Cuando París estornuda, toda Europa se resfría. El refrán, vigente durante siglos, estaba quedando en desuso. O París había dejado de estornudar, o la salud de Europa ya no dependía de Francia. Ese fue el marco en el que Yves Klein (1928- 1962) desarrolló su obra y su fama. Vivió 34 años, y los vivió como si supiera que así de corta y así de intensa sería su vida. Ni una gota de azar ni de ingenuidad en el desarrollo del artista que en siete años de producción de obra logró posicionarse como un referente indiscutible del arte francés, e internacional, del siglo XX. 

Cuenta su mujer que en el departamento parisino de 35 metros que compartían, Klein produjo vorazmente y al borde del agotamiento físico. No descansaba. Desde que decidió dejar de ser un jugador de judo para ser un artista –como sus dos padres–  su búsqueda, su trabajo y la exposición del mismo (categorías indisociables en la obra de Klein) fueron ambiciosas, apasionadas y carismáticas, como él mismo. 

Una anécdota lo expresa y da un indicio de su personalidad: experto en artes marciales, practicaba judo desde pequeño y fue a competir al instituto más prestigioso de Japón, donde ganó el cuarto dan, grado máximo otorgado para los europeos en el país. Pero cuando llegó a París no le reconocieron el título ganado en Japón. Klein, que no sólo competía como un desafío sino que necesitaba del reconocimiento externo como el pez necesita el agua, se tomó un avión  a España, donde sí era reconocido el título. Allí se dedicó a la enseñanza. Pero ya nada tenía la misma gracia. El grado más alto había sido alcanzado, por lo cual, allí decidió cambiar de rumbo –un nuevo campo de posibilidades, descubrimientos, desafíos y fama– y dedicarse al arte. 

Escultura-esponja azul sin título, 1960. Pigmento puro, resina sintética y esponja natural sobre peana en piedra.

Comenzó a pintar en el año 1950, a los 22 años, con una modalidad que seguiría durante toda su producción: colgaba sus pinturas de forma compulsiva (donde sea, la habitación en la que vivía, el departamento, luego serán las galerías) e invitaba a amigos y críticos a mirar la obra, mientras él generaba un registro escrito  sobre sus impresiones y pensamientos. 1954 fue el año que marcó su carrera pública como artista, con dos libros de dos colecciones de monocromos. Desde ese momento, expuso como mínimo tres veces por año, llegando a exponer o generar eventos públicos once veces en un solo año. Podía hacerlo solo, presentando sus teorías como conferencias en la Universidad de la Sorbona, o convocado por grandes y prestigiosas instituciones, entre ellas el Museo de Arte Decorativo de París, siempre obsesionado con la idea sobre “la evolución del arte hacia lo inmaterial”, paradoja que no pasó desapercibida en su meteorítica carrera, y su necesidad material, física y carnal por ser reconocido y por hacer de su obra una marca registrada. El International Klein Blue es hipnótico, pero es también una alquimia del siglo XX, ligada al mercado y la publicidad.

¿Qué hay detrás del azul klein? ¿Qué hay debajo de su teoría alquimista del fuego, las galaxias y todo un vocabulario propio de un mago en el que, sin embargo, no percibimos ni una gota de humanismo? No hay indicios de calidez . Klein creó con libertad absoluta, pero también con la estrategia de un judoka y la matemática de un científico: “Reglas rituales de la cesión de Zonas de sensibilidad pictórico inmaterial. Existen siete series numeradas de zonas pictóricas inmateriales; cada una comprende diez zonas también numeradas. Un  recibo es entregado por cada zona cedida, el mismo indica el peso en oro fino correspondiente al valor inmaterial adquirido”.

Eran años en que Alemania se afianzaba como la tercer potencia mundial, detrás de Estados Unidos y Japón, mientras Francia perdía prácticamente todas sus colonias y la cultura norteamericana tenía un dinamismo que robaba la corona a París, que supo ser la capital cultural del siglo XIX. En ese marco, en abril de 1958, Klein junto al director de iluminación de la ciudad de París, iluminaron el Obelisco de la Place de la Concorde en azul. Klein le iba a la política cultural de Francia como anillo al dedo. 

