“La muerte no existe”, repetía, como un mantra, una vieja canción de Palo Pandolfo, chamán criollo que partió hace poco, no se sabe a dónde, pero dejándonos con cierta sensación de omnipresencia post mortem propia de estos tiempos.

La vida y la obra de Lee "Scratch" Perry, el Guerrero Místico, The Upsetter, el Genio del Dub que supo autoproclamarse como Juan el Bautista (con Bob Marley como Cristo Rasta) se resiste a ser analizada o interpretada de manera convencional o racional: demasiados discos sorprendentes durante demasiado tiempo, discos que dan cuenta de una manera de vivir y producir tan prolífica que hasta resulta abrumadora.

Y aunque ahora su música se expanda como otro virus, a lo sumo las revelaciones y revoluciones que genero este hombre dan cuenta de un estado de inspiración y efervescencia espiritual no exento de momentos de locura y delirio.

Lee Perry fue un alquimista, sí; pero también un pequeño Rudeboy que supo inventar sus propias reglas: incluso ahora, si se suele desear “que descanse en paz” al alma de quien fallece, en su caso uno más bien se lo imagina viajando por la galaxia en una nave flamígera.

Enumerar los discos más importantes de este hombre que nació Jamaica en 1936 y murió también en la isla el 29 de Agosto dice más de cada uno que sobre el misterio que lo llevó a grabar muchos de los mejores discos del siglo pasado y también de este siglo XXI: todos sus discos son increíbles y distintos, y también tienen su sello inconfundible sus producciones para artistas jamaiquinos como The Congos, Junior Murvin, The Heptones, Max Romeo, Junior Byles, así como también para The Clash, The Orb, Mad Professor, Adrian Sherwood, Paul McCartney, Brian Eno o Beastie Boys.

Lo inconcebible es la vigencia de este productor que arrancó haciendo de todo en los legendarios Studio One para Clement Dodd y que supo reinventar su sonido en las últimas décadas y que, aunque vivió sus últimos años en Suiza, también se las ingenió para conectar y trabajar con varios músicos en el país.

Por supuesto que Lee armó The Upsetters con los hermanos Aston “Family Man” y Carlton Barret, quienes luego conformaron la base rítmica de Bob Marley & The Wailers, siendo claves en su éxito mundial. Claro que sí, Lee Scratch también les dio forma, junto a King Tubby y Augustus Pablo, a la música dub a principios de los '70, reciclando a menudo viejas bases en una práctica característica de la música jamaiquina.

Pero lo que a mí más me impresionó es haberlo conocido personalmente, sin que nadie me lo presentara. Y que acá cerca, en Lanús Kingston, haya hecho una de sus últimas genialidades.

El tipo podía convocar a Keith Richard y George Clinton para grabar en sus propios discos, pero también supo producir a los Nairobi (que tocaron como banda suya en 2012) o animarse a ir a Lanús a los estudios Afro para plantar un árbol, prender un fuego, fumarse un par y “bendecir” ese increíble disco que es The Final Battle (nominado a los últimos premios Grammy) y a The Dub Battle, su flamante versión Dub.

Ambos fueron producidos por el percusionista argentino Hernán Sforzini (Aka Don Camel), que también lo invito a participar en Planta y canta, una eficaz propuesta ecológica que, como su nombre lo indica derivó en que plantara un árbol y grabara, arriba de una base rítmica de Sly & Robbie el tema "Full Moon Plant a Tree". Grabada de una sola toma (al principio se lo escucha exclamar, tosiendo tozudamente "¡Gimme light!"), esta genialidad capta, como en todos sus discos, a alguien experimentando ese momento con total autoconsciencia.

Por esas cuestiones del devenir periodístico, cuando vino a tocar en el 2011 por segunda vez quien escribe esto intento sin éxito entrevistarlo; afortunadamente, después del show me llegó el dato de que hacía una muestra con sus collages y ahí fui, aún perplejo por el show y ahí lo encontré, firmando en modo SayNoMore todo lo que le ponían adelante. Ahí intenté hacerle una entrevista que, supongo, ambos sabíamos no era tal.

Mis preguntas eran extravagantes y poco precisas, pero, quizás por eso mismo me firmó la campera (me escribió ‘Peace’: algo que no impresionó a mi madre que me la tiró poco después a la basura) y varias postales y hasta un CD de mi propia banda que pretendía regalarle.

El tipo iba y venía, hablaba con Ivi Li de Nairobi, le tiraba onda a alguna chica y, para mi sorpresa, cada tanto volvía conmigo, así que en un momento le hice algo parecido a una pregunta: “¿Vos sentís que hay alguna conexión entre el rastafarismo y el budismo?”.

Lee ni me miró, pero me escucho atento y bajo lentamente la cabeza, adornada con su célebre e indescriptible casco y me señaló con los dedos un holograma de Buddha.

La muerte no existe.