A horas de la conmemoración del bicentenario de la emblemática Universidad de Buenos Aires, las y los argentinos debemos retomar nuestra reflexión sobre el valor simbólico y performativo de la educación pública para nuestra Nación, especialmente ante el escenario de pandemia y pospandemia que debemos enfrentar. Focalizarnos en esta oportunidad inigualable que nos brinda la educación representa diseñar la salida de la crisis en clave emancipatoria.

Nuestra larga tradición en educación pública y gratuita, en general, y en la universitaria, en particular, debe funcionar como un andamiaje sólido y sustentable para que la Argentina pueda ofrecerles a las generaciones más jóvenes posibilidades reales de desarrollo en un marco de equidad y justicia social. Y, para ello, priorizar nuestra educación pública, gratuita y de calidad debe ser el epicentro de nuestros esfuerzos, que deben responder a una planificación sustantiva en el mediano y en el largo plazo.

El Estado —en todos sus estratos— debe operar como un eje catalizador que ofrezca respuestas a las demandas sociales que surgen de las pronunciadas desigualdades transversales y solo ahogan toda posibilidad emancipatoria de un pueblo. En este sentido, es el Estado quien debe actuar como garante de una educación, capaz de contribuir al crecimiento económico de la Nación si, en primer lugar, implementa políticas públicas reivindicatorias de los sectores más postergados y vulnerados por años oscuros de gobiernos elitistas y defensores de privilegios.

La educación pública, definitivamente, significa “independencia” en todas sus dimensiones. Es decir, si las inequidades inscriptas en el seno mismo de nuestra sociedad no son combatidas con justicia social y educación pública de calidad, la desigualdad luego se instituye en la subjetividad del pueblo y las demandas por derechos pueden convertirse rápidamente en desarraigos y extractivismo intelectual y, en el peor de los casos, violencia y antagonismo mediado por el odio al otro. Y este tipo de fractura en la matriz social puede tornarse irreversible.

La educación pública no busca la homogeneidad entre las y los estudiantes, sino la singularidad de cada persona, inscripta en un proyecto colectivo emancipatorio; en un “todas y todos” que albergue la diversidad, la heterogeneidad y la pluralidad de voces, abiertas al pensamiento crítico y el debate constructivo. El binomio escuela y universidad pública implica formar a las y los futuros profesionales para que sean capaces de investigar, dudar, meditar y reflexionar sobre su proyección individual, pero como parte de un pueblo con identidad, que se integra al escenario global con voz propia.

Superar la crisis, desendeudarnos y crecer de manera sostenible comprende una gran apuesta al desarrollo de las generaciones más jóvenes en toda su diversidad y formas de expresión, ya que su valor es simbólico, pero claramente performativo. Es poner en acción nuestra independencia, la performatividad de nuestra emancipación. De este modo, garantizamos profesionales que aporten conocimiento que luego se traduce una salud pública de calidad, en ciencia y tecnología para enfrentar la adversidad, en un sector productivo con valor agregado, en desendeudamiento, en una sociedad en convivencia armónica y en un pueblo que elabora herramientas que lo ubican en una posición más fuerte en la escena internacional.

A doscientos años de la creación de nuestra Universidad de Buenos Aires, reivindicamos la educación pública, gratuita y de calidad como piedra angular de un proyecto de Nación igualitaria, como insignia de un pueblo con derechos, sin minorías privilegiadas, como punto final al extractivismo de un país periférico, como invitación natural a quedarse porque se asoma un horizonte de oportunidades laborales de calidad y que la mejor propuesta siempre sea desarrollarse en tierra argentina.

El autor es intendente de Esteban Echeverría