El color azul tiene nacionalidad, azul francés, porque forma parte de la identidad nacional francesa desde el siglo XII, cuando los reyes de Francia lo eligieron para sus escudos y heraldos, hasta que en 1791 aparece en la bandera de Francia y se vuelve el color emblemático de la ciudad parisina. Los pigmentos azules industrializados son un invento  francés y su uso tiene connotaciones claramente políticas. Klein no lo mencionaba. Desligaba su azul de la historia y su nacionalidad y lo relacionaba con el cielo desarrollando una teoría de lo inmaterial. Describía una escena mitológica (Klein era un gran escritor)en la que se dividía los elementos naturales con sus amigos, tocándole a él como misión la investigación del cielo. La escribió, la plasmó en sus esculturas, tiñó esponjas, tiñó todos los objetos con su azul Klein, algunos naturales y otros no, pintó todo lo que le parecía que podía citar lo inmaterial y el cielo, pintó cuadros monocromáticos, expandió el azul Klein por todos lados y en todos los formatos: a través de la música, a través de la presencia de los cuerpos humanos en las pinturas, a través de la intervención de los elementos naturales en las obras. Todo de forma literal. El fuego quemando la hoja, las mujeres haciendo de “pinceles vivientes” para estampar sus cuerpos en los lienzos. La arquitectura del cielo que propone el artista francés es bien terrenal, matérica, alejando al máximo el imaginario de un cielo  misterioso, imperceptible y metafísico.

Klein, que por la variedad de experimentación y la libertad para plasmar su obra fue un giro indiscutible hacia la concepción modernista del artista, es también una oportunidad para pensar la relación entre las políticas culturales de los países, las gestiones concretas, que pueden crear, promover o silenciar, a los artistas. Klein no tuvo ese problema.

Relieve planetario azul sin título, 1961. Edición póstuma 2015. Pigmento puro y resina sintética sobre bola de resina.

Una síntesis de esa  opulencia chic aplicada a las artes visuales es el trío de cuadros que están juntos: Dorado (hojas de oro), Azul Klein y Rosa Dior,  que en su elegancia nos habla más de un arte rico, arte que sólo es posible con un gran apoyo financiero, político y mediático más que en uno cósmico basado en el color, como los cuadrados infinitos de Rothko, o como los cielos de De Staël, ambos contemporáneos.

La exposición de Proa está guionada por salas, que permiten ver las distintas facetas del multifacético artista. La primera es una introducción cronológica, ricamente documentada de  su vida y su obra, una síntesis de los distintos momentos de la carrera de Klein, desde su nacimiento hasta el año 1959, con material del propio archivo del artista, fotos, piezas artísticas en papel, bocetos y objetos que fueron fundamentales para él. Fotos familiares, la edición de su cuaderno de planchas Yves Peintures, primer gesto público del artista.

Un video del inicio de su época azul es el anticipo para las siguientes salas, donde se pueden ver sus proyectos de arquitectura y urbanismo, espacios pensados para su arquitectura del aire, edificios que podrían contener sus obras inmateriales. 

Lo sigue la sala que testimonia su paso de la pintura monocroma a su concentración en el azul  (color que patenta en 1960 como IKB) International Klein Blue, que aparece en una gran pileta plana de pigmento puro. Para el artista el color es la sensibilidad materializada y el azul es el color que representa la profundidad del vacío. Experimenta con ese pigmento  de forma incansable en distintos formatos y técnicas.

En un rincón, se puede escuchar un audio de Klein conversando consigo mismo, donde se hace una entrevista sobre sus condiciones de producción y sus ideas sobre el arte. Luego, su serie Antropometrías (medidas del Hombre), donde los cuerpos de mujeres hacen de pincel viviente o rodillo, apoyándose en la tela para dejar las huellas de sus formas. Y las esponjas naturales, descubrimiento que fascinó al artista, por su capacidad de absorción del color, unido a sus maravillosas figuras orgánicas. Cosmogonías es su trabajo realizado con fuego, en los que el artista quiere encarnar las marcas de los estados de la naturaleza. Para eso, exponía los soportes a la intemperie e imprimía huellas de plantes o superficies de suelo en papeles.

El silencio es oro, obra de 1960 realizada con hojas de oro, lleva a a la pregunta inicial, a la linealidad entre la materia, el título y la textura. El oro no es inmaterial, ni silencioso, ni misterioso. Klein trabajó la obra generando un relieve que remitía al suelo de una galaxia,universo en el que imaginamos a Klein feliz, con todas esas paradojas y todo ese glamour.

Yves Klein Retrospectiva se puede ver en Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929, hasta el 31 de julio del 2017.

El viento del viaje, 1961. Pigmento puro y resina sintética.