¿Dónde está Dios?” se pregunta la filósofa Isabel Rauber en un libro de reciente aparición Hagan Lío. 

¿Está en los cielos? ¿O está en la humanidad? Si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza queda claro que todos somos hijos de Dios.

Dios está en la humanidad, vive en ella, goza y sufre. Busca la alegría y la felicidad que implican también la libertad, la igualdad y la Justicia. ¿Dónde? En la vida misma de los seres humanos en la Tierra, según esta teóloga.

¿Dónde está Dios? ¿En Hebe Bonafini buscando desesperadamente a sus dos hijos o con monseñor Emilio Grasselli, quien jugaba delante de ella con un fichero donde supuestamente tenía los datos de todos los detenidos?

A este mismo monseñor acudió Lita Boitano por sus dos hijos que se habían llevado. Suelto de cuerpo, se fijó en un cuaderno y le dijo “no los busque más”. 

¿De qué lado estaba Dios cuando Estela de Carlotto y otras madres veían al arzobispo Antonio Plaza quien utilizaba la información que ellas les daban para perseguir a otros familiares?

Pongo estos tres casos porque estuvieron con el Papa Francisco y le pidieron la apertura de los archivos vaticanos y hablaron con él sobre la necesidad de que la Iglesia haga su autocrítica.

“Hay que curar las heridas, pero sin dejar de mirar las cicatrices”, le he escuchado decir al Pontífice, y agregar que “el que está probado que cometió crímenes tiene que cumplir su condena”. Aquel que desconfíe de estas palabras, solo tiene que escribirlas en cualquier buscador de Internet y allí las encontrará. Porque las ha pronunciado varias veces.

Sigo preguntándome por Dios. ¿Con las monjas francesas o con Astiz?, ¿Con Von Wernich, a quien aun estando condenado se le sigue permitiendo celebrar los sacramentos o con los delatados por él? ¿Con Angelelli o con Pío Laghi?

¿Qué habrá dicho Dios de las reuniones del presidente de la Conferencia Episcopal Monseñor José María Arancedo con el ministro de la Corte Suprema de Justicia Horacio Rosatti en la ciudad de Santa Fe hablando de reconciliación?

¿Qué pensará Él de la conducta del cardenal Raúl Primatesta, monseñor Adolfo Tortolo, monseñor Antonio Bonamín y otros tantos?

Me dan paz las recientes palabras del obispo de San Isidro monseñor Oscar Ojea: “Lograr la cultura del encuentro, primero supone hacer memoria, reconocer la verdad, respetar la justicia (que incluye el cumplimiento de la pena)”. Memoria, verdad y justicia. Con estas palabras me re-concilio, es decir, vuelvo al acuerdo común que como sociedad nos permitió ponerle un fin a la impunidad.   

De lo único de lo que estoy seguro es que monseñor Jaime de Nevares, Enrique Angelelli, Esteban Hessayne, Carlos Ponce de León y Jorge Novak están muy cerca de Dios.

 

* Diputado del Parlasur.