Bardach en una carta que hizo pública mientras la llama de Tokyo aún estaba encendida. "Me gustaría llamar a la reflexión acerca de lo que pasa en Argentina con el deporte, y más con los deportistas amateurs."

► La Juventud olvidada

Buenos Aires había sido sede de los Juegos Olímpicos de la Juventud de 2018, la tercera edición de este evento creado por el COI para deportistas de entre 15 y 18 años. Para ello, el gobierno de Mauricio Macri levantó en menos de dos años una Villa Olímpica en el barrio de Soldati.

La excusa era doble: por un lado, dotar de infraestructura el sur de la ciudad, históricamente relegado del crecimiento urbanístico de la capital, aunque al mismo tiempo estimular la práctica de disciplinas amateurs para que atletas argentinos puedan dar el salto a competencias internacionales con mejor preparación. Como vimos, no sucedieron ninguna de las cosas. Por entonces muchos denunciaban que detrás de esto se escondía el vaciamiento del Cenard, ubicado en Núñez, barrio de tentadoras oportunidades inmobiliarias. Un juego en el que gana gente que poco o nada tienen que ver con el deporte